El ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, ha anunciado que en la próxima reforma de la Ley del Aborto se suprimirá el supuesto de la malformación del feto para solicitar la interrupción del embarazo. Hoy, cuando escribo, leo en LA RAZÓN diferentes casos protagonizados por matrimonios admirables que se opusieron al aborto a pesar de las recomendaciones de sus ginecólogos y respetaron el derecho a la vida de «los monstruos» que iban a nacer. Las voces de las izquierdas han llamado retrógado y cavernícola al ministro, lo cual carece de importancia.
Hace años, una mujer embarazada fue informada de que era portadora de un ser deforme y monstruoso en sus entrañas. Esa mujer, y espero que me disculpe si hago pública su identidad, se llama Beatriz Ramírez de Haro. Es hermana de Fernando Ramírez de Haro, y por ende, cuñada de Esperanza Aguirre. «Un feto deforme y sin posibilidad de sobrevivir». Pero ella siguió adelante. Su marido apoyó su decisión. Las mujeres bien educadas y con valores y principios no matan a los indefensos. Además, Beatriz contaba con el apoyo de su formación cristiana, y decidió que si Dios le ponía esa terrible prueba, ella tenía que superarla.
Se acercaba la fecha límite aprobada por la entonces vigente Ley, y Beatriz había recorrido la mitad de España y una cuarta parte del mundo visitando ginecólogos. Todos coincidían en el diagnóstico primario. Su única salida era la interrupción inmediata del embarazo y prescindir de la vida de la deforme masa de carne que crecía en su cuerpo. Pero Beatriz es muy tozuda, y se mantuvo en sus trece. «Lo que Dios me ha enviado, que sea bienvenido». Una postura imbécil e irresponsable para las defensoras de las trituradoras del doctor Morín y las clínicas en las que se practican diariamente miles de abortos de seres humanos no deseados. Todavía recuerdo la científica precisión de Bibiana Aído. Un feto, hasta que no alcance determinados meses de crecimiento, no es un ser humano. Se le preguntó cuándo comenzaba a ser una jirafa el feto de una jirafa y no supo responder. Es lógico, porque la ministra se dedicaba a enseñar a bailar sevillanas.
Con la lógica preocupación, abrumada por su futuro, le llegó a Beatriz la hora de su alumbramiento. Todo preparado en el quirófano para permitir el nacimiento de un ser deforme y sin porvenir. El ser deforme, con la luz de la vida a su alcance, se dividió en tres cuerpos. Y nació la primera de esas partes escindidas del horror, y era un ser perfecto. Y apareció la cabeza de la segunda parte, y era un niño perfecto. Y para no ser menos que sus compañeros de aventura, sus hermanos, nació el tercero de los trillizos, estallante de salud. Hoy, los tres, que ya no son tan niños, mirarán a sus padres con la admiración y gratitud que merecen por su coraje, su valor y su defensa de la vida.
La historia del «ser deforme y monstruoso» que se empeñó su madre que naciera, no es la única. Ahora son tres historias diferentes, tres vidas distintas y tres rumbos elegidos desde la libertad. La sabiduría del hombre y los adelantos técnicos y científicos se han desarrollado en las últimas décadas. Pero esa sabiduría y esos adelantos tienen la obligación de estar al servicio de la vida, no sometidos al negocio de la muerte. Comprendo y entiendo, aunque no comparta el procedimiento, las situaciones límite que llevan a muchas mujeres a abortar. Pero no por capricho. No por desentenderse de una vida que ellas han creado con otro ser humano. En España, últimamente, no se ha abortado con rigor científico. Se ha asesinado con violencia a centenares de miles de inocentes. Por eso me ha parecido agradable contar esta historia monstruosa.
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