Un aspecto muy interesante de la acción política de la izquierda, tanto partidista como social, es el uso que hace de las ideas y del lenguaje.
Desde hace décadas ha demostrado un extraordinario dominio de la comunicación y la propaganda. La primera comprobación la encontramos en el propio término izquierda, que se ha convertido en la adscripción mayoritaria para intelectuales, artistas, escritores y profesores universitarios. El ser conservador es menos atractivo. Por ello, parece que la derecha incluso tenga que pedir disculpas por gobernar tras una victoria en las urnas. Esto llega al extremo grotesco de tener que integrar en buenos destinos a los altos cargos cesantes, incluidos los más sectarios. La diferencia es que cuando gobiernan los socialistas emprenden una limpieza, como sucedió en 1982 ó 2004, en la que no sólo los que han colaborado sino los que creen desafectos son enviados a los peores destinos. Otro aspecto interesante son los nombramientos en instituciones y organismos. Los que elige la izquierda son de una fidelidad sin fisuras, mientras que la derecha sufre a «independientes» acomplejados que necesitan quitarse el estigma de haber sido designados por la derecha. Creen que están sólo por sus méritos. Al final no sólo no agradecen la oportunidad que se les ha dado sino que dan lecciones sobre cómo se tiene que gobernar.
Rajoy se ha encontrado una herencia envenenada en muchos campos, porque la gestión socialista siempre es tan ideológica como excluyente. El consenso o el acuerdo es algo que los socialistas reclaman cuando están en la oposición mientras que en el gobierno aplican el rodillo parlamentario de forma implacable. Un terreno en el que la izquierda se siente muy cómoda es la agitación en la calle. Cuando las protestas o las manifestaciones provienen del sector conservador son descalificadas, pero en el momento en que se impulsan desde el otro lado se considera que representan el sentimiento mayoritario de la sociedad. Lo que no ganan en las urnas lo quieren obtener en la calle por medio de la agitación social. Con lemas simples pero contundentes, una característica de su capacidad propagandística, mueven a los descontentos mientras la izquierda mediática cumple eficazmente su papel de altavoz.
Un estudio de las revoluciones políticas y otra cosa son las científicas y las culturales demuestra el enorme fracaso de la izquierda. Desde la francesa hasta nuestros días, han sido desastres humanitarios de grandes proporciones que han incluido el exterminio de los adversarios. Los movimientos populistas, de uno u otro signo, han sido por regla general desastrosos porque han conducido a regímenes totalitarios. A pesar de ello, el término «revolucionario» es muy valorado y tiene un componente positivo en el imaginario colectivo. Hay que ser revolucionarios, aunque me gustaría que alguien me indicara una revolución que comporte progreso social. En otros casos se denomina revolución al triunfo de un golpe de estado de izquierdas, como los Claveles en Portugal, o la positiva la caída del Muro de Berlín y la descomposición del comunismo. No hay más que ver lo sucedido con revoluciones como la rusa, la cubana, la china, la coreana, la iraní y tantas otras. Los revolucionarios de las independencias coloniales tras la Segunda Guerra Mundial dieron lugar a crueles dictaduras.
Los populismos son un auténtico desastrecomo lo son los movimientos antisistema, que son impulsados por elementos de esa izquierda radical que con tanta persistencia fracasó en el siglo XX. Ahora tenemos la transformación del 15-M. Es un movimiento que siempre está dispuesto a deslegitimar el resultado de las urnas y ofrecer una alternativa que es la actualización del comunismo fracasado. No importa que haga menos de un año que se celebraron elecciones, porque son «revolucionarios». Desde Robespierre a Castro, pasando por Lenin o los radicales de Hispanoamérica, los revolucionarios han gozado de simpatía porque la izquierda y sus intelectuales se han encargado de «vender» el producto. La realidad es que sólo traen retroceso y caos.
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