"Bienaventurados los pobres..., bienaventurados los mansos..., bienaventurados los que sufren..., bienaventurados los pacíficos..., bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia...".
Así fue desarrollando su magistral lección el Maestro de Nazaret. Si algún día los hombres nos decidiéramos a aceptar en serio esas enseñanzas del Sermón del Monte, la tierra se convertiría en un remanso de felicidad y de paz.
Nunca los poetas ni los filósofos o sociólogos trazaron un plan de acción tan humano como ése; nunca oyeron afirmaciones tan extrañas, pero tan consoladoras, y nunca se trazó un programa de acción y vida como este programa del Evangelio.
Allí aprendieron los hombres que hay ciertos valores en la vida que están sobre el valor del dinero; que hay ciertas cosas que no son materiales y que pueden llenar el corazón humano.
Allí se convencieron los hombres que deben preocuparse los unos por los otros.
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