martes, 25 de septiembre de 2012

EVANGELIO DEL DÍA Y MEDITACIÓN.

Evangelio según San Lucas 8,19-21. 
Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud. 
Entonces le anunciaron a Jesús: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte". 
Pero él les respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican". 



Leer el comentario del Evangelio por 
Papa Benedicto XVI 
Discurso del 26/02/2009 al clero diocesano de Roma (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)

“Mi madre y mis hermanos, son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”
        María es la mujer de la escucha. Lo vemos en el encuentro con el ángel y lo volvemos a ver en todas las escenas de su vida, desde las bodas de Caná hasta la cruz y hasta el día de Pentecostés...  En el momento del anuncio del ángel podemos ver ya la actitud de escucha, una escucha verdadera, una escucha dispuesta a interiorizar: no dice simplemente "sí", sino que asimila la Palabra, acoge en sí la Palabra. Y después sigue la verdadera obediencia, como una Palabra ya interiorizada, es decir, transformada en Palabra en mí y para mí,... Así la Palabra se convierte en encarnación.

        Lo mismo vemos en el Magníficat. Sabemos que es un texto entretejido con palabras del Antiguo Testamento. Vemos que María es realmente una mujer de escucha, que en el corazón conocía la Escritura. No sólo conocía algunos textos; estaba tan identificada con la Palabra, que en su corazón y en sus labios las palabras del Antiguo Testamento se transforman, sintetizadas, en un canto. Vemos que su vida estaba realmente penetrada por la Palabra; había entrado en la Palabra, la había asimilado; así en ella se había convertido en vida, transformándose luego de nuevo en Palabra de alabanza y de anuncio de la grandeza de Dios...

        Es evidente que la Virgen es palabra de la escucha, palabra silenciosa, pero también palabra de alabanza, de anuncio, porque en la escucha la Palabra se hace de nuevo carne, y así se transforma en presencia de la grandeza de Dios.

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