«Decir que hay un poco de inflación es lo mismo que afirmar que estás un poco embarazada»
Tuve ayer la suerte de compartir el aperitivo con un reputado economista. Habló con soltura y contundencia, y confirmé su alto valor como sabio de la economía porque no me enteré de nada de cuanto dijo. Parece ser que ocupó un cargo en el Ministerio de Economía y Hacienda en el primer ciclo de los Gobiernos de Rodríguez Zapatero. Lo supe cuando ya se había ido, porque ocultó la circunstancia durante la amena charla. Me sorprendieron dos facetas interesantes de la consagrada autoridad económica. Su animadversión personal hacia la figura de Rajoy y su capacidad para dislocar las frases hechas con voces inapropiadas. De los economistas existen decenas de miles de definiciones, aunque no tantas como del amor. Claro, que aquí el amor no entra para nada y el inconveniente carece de importancia. Bueno, sí existe una definición de economista en la que el amor y la economía van de la mano con pocas posibilidades de cumplimiento. Es de Art Buchwald, el genial columnista ya desaparecido. «El economista es un hombre que conoce cien maneras de hacer el amor pero que no conoce a ninguna mujer». Recurro a las sentencias ingeniosas porque mi única intervención fue para recordarle una de ellas y al prestigioso economista no le hizo ninguna gracia. Se refería a los primeros tiempos de Zapatero y afirmó que, en efecto, se produjo en nuestro sistema económico «un poco de inflación». Dicen que la buena memoria es la inteligencia de los tontos. Pertenezco, pues, a la inmensa nube de tontos con buena memoria que en ocasiones aciertan. Al oír lo de «un poco de inflación» recordé la frase de Leon Henderson : «Decir que hay un poco de inflación es lo mismo que afirmar que estás un poco embarazada». El economista venía de dar una conferencia en una Universidad de verano y vestía de conferenciante de Universidad de verano. Blanca guayabera y pantalones rojos con zapatos sin calcetines. Un atuendo muy propio para ligar con alumnas interesadas en la Economía, detalle que le aplaudo sin reservas. Pero no le hizo gracia la fina agudeza de Henderson, y disimuló su desprecio por mi persona tragándose una raba, o lo que es igual, un aro de calamar rebozado. Debo reconocer que, desde la aparición de Henderson en la conversación, el profesor de Economía se mostró menos simpático con quien escribe, lo cual le importó un pimiento a quien escribe, dicho sea sin ánimo de herir el prestigio de nadie.
Pero la felicidad del ignorante es siempre mayor que la del petulante. Me refería al principio del artículo a la escasa propiedad semántica del ilustre profesor. La constaté cuando, negando toda responsabilidad de los Gobiernos de Zapatero en nuestra ruina, puso a caer de un burro a Rajoy y sus ministros económicos. Y dijo algo verdaderamente admirable, por su imposibilidad.
Admiro desde niño los imposibles. Su frase, áspera, y pronunciada con desdén, abrió los cielos de mi sonrisa, que es cursilería muy de verano, y por ello, perdonable. «La política económica de Rajoy nos está costando a los españoles un huevo de la cara». Tuve el valor suficiente para informarle que los españoles no tenemos huevos en la cara, y sí ojos, que era la intención primaria pero no lograda del sabio economista para redondear su oración. «Bueno, bueno, lo que sea», comentó con acritud muy acentuada. En vista de ello, y cuando me despedía de tan fundamental profesor, me dejé llevar por la fácil ironía. Le agradecí la lección y reconocí mi desasosiego. «Encantado de haberlo conocido, pero con sus reflexiones se me han puesto los pelos de gallina».
No reaccionó. Y me dio corte tener que explicarle, como con los huevos y los ojos, que las gallinas no tienen pelos. Mientras escribo, está dando una nueva conferencia.
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