Desde hace cinco años, tiempo que llevamos casados Hetepheres y yo, llegadas estas fechas hemos hecho la maleta para pasar unos días en Santander
La excusa era participar en un Curso de Verano, pero la verdadera intención era volver a Santander cada año porque desde el primero nos cautivó como ciudad elegante, acogedora, romántica. Las casas solariegas, sus monumentos, ese Paseo de Pereda que añoro tanto, el puerto, la Catedral, el Ayuntamiento, la Península de la Magdalena, Godofredo...
Cuando ves por primera vez el Palacio de la Magdalena enclavada en ese islote te deja prendido porque parece que retrocedes en el tiempo, en un tiempo pasado que nunca volverá.
Santander enamora, te deja prendido y prendado con todas sus cosas, sus peculiaridades. La gastronomía, os lo puedo asegurar, es destacable en todos los sentidos. Ya vayas de pinchos por sus bares o a mesa y mantel en sus innumerables restaurantes siempres saldrás satisfecho, que nunca harto, de todo cuanto te delietes en probar.
Un paseo en barco o caminar por el litoral. Visitar sus playas que son salvajemente acariciadas por un mar Cantábrico siempre bravío. Ir hasta la Ermita de la Virgen del Mar y observar la inmensidad de la mar en todo su esplendor.
Echaré mucho de menos hospedarme unos días en el Seminario de Monte Corbán, siglos de historia contemplan sus paredes, desayunar un buen café y un pincho en “La Tucho” para después coger dirección al cementerio que nos llevará por caminos que desembocan en la playa, en la Ermita de la Virgen del Mar o coger un largo camino por el litoral cantábrico con dirección al centro de la ciudad de Santander.
En esos días se para el tiempo, el reloj no merece la pena mirarlo porque estamos desperdiciando momentos únicos para disfrutarlos con los cinco sentidos.
Si tenemos suerte y podemos visitar pueblos y ciudades de Cantabria observaremos que todos son distintos, pero que todos tienen algo en común. La historia se entrelaza con las costumbres y con las tradiciones. Perderse por ellos en un ejercicio que sana cuerpo, mente y alma porque en cualquiera de sus Iglesias, sus Ermitas, Colegiatas te puedes encontrar con Dios ante el inmenso verdor que rodea todo.
Sí, este año echaré de menos Santander y a su gente. Echaré de menos a Chema, a Espe, a Javier, a Alfredo y a tanta buena gente con las que me encuentro cada año.
Este, sin embargo, existen motivos que me desmotivan para emprender este viaje. Este año Santander, que lo tengo y llevo en el corazón, lo veo desde la lejanía que da la distancia de los kilómetros que nos separan.
Para otro año, otro momento, quedará el tomarnos unos vinos y brindar por lo que queramos junto a mis queridos amigos Chema, Espe, Javier, a los que añoro y no veo desde hace ya mucho tiempo.
Si Dios así lo quiere y si las cosas se van enmendando nos podríamos ver en vuestra tierra el próximo año, aunque no esté por medio el tradicional curso de verano, podríamos escaparnos Hetepheres y yo a esa bella ciudad unos días para disfrutar de todo: De vosotros, con vosotros y de “nuestra” tierra porque queremos tanto a Santander que la consideramos parte nuestra.
Este año todo será diferente y también todo seguirá su debido cauce en la “normalidad” que nos hayamos inmersos. Este año, mis queridos amigos, alzad una copa de buen vino y brindad por nuestra amistad verdadera. Nosotros desde Jerez, desde el Sur de España, lo haremos con una copa de fino y ese brindis hecho a cientos de kilómetros de distancia sonará vigoroso porque estará hecho desde y por el corazón. Y ya se sabe que contra los verdaderos sentimientos no existen distancias.
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