Un apellido rarísimo. Quizá venga de un emigrante ruso, Kicilov. También búlgaro. A doña Bótox, la viuda negra, se le rocían las enaguas cuando lo mira. Es joven, guapo y peronista, casi montonero. Íntimo amigo del niño Kirchner, que será el próximo Presidente de Argentina. Kicillof es un muchacho violento, chulo, arrabalero. Contagia la tensión. Que se lo digan a los ejecutivos de Repsol, que fueron perseguidos, interrogados y forzados a huir de sus casas por la Policía peronista. Escribió André Malraux, que Buenos Aires es la capital de un imperio que no existió jamás. El problema es que ese pequeño detalle lo ignoran muchos argentinos, incluido Kicillof. Por la influencia que tiene sobre el ánimo de la cirujada podría establecerse una comparación entre Kicillof y el marqués de Villaverde en la década de los sesenta. Por un «Eco de Sociedad» se cerró durante unas semanas «La Codorniz» de Álvaro de Laiglesia. Parece que el marqués intervino con excesivo interés en la implantación de las motos «Vespa» en España. Y «La Codorniz» le gastó una broma que le costó cara. «Eco de Sociedad. El marqués de Villavespa se ha comprado una moto verde». Era simpático. Kicillof, en cambio, tiene la mirada perdida de los que han nacido a destiempo. Le habría gustado desarrollar sus cualidades políticas en los principios del peronismo, cuando se enviaban grupos de canallas a matar a los que no estaban de acuerdo ni con don Juan Domingo, ni con doña Evita ni con las madres que parieron a ambos dos.
Para mí, y esto es un juicio aventurado, pero nada original, que entre la viuda y Kicillof, se están montado un chiringuito para entregar la «Vaca Muerta» a una empresa petrolífera china o similar y dejar resuelto el problema económico de diez generaciones de los Kirchner y doce de los Kicillof. En Argentina, por desgracia para los millones de argentinos honrados y emprendedores, no hay dinero porque los polítcos lo han robado a manos llenas y depositado en Estados Unidos, Suiza o Liechtenstein. Me divertiría oír a Kicillof pronunciar «Liechtenstein» en plena oratoria arrebatada.
Los argentinos, y en este aspecto los envidio y admiro, son profundamente patriotas. Y hay una manera de engañarlos que nunca falla. El bien de la Patria. Cuando volvió Perón lo hizo por el bien de la Patria. Cuando designó heredera a su mujer, Isabelita, lo hizo por el bien de la Patria. Los montoneros mataron por el bien de la Patria, y la Junta Militar de Videla y compañía se hizo con el poder por el bien de la Patria, asesinando a miles de argentinos por el bien de la Patria.
Cuando la Dictadura vislumbró su final, Galtieri anunció que por el bien y la dignidad de la Patria, el Ejército argentino había ocupado las islas Malvinas o Falklands, argentinas de alma y británicas de soberanía. Los ingleses son más callados y en lugar de hablar del bien de la Patria, mandaron a la Armada de Su Majestad y recuperaron las islas en un santiamén. Y ahora, la excusa para expoliar a Repsol de lo que ha invertido, investigado y hallado en Argentina, es el bien de la Patria, y hay tontos que se lo creen. Creo que Argentina ha dado un mal paso que quiebra su menguada credibilidad en los mercados libres. A partir de ahora, se lo pensarán tres veces los que vayan a invertir un euro en Argentina, porque la viuda y Kicillof se pueden quedar con el euro por el bien de la Patria. Sucede que Argentina es una nación tan grandiosa y rica, y tan robada, y tan hurtada, y tan desnudada por los propios argentinos, que siempre hay un resquicio para la esperanza.
El futuro está claro. Kicillof y Kirchner serán multimillonarios –y peronistas–, por el bien de la Patria.
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