Los nacionalismos son cinismos institucionales establecidos para el chantaje, la coacción, y en ocasiones, la burla
Siempre que mis amigos catalanes –que los tengo a puñados–, me han dicho en estos últimos años que Cataluña es autosuficiente, les he dado inmediatamente la razón. Lo era, lo es y lo será. Pero para ello era, es y será imprescindible que el mejor cliente, el gran comprador de sus productos, siga siendo el resto de España. He seguido con enorme interés, y durante muchos años, las palabras del excelso gurú del nacionalismo separatista vasco, Javier Arzallus, que se convirtió en Arzalluz de la noche a la mañana. Arzallus, pocos meses antes de declararse independentista, obligado por las presiones de la ultraizquierda proetarra, fue preguntado por una periodista acerca de sus pretensiones. «¿Desea usted la independencia del País Vasco?»; y Arzallus, que es casi todo menos tonto, respondió repentinamente formulando una doble pregunta: «¿Para qué? ¿Para plantar berzas?». Los nacionalismos viven, se mantienen y se enriquecen maravillosamente gracias al gran capital que poseen, que no es otro que la amenaza chantajista. Compartían una copa en el bar de Hotel Palace de Madrid Juancho Armas Marcelo e Iñaki Anasagasti, cuando éste último, además de portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados, era una persona educada. Lo de siempre. Que si el «referendum» para la independencia, que si Navarra era «Euskadi» –aquello hundió definivamente a Carlos Hugo de Borbón Parma, que pasó de ser el rey de los carlistas a no obtener ni un escaño en las elecciones–, y al sistema a emplear en el dichoso refrendo. Juancho Armas, vitalista, canario, gran escritor y siempre bienhumorado, le recomendó a Anasagasti menos afectos con la equivocación primaria. «Si convocáis un “referendum” en las tres provincias vascas perderéis por goleada. El único camino para vuestra victoria es el legal. Que todos los españoles participemos. En ese caso, los que estamos hartos podríamos apoyar vuestra separación y enviaros al carajote». Porque los nacionalismos, tan antipáticos con quienes no les hemos hecho absolutamente nada, excepto aguantar sus constantes impertinencias, no son en realidad proyectos definidos hacia la secesión, sino cinismos institucionales establecidos para el chantaje, la coacción, y en ocasiones, la burla.
Jordi Pujol, notable alférez del IPS y que a punto estuvo de reengancharse para seguir su carrera en los nobles espacios de nuestras Fuerzas Armadas, fue tan sólo, como tantísimos otros, un disidente del franquismo. En nada ayudó al que era Presidente de la Generalidad en el exilio, Josep Tarradellas, en el restablecimiento de la añeja institución catalana. Lean las memorias de Tarradellas y se quedarán de piedra. Y su mayor gozo personal se lo proporcionó Luis Maria Anson, Director del viejo ABC de los Luca de Tena, cuando consiguió que la Redacción del periódico lo designara «Español del Año», un año más tarde, si la memoria no me falla, que Don Juan De Borbón. Pujol jugaba a nacionalista romántico mientras en su casa le crecían los enanos, escrito sea desde el respeto de la frase hecha. Pujol abrazaba al Rey en el palco de Montjuich en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 –aquel grandioso acontecimiento del que tanto se beneficiaron Barcelona y Cataluña con el dinero todos los españoles–, mientras su hijo Oriolín paseaba una pancarta en la que se leía «Catalonia is not Spain». El doble juego de siempre, tan hipócrita y tan antipático.
Ahora nos enteramos de que el nacionalismo, con el derroche de dinero público empleado y tirado en asuntos tan aldeanos como menores, ha llevado a Cataluña al fondo del cubo de la basura, y que Durao Barroso les ha recordado que en la Unión Europea no caben aventuras soberanistas. Que la escisión llevaría a Cataluña a la soledad del pueblo, fuera del euro y de Europa. No es cierto que los 5.000 millones de euros solicitados por la Generalidad al Gobierno de España sea una cantidad que corresponde a Cataluña y que el malvado Gobierno central les ha chuleado. Es la consecuencia de una nefasta política económica encaminada a invertir en el aire de la aldea. Bonos basura y advertencia por la deriva independentista. No obstante, Cataluña sigue y seguirá siendo autosuficiente, mientras el resto de España compre y ayude. Y por mi parte, feliz por hacerlo, porque Cataluña también es mía y de mi alma.
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