VUELTAS DE TUERCA
Es probable que en esta mañana de sábado, acodado en la barra del bar o empujando el carro de la compra, le asalte a usted un extraño desasosiego. No se alarme. No es grave. No sufre un trauma postvacacional ni le han hecho daño las últimas gambas del chiringuito. Es que el IVA ha subido del 18% al 21%, tres décimas de fiebre que delatan una infección galopante. Notará la cartera algo temblorosa, tal vez anémica. Pero ante todo, mucha calma. Hay una explicación. Que suban los impuestos ha pasado de ser progresista a ser inevitable, de predicarlo la izquierda como el crecepelo milagroso del Estado del bienestar a recetarlo la derecha como la purga Benito. Ya no queda en pie un solo dogma político sobre la tributación, seguramente porque los ideólogos han sido desplazados por los contables, menos dados a las aventuras presupuestarias. No es de extrañar, por tanto, que la relación de los españoles con el fisco bordee la esquizofrenia. La mayoría de los contribuyentes paga religiosamente sus impuestos, tolera resignado que Hacienda se apropie cada año de su salario de cuatro meses y suele engañar lo justo.
Pero al mismo tiempo, España es el principal país de Europa en el que burlar a la Agencia Tributaria conserva cierto prestigio romántico, como el que gozaban aquellos bandoleros de Sierra Morena a los que Sánchez Gordillo pretenden imitar hoy regresando al siglo XIX. Año tras año, las encuestas repiten lo mismo: más de la mitad de los españoles no oculta su benevolencia hacia los defraudadores, hasta el punto de justificar sus desmanes como un gesto de inteligencia. Tal vez por eso, la principal preocupación de Hacienda ante la nueva subida del IVA se centre en contener la falsificación de facturas y atajar el rebrote de la economía sumergida, que adquiere ya proporciones siderales, alimentada por la famosa pregunta del vendedor:«¿Con IVA o sin IVA?». Sin embargo, hay un modo mejor de combatir la evasión, que es gastar los impuestos con mesura, con transparencia y en lo necesario. O dicho por pasiva: nadie quiere que sus impuestos vayan a una burocracia de amiguetes que en estos últimos años ha sido engordada por intereses ideológicos; nadie soporta que su dinero se destine a financiar sueldos millonarios de los enchufados en las 4.000 empresas públicas inútiles y prescindibles, la gran mayoría de ayuntamientos y autonomías; nadie, en fin, está dispuesto a mantener a esa vasta casta de cargos públicos que parasita municipios, diputaciones, comunidades y gobiernos. Si hay que pagar más IVA para mejorar la Sanidad, la Educación, la seguridad, la Justicia y las infraestructuras, no faltarán contribuyentes convencidos y responsables. Pero para cebar a los vagos con carnet, no.
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