lunes, 25 de enero de 2021

*NOS ESTAMOS ACOSTUMBRANDO

 



 

¿Qué está pasando? ¿Qué nos está pasando?

En mi tribuna de todos los lunes intento hacer un reflexivo análisis sobre nuestro comportamiento ante las sucesivas "olas" de esta maldita pandemia del Coronavirus.

Jesús Rodríguez Arias





NOS ESTAMOS ACOSTUMBRANDO

Que el ser humano es un animal de costumbres es tan cierto como que ahora mismo estás leyendo esta tribuna. Si no observa el comportamiento de los demás e incluso el tuyo cuando por ejemplo viajas en el tren e intentas sentarte en el asiento de tus preferencias ya sea en el pasillo o en la ventanilla. Esto también ocurre en el autobús. Recuerdo los años que cogía todos los días el tren de Jerez a San Fernando, para ir al trabajo, y viceversa que los viajeros fijos ocupábamos siempre el mismo lugar y cuando este estaba ocupado todos poníamos un gesto de contrariedad. Dos ejemplos pero hay más pues en cada día de nuestras vidas se suceden los gestos y hechos a los que estamos acostumbrados.

Nos acostumbramos a lo bueno y a lo malo aunque nos cueste un poco más. Esto, desgraciadamente, está sucediendo con la pandemia del Coronavirus y las sucesivas olas que nos van invadiendo.

De marzo a finales de mayo, en pleno confinamiento, nos imponía todo cuanto tuviera que ver con el virus. Sufríamos ante la ingente cantidad de personas que se contagiaban, muchos sanitarios, miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, FF.AA., sacerdotes…Se nos encogía el corazón con la cantidad de personas que fallecían a diario. Teníamos miedo a ese mal desconocido, sus consecuencias generales y también en los más cercanos, teníamos respeto, éramos agradecidos con los que luchaban en primera línea de batalla y un día sí y otro también nos conjurábamos que cuando pudiéramos salir seríamos más respetuosos y solidarios con el fin de erradicar este dichoso mal que tanto dolor, muerte, enfermedad y desesperación estaba causando.

Pero el ser humano, que es un animal de costumbres, también tiene la memoria muy frágil y claro en cuanto nos abrieron las puertas y salimos se nos olvidó toda esa retahíla de buenas intenciones que un día sí y otro también manifestábamos tanto en público como en privado.

Llegó el verano, el calor, la playita, el campo, la sierra, y la marea humana se iba expandiendo sin respetar ni las normas ni la salud del resto. De ahí que hubiera playas atestadas y cerradas a primera hora de la tarde, pueblos y campos invadidos para el particular disfrute de cada cual como si no hubiera un mañana. Después llegó la segunda ola con más contagiados, más muertos, más familias destrozadas, más paro y empobrecimiento aunque eso no fuera óbice para que en el puente del Pilar se vieran vergonzosas escenas de senderos colapsados por turistas y pueblos en los que no se podía ni siquiera caminar un palmo sin tropezarse con un semejante.

Llegaron de nuevo las restricciones, cierres perimetrales, sanciones mientras se escuchaban voces discordantes enarbolando la bandera de la libertad secuestrada por la autoridad pertinente sin pensar para nada en el grado de culpabilidad que teníamos los ciudadanos.

Vino la Navidad con una flexibilización de las medidas restrictivas y hubo muchos que de nuevo hicieron caso omiso a las indicaciones. De ahí las vergonzosas imágenes, que han salido hasta en los informativos nacionales y regionales, de una gran cantidad de personas arremolinadas en la calle, sin guardar la oportuna distancia y muchas de ellas con la mascarilla bajada, mientras tomaban algo en los establecimientos de hostelería que en muchos casos se vieron desbordados. Resultado: La programada tercera ola, en la que estamos inmersos, y que está siendo más beligerante que las anteriores. Miles de personas contagiadas, cientos de muertos al día en toda España, familias destrozadas y la ruina del país en todos los ámbitos y sectores.

Vuelven las duras restricciones, que acogemos con mala cara, aunque sepamos que los hospitales ya casi no tienen capacidad para atender a tantos enfermos del Covid ya sean en las habitaciones o en las ucis. Los sanitarios pidiendo medidas a los respectivos gobiernos y exigiendo a la ciudadanía que sea prudente y en la medida de sus posibilidades se quede en casa…

¿Por qué pasa esto? ¿Por qué actuamos así? Pues porque muchos se han acostumbrados a todo cuanto rodea al virus o porque sufrimos agotamiento por fatiga pandémica que hace nos relajemos más de la cuenta ante las normas establecidas para luchar contra el maldito Coronavirus.

Jesús Rodríguez Arias


lunes, 18 de enero de 2021

* LAS BABUCHAS DE MI MADRE

 


Todo lo que nos rodea nos envuelve en las malas noticias de la propagación del Covid, de la ruina económica y empobrecimiento de los españoles, de las continuas medidas y restricciones, de la desvergüenza de tantos...

