domingo, 2 de septiembre de 2012

SER LO QUE SE PRETENDE PARECER.

Opinión | La Gaceta




  • RICARDO GÓMEZ DÍEZ, CONSULTOR EXPERTO EN REPUTACIÓN

    Sala Vip
  • Sócrates definía así una buena reputación, se consigue esforzándose en hacer realidad dentro lo que se quiere mostrar fuera. Y ese es, precisamente, el problema de España: según los últimos datos del Reputation Institute –la organización que evalúa la reputación de las principales empresas y naciones del mundo–, nuestro país no falla en reputación externa solamente, no, sino inicial y principalmente en reputación interna. Y es que la confianza que, históricamente, los españoles tenemos en nuestro propio país y en nosotros mismos es escasa, esa es la verdad. La autoestima no es uno de nuestros puntos fuertes y, lo que es más, pensamos que los otros nos ven peor de lo que lo hacen. De hecho, entre 2008 y 2010, al inicio de la actual crisis, la reputación que más cayó fue la interna (13 puntos), mientras que la externa volvió en 2010 a los valores de 2008, para caer luego en picado en 2011.
    A la vista de estos datos, tenemos entonces que preguntarnos: ¿es acertada la estrategia del Gobierno del PP de anteponer la recuperación de la confianza externa (la de los mercados) a la interna (la de los ciudadanos)? ¿Es posible recuperar una sin recobrar la otra? Sin entrar en elementos de carácter estrictamente económico o político, la respuesta es meridiana: no.
    Pero aún hay más: ¿es el problema de España la deuda, la burbuja económica auspiciada desde fuera, la falta de apoyo de nuestros socios europeos, algo, por tanto, coyuntural y exterior? ¿O es algo ligado a nuestro sistema político, nuestro mercado laboral, nuestra mentalidad y nuestra Administración Pública, algo de carácter estructural e interior?
    Porque en el correcto análisis de la situación nos jugamos mucho, y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, aún más. Ninguna organización, ningún país, ningún colectivo humano es capaz de recuperar la confianza externa si antes no logra convencer, mentalizar y motivar a su equipo interno (a sus ciudadanos, empleados o jugadores) del objetivo que se persigue, de por qué y para qué se persigue, si no consigue que tengan fe en sí mismos; ninguno. España no es ni será una excepción.
    No lo será porque es difícil, más bien imposible, recuperar la reputación interna si se incumple reiteradamente la palabra dada, si no hay confianza de los consumidores, trabajadores y empresarios en el futuro, si se aumentan los impuestos de manera repetida para incrementar la recaudación y casi no se reducen los gastos, especialmente los más prescindibles, si las reformas que son necesarias se retrasan sine die, si se postergan constantemente las explicaciones y se esconde uno de las cámaras y detrás de las cortinas.
    La confianza es racional pero, sobre todo, emocional, como la economía. Las percepciones son vitales y la idea que nos hacemos de las cosas, clave. Ese es el segundo error de este Ejecutivo, otorgar importancia única a lo racional en la batalla por la confianza dispuesto como parece a darle la vuelta a la famosa frase de Ho Chi Minh: “De victoria en victoria hasta la derrota final”. Ni la confianza se consigue primero fuera antes que dentro, ni primero con lo racional y luego con lo emocional; justo al revés. Ese grave error de apreciación nos está costando ya muy caro.
    Nuestra nación también cojea, según los datos citados, claramente de un pie, la economía: España es un buen país para visitar y vivir (la gente es agradable, el estilo de vida bueno y el ocio inmejorable), pero un mal país para invertir y trabajar (la innovación falla, nuestras empresas no son del todo competitivas, nuestras marcas no son suficientemente reconocidas en el mundo y nuestra gestión del talento deja mucho que desear).
    ¿Qué se está haciendo de manera planificada desde el Gobierno para revertir esa situación? ¿Es consciente el Ejecutivo de que los parches no valen y que el momento exige valentía y grandes decisiones? ¿Se tiene claro que el objetivo de España no es volver a la situación anterior a 2008, sino aprovechar la coyuntura para cambiar la estructura? Los remiendos son propios de zapateros y aventureros, pero las reformas, de estrategas y sensatos.
    Por último, no es de extrañar que los medios internacionales –singularmente Financial Times– rejoneen al Ejecutivo un día sí y otro también. No se puede pedir a los demás que crean en uno si uno mismo no cree antes en él. No se puede pedir –fuera– a la opinión pública internacional que crea en nuestras cuentas, si lo que piensa –dentro– la española es que son cuentos.
    El Gobierno actual, y con él España –ese es el drama–, no tiene un problema de comunicación como reconocía hace unos meses la propia secretaria de Estado del ramo, la cosa va más allá: tiene un problema de reputación. Y la reputación no se gana sólo por lo que se dice –menos aún por lo que se calla– sino, evidentemente, por lo que se hace. Decía Epicuro que los pilotos habilidosos consiguen su reputación en medio de las tormentas y las tempestades. Esperemos, por el bien de todos, que el nuestro la recupere pronto, sobre todo ante nuestros ojos. 
    (*) Ricardo Gómez Díez, Consultor experto en Reputación

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