Efesios 4,1-6
"Un solo cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo"
Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.
Esta tarde hemos asistido a celebrar la Eucaristía en La Cartuja de Jerez, allí entre sus anchos y centenarios muros que albergan almas cándidas de las monjitas que lo habitan cuyas voces angelicales nos trasladan a un espacio espiritual difícil de alcanzar en medio de un mundo lleno de precipitaciones y prisas.
La hora de la Santa Misa, como siempre, a las cinco y media de la tarde. Fuera del Templo 40 grados, dentro de él un frescor y una paz que lo inundaba todo.
Estaba allí inmerso en la celebración suprema de todo católico, cuando la voz de una de las hermanas de Belén leía la Segunda Lectura de San Pablo a los Efesios y tengo que decir que Dios me tocó el corazón. Han quedado grabadas en mi mente y en mi alma con fuego candente lo dicho por San Pablo y que está detallado arriba de estas humildes letras.
Nos dice que tenemos que ser humildes, amables, comprensivos, tenemos que sobrellevarnos mutuamente con amor, esforzándonos por mantener la unidad del Espíritu. Que somos un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que hemos sido convocados. Que tenemos un solo Señor, una sola fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo transciende, penetra e invade todo.
Si verdaderamente hacemos caso a lo que nos dice San Pablo, si sus palabras penetran, o la dejamos penetrar, en nuestros corazones que están demasiados duros, demasiados frío, podemos trabajar entre todos por el Reino de Dios. ¡Con lo fácil que parece y que difícil es cumplirlo! Nos pasa a todos, a mi el primero, pero tenemos que poner de nuestra parte, tenemos que bajar la cabeza para levantarla hacia arriba donde están entronizado Dios, tenemos que dejar todo lo que nos rodea y hace daño y buscar lo que verdaderamente nos puede hacer feliz. Vivir esa felicidad y en esa felicidad es poder, después, transmitirla a todos los que nos rodean. Tenemos la obligación de cumplir a rajatabla con el mensaje que nos ha dejado este domingo San Pablo para después hacerlo llegar a los demás. Todos somos uno porque todos trabajamos para y por Dios.
Si no lo hacemos, si nos esforzamos en ser altaneros, desagradables, si la incomprensión llena nuestras vidas y con ella la mentira, las críticas, los comentarios que asesinan la fama de los demás, si no vivimos nuestra vocación con entrega ni dejamos que Dios Padre penetra e invada nuestras vidas, si nos alejamos cada vez más de la verdadera felicidad, si ya nada tiene sentido porque hemos puesto nuestras miradas en las cosas de este mundo caduco y temporal, entonces os pregunto y me pregunto, ¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas?
Tenemos la felicidad al alcance de la mano, tan solo hace falta cumplir un requisito: Dejarse invadir y penetrar por Dios. Es tan fácil o difícil como eso.
Esta tarde hemos asistido a celebrar la Eucaristía en La Cartuja de Jerez, allí entre sus anchos y centenarios muros que albergan almas cándidas de las monjitas que lo habitan cuyas voces angelicales nos trasladan a un espacio espiritual difícil de alcanzar en medio de un mundo lleno de precipitaciones y prisas.
La hora de la Santa Misa, como siempre, a las cinco y media de la tarde. Fuera del Templo 40 grados, dentro de él un frescor y una paz que lo inundaba todo.
Estaba allí inmerso en la celebración suprema de todo católico, cuando la voz de una de las hermanas de Belén leía la Segunda Lectura de San Pablo a los Efesios y tengo que decir que Dios me tocó el corazón. Han quedado grabadas en mi mente y en mi alma con fuego candente lo dicho por San Pablo y que está detallado arriba de estas humildes letras.
Nos dice que tenemos que ser humildes, amables, comprensivos, tenemos que sobrellevarnos mutuamente con amor, esforzándonos por mantener la unidad del Espíritu. Que somos un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que hemos sido convocados. Que tenemos un solo Señor, una sola fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo transciende, penetra e invade todo.
Si verdaderamente hacemos caso a lo que nos dice San Pablo, si sus palabras penetran, o la dejamos penetrar, en nuestros corazones que están demasiados duros, demasiados frío, podemos trabajar entre todos por el Reino de Dios. ¡Con lo fácil que parece y que difícil es cumplirlo! Nos pasa a todos, a mi el primero, pero tenemos que poner de nuestra parte, tenemos que bajar la cabeza para levantarla hacia arriba donde están entronizado Dios, tenemos que dejar todo lo que nos rodea y hace daño y buscar lo que verdaderamente nos puede hacer feliz. Vivir esa felicidad y en esa felicidad es poder, después, transmitirla a todos los que nos rodean. Tenemos la obligación de cumplir a rajatabla con el mensaje que nos ha dejado este domingo San Pablo para después hacerlo llegar a los demás. Todos somos uno porque todos trabajamos para y por Dios.
Si no lo hacemos, si nos esforzamos en ser altaneros, desagradables, si la incomprensión llena nuestras vidas y con ella la mentira, las críticas, los comentarios que asesinan la fama de los demás, si no vivimos nuestra vocación con entrega ni dejamos que Dios Padre penetra e invada nuestras vidas, si nos alejamos cada vez más de la verdadera felicidad, si ya nada tiene sentido porque hemos puesto nuestras miradas en las cosas de este mundo caduco y temporal, entonces os pregunto y me pregunto, ¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas?
Tenemos la felicidad al alcance de la mano, tan solo hace falta cumplir un requisito: Dejarse invadir y penetrar por Dios. Es tan fácil o difícil como eso.
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