Por eso he detenido el paso, he cerrado los ojos, y me he acordado de "las babuchas de mi madre" y me he puesto a escribir de esa infancia tan lejana en años y tan cercanas por los recuerdos...

También aprovecho para hacer una puntualización sobre mi anterior artículo en el que hablaba de esas palabras de nuevo cuño que intoxican, se mire por donde se mire, el lenguaje.

De todo eso va mi tribuna de todos los lunes en Andalucía Información que  no es poco...

Jesús Rodríguez Arias 


LAS BABUCHAS DE MI MADRE

Las babuchas como las de mi madre servían para abrigar los pies así como de arma disuasoria que cuando éramos niños se usaban con especial destreza para poner fin a una desobediencia por nuestra parte o finalizar una discusión. La autoridad de la madre en cada casa era inapelable para sus vástagos y cuando los niños o niñas salían demasiados respondones y que tras recibir el pertinente babuchazo seguían en sus treces se escuchaba la temida frase: ¡Verás cuando venga tu padre y le cuente lo que me habéis hecho sufrir! Cosa que casi nunca ocurría pues la figura paterna era muy respetada ya que los padres ejercían de padres y no como el “mejor” amigo de estos actuales tiempos. Todo se solucionaba con el correspondiente y maternal castigo de no salir a jugar en varios días a la Plazoleta del Carmen o por las Callejuelas con la pandilla.

Suelo recordar con amigos de mi generación e incluso algunos más jóvenes la presteza que tenían nuestras madres a la hora de tirar la babucha pues siempre le daban al objetivo aunque corrieras delante y giraras en el pasillo ésta también lo hacía mientras notabas el golpe. La verdad es que el babuchazo físicamente no te causaba dolor alguno, lo que sufría era nuestro orgullo por haber perdido de nuevo la batalla de llevarle la contraria a nuestras madres.

Algunas veces, cuando ella salía, reconozco que las cogía para estudiarlas porque me quemaba una cuestión: ¿Por qué cuando giro en el pasillo la babucha también lo hace? En mi inocentona mentalidad pensaba que tendría algún artilugio electrónico porque no me lo podía explicar. Al final descubrí que este calzado era de paño descolorido con suela de goma gastada y el hecho de que cobrara vida propia cuando era utilizada por mi madre era por la presteza con la que la utilizaba.

Cuando pasan los años y navegas por la adolescencia te olvidas de estos detalles tan de uno y hogareños a la vez. Es en la madurez de la vida cuando los recuerdos de la siempre añorada niñez se te vienen a la mente y con estos indefectiblemente las babuchas de nuestras madres.

No conozco a ningún niño de mi generación, de las anteriores e inmediatamente posteriores que sufran traumas por la educación en valores recibida en cada hogar donde los padres eran padres y no colegas. En los años de mi infancia los amigos eran amigos y nuestros padres eran nuestros padres que estaban en un lugar de preponderancia superior a todas nuestras demás relaciones. Virtudes que se inculcaban en las casas y valores que se transmitían también en los colegios han hecho los hombres y mujeres que hoy somos.

Hace tiempo que reconozco el valor curativo de las babuchas pues cuando te las pones aparte de la comodidad te relajas porque sabes que ya estás casa.

Cuando termine de escribir este artículo me pondré las mías y me sentaré a leer un buen libro junto a la chimenea pero antes de que eso ocurra quiero hacer una referencia a mi tribuna de la semana pasada dedicada a esas palabras de nuevo cuño que azotan nuestro lenguaje.

No me podía ni siquiera imaginar la cantidad de personas que se han sentido aludidas por este artículo. Llamadas y mensajes preguntándome por qué he escrito lo que he escrito me da mucho que pensar. La verdad es que sentirse aludido por utilizar la expresión “mermelada de fresa” u “holi” a modo de salutación, asentir con un “okis”, afirmar con un “esto es aceite de oliva” algo que gusta mucho, que se van de “jajás” o hablan “sin filtros” aunque por ello den “un zas en toda la boca” me parece cuando menos curioso y que pidan “oportunas” explicaciones por lo escrito redunda más en mi opinión. Reconozco que no lo escribí pensando en alguien en concreto pues os confieso que nunca creí que nadie se diese por aludido ante esta irónica crítica de este “nuevo” lenguaje que no lo entiende ni la madre que lo parió.

Al final por intentar ser un “cabalito” te conviertes en un sinsajo aunque me es muy curioso el comprobar que ninguno de los “ofendidos” se consideren “mierder”.

