JUEGOS OLÍMPICOS LONDRES 2012
Londres entregó a Danny Boyle 35 millones para que organizara la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos y con esa presupuesto ha organizaddo un espectáculo pura diversión y entretenimiento. En cuanto a los deportistas desfilaron con ojeras. En la grada, hasta un centenar de jefes de Estado y de Gobierno se citaron en el Estadio.
Londres- Un musical majestuoso, divertido, trepidante; un recorrido por la historia de Inglaterra, sus costumbres, su música, sus iconos de la cultura y de la pantalla, la ceremonia inaugural. Un centenar de jefes de Estado y de Gobierno, 204 Comités Olímpicos representados; Danny Boyle –«Trainspotting» o «Slumdog Millionaire»–, en su salsa y como quiso, al anochecer, cuando la luz destierra a las pesadillas y la campiña inglesa, pese a «La tempestad» de Shakespeare, brotaba verde y luminosa gracias a los adelantos del siglo XXI. Sucedió una noche de verano, como un sueño, en esta parte de Strafford donde, antes de construir el Estadio Olímpico y el Tren Jabalina que conecta con San Pancras en 7 minutos, algunos de sus vecinos «te violaban con mucho gusto». Podía suceder a cualquier hora del día o de la noche, como en aquellos campos de Escocia, cuando, con el sol en todo lo alto y en una lúgubre cabaña, Tim Roth tomó por la fuerza a Jessica Lange, la esposa de Liam Neeson (Rob Roy). Era una película, era un barrio maldito, con más proscritos que tiendas. Hoy todo es diferente desde el 27 de julio de 2012, a las 20:12 hora local, cuando se alzó el telón y empezó el espectáculo, que costó 100 millones en Pekín y «sólo» 35 en Londres. Cuatro años después, el reto era mejorar la puesta en escena de Zhang Yimou. Boyle hizo algo diferente. También será recordado por esto.
No hay que culpar a la «Fura dels Baus» de esta fiebre lúdica que descubrió Barcelona en 1992, pero lo que fue una maravillosa novedad se ha convertido en una carrera por un imaginario Oscar que discurre por delante del sagrado lema «lo importante es participar», porque se trata de apabullar con un montaje que retrasa la aparición de los verdaderos protagonistas hasta que el director cinematográfico de turno lo estima conveniente. Eso sí, entretiene, muy bien, por cierto.
Cabras, ovejas, caballos, vacas, ocas, una noria y habitantes de otros tiempos, protagonistas de este bucólico «nacimiento» ateo con sus pastorcitos y sus colinas. En éstas, empezó a llover, un chubasco. Es Londres. En el pobladísimo palco de autoridades, los Guillermo, Catalina y Enrique; Sofía, Reina de España; Michele Obama, primera dama de Estados Unidos; el primer ministro David Cameron; Dilma Rousself, presidenta de Brasil; Giorgio Napolitano, de Italia, y Dimitri Medvedev, de Rusia; Yooshihiko Noda, primer ministro japonés, y el francés Jean-Marc Ayrault. Así, hasta un ciento. Con la batuta, Boyle, pero quien movía los hilos es Rogge, el todopoderoso presidente del COI. ¡Cuántos destinos en sus manos!
Era el aperitivo; después, el gran espectáculo. Se acercaba, ahora sí, la primera parte de los Juegos. Música –quién discute eso a los ingleses–, decibelios para regalar, cine, montajes espléndidos, luces, Bradley Wiggins, voces blancas que cantaban de verdad, Kenneth Branagh, la Revolución Industrial, 15.000 figurantes; Daniel Graig, el último James Bond, y la mágica parición de Isabel II y su marido, el Duque de Edimburgo. Y Paul McCartney, J. K. Rowling, Beckham... Personajes con cara, leyendas de ayer y de hoy, un desfile humano, tan real, sin mecanizar, pero muy ordenado. Y a continuación, a las 22:20, los deportistas, encabezados por la delegación Griega. Algunos, con ojeras. 204 abanderados, Pau Gasol entre ellos, orgulloso y reconocible; 204 países; España, entre ellos, pero menos atletas de los previstos porque lo que para Boyle es un reloj de arena que se detiene en el tiempo, para ellos, protagonistas de estos y de todos los Juegos, es un cronómetro que reparte medallas por un esfuerzo sobrehumano, más allá de la coreografía y de los dignatarios que compartieron con ellos y por ellos el musical más caro del mundo, quizás.
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