Algo es algo…

Jesús Rodríguez Arias

lunes, 11 de enero de 2021

*SER "MERMELADA DE FRESA"

 



Mi primer artículo de este 2021 es un análisis de la vulgarización del lenguaje que hablan y escriben nuestros jóvenes y que también utilizan los más mayores haciendo uso de una grotesca ridiculez que los define y etiqueta.

"Mermelada de fresa" a modo de salutación hasta el "hasta nunki" a forma de enfadada despedida pasando por ser "observer" así como también un "influencer" de chichinabo que espeta eso de "holi", "okeler" dejando de "ser un cabalito" para convertirse en un "sinsajo" de esos...

Y todo porque nos hemos vulgarizado hasta hacernos unos ordinarios de tomo y lomo...

De eso va mi primer artículo en Andalucía Información este 2021 mientras las restricciones siguen cayendo, las vacunas se eternizan y la pandemia sigue coleando con la ayuda de la necedad de la gente y la irresponsabilidad de las instituciones.

Jesús Rodríguez Arias 


SER MERMELADA DE FRESA


Es una expresión con la cual una persona halaga a otra a modo de saludo pero que no deja de ser chocante pues precisamente la mermelada es una confitura, que está muy buena untada en una rebaná de pan de pueblo, amén de un alimento empalagoso por lo cual pienso que como salutación no está muy bien escogida.

“Eres mermelada de fresa” es una frase muy extendida de un tiempo para acá y reconozco que cuando me la han dicho os confieso que no sé cómo contestar ya que seguir con esa misma retórica da la sensación de que entramos en un circunloquio que no lleva a ningún lado y al final acabamos pringados de un buenismo impostado, unos frágiles sentimientos y una falsedad más propia de políticos que de personas normales y corrientes.

Conozco más de un caso que ha pasado de “mermelada de fresa” con empalagosos aspavientos que pringan el ambiente de un inaguantable olor dulzón a ser “mermelada de naranja amarga” pues todo lo anterior ha quedado en el arcén del olvido y ahora eres poco más que un sieso manío solo por diferir en un momento determinado con los planteamientos de la persona en cuestión o institución a la cual pueda estar ligada. Es lo que podríamos denominar apretones no tanto en relaciones personales sino en la forma de expresar una salutación.

En los pandémicos tiempos que corren me imagino al sudodicho/a cambiando el gesto cuando te vea, elevando la voz a modo de que todo el mundo se entere que tú eres, para él o ella, “mermelada de fresa” mientras te codea con cierta fruición pues ya sabemos que eso de dar la mano o abrazo ha quedado para el olvido. El solo hecho de pensarlo, he de reconoceros, me da algo de grima.

Expresar los sentimientos, aunque estos entren dentro de los códigos más estrictos de la cortesía, debe estar dentro de la lógica de lo normal y corriente y no adentrarse en el siempre grotesco campo de la ridiculez. Una querida vecina me dijo una vez una frase que me llegó e hizo pensar: Mira Jesús, cuando te encuentras con fulanito comienzas a hablar como un ministro… Y es verdad porque según con quién puedes utilizar un léxico más coloquial, que no quiere decir ridículo, u otro más protocolario.

Lo que nos pasa es que hemos vulgarizado nuestra forma de vivir y también el modo de expresarnos. Ya no es simple educación ni siquiera cortesía es simplemente saber estar.

Solo admito esa forma de expresarse a personas muy queridas por mí, hermanos del alma, que me demuestran un día sí y otro también su cariño verdadero. A los demás, a los que utilizan estos resortes de forma mecánica y además con todo el mundo ya les digo que conmigo no va este “juego”.

A esta sociedad, tan avanzada en todos los sentidos, le falta más cultura y también educación y estas se consiguen en los colegios y en el hogar. Es un tándem que si se desequilibra se va al traste como estamos viendo.

Ahora es más fácil ser un “observer” y utilizar expresiones como estas pues se cree que en esta forma de hablar, de escribir ni te cuento, se manifiestan todos los cánones preestablecidos para ser todo un “influencer”. El OK de toda la vida pasa a “okey, oki, okis u okeler”. Si alguien le gusta algunos de sus semejantes lo expresa de semejante guisa: “Esto es aceite de oliva”. Se ve que este nuevo diccionario también tiene tintes gastronómicos. “Mierder”, que nos imaginamos que significa, se lleva también eso de hablar “sin filtros”, decir “holi” a modo de saludo, estar de “jajás” en vez de pasarlo bien, despedirse de forma poco amigable con un “hasta nunki” y lo que no se lleva es “ser un cabalito” pues puedes terminar con un “zas en toda la boca”. Reconozco que ante esta forma de expresarse soy un poco “meh”, la h hay que pronunciarla aspirada, pues pienso que quienes así se manifiestan son unos “sinsajo” de tomo y lomo como diría aquél…

A mí dejadme como estoy porque ni pretendo ser mermelada de fresa, mierder o un influencer del tres al cuarto.

Jesús Rodríguez Arias