Estoy en una semana, que podríamos denominar, reflexiva. No sé por qué me sucede esto; será por los efectos de mi enfermedad, porque mi ánimo va caminando según pasa el verano y se acerca el otoño, será porque hace mucho tiempo quería escribir sobre los temas que he tocado durante estos días: Los cristianos perseguidos, mi experiencia de Dios y ahora con otro que no tiene nada que ver con los anteriores, pero que forman parte de mi como la vida misma.
Quiero exponer en este post unas cuantas reflexiones, unos cuantos pensamientos sobre el sentido de la lealtad, de la fidelidad en las relaciones humanas en el sentido más amplio que se le pueda dar.
Por los años que llevo vividos, la gran mayoría con gran intensidad, puedo hablar de las historias de las lealtades porque he sido merecedor de las mismas.
Suele pasar que estas "lealtades" o "fidelidades" mal entendidas o mal concebidas suelen doler mucho cuando eres joven, cuando confías plenamente en las "sinceras" palabras, bonitas palabras, que te ofrece ese amigo tuyo que está dispuesto a todo con tal de defender su entrega al proyecto que puedes representar. Al final, cuando toca "lamerse" las heridas porque nada de lo que se dijo era cierto, sino más bien lo contrario, y ese "amigo" se ha entregado a otro postor, mejor o peor, para conseguir los réditos que tenía como objetivos. El proceso de curación, de olvido, de superación cuesta más cuando la juventud adorna tu vida.
Voy a poner un ejemplo, el mio, y que no pretendo que lo sea de nadie. Me he llevado 24 años ininterrumpidos en cargos de cierta responsabilidad en diversas instituciones y asociaciones. Por carácter, por mi forma de ser, me suelo entregar hasta la extenuación en la misión que haya tenido encomendada. Nunca he pretendido el prestigio y la relevancia social, sino que he ofrecido mi trabajo por el bien de la institución y de las personas que la conformaban. Claro, con tantos años de experiencias, de ostentar esos puestos de responsabilidad, algunos en condiciones muy duras en las que no había de nada y que el mejor recurso era la imaginación así como todo lo experimentado en años anteriores, con el pasar del tiempo vas adquiriendo, por el desarrollo de tu misión y por lo relacionado que estés, la condición de consejero, de persona de confianza a la que es agradable pedir opinión y consejo. ¡Eso pasa cuando uno va entrando en esa etapa de la vida que llaman: "La madurez".
Y, gracias a Dios, con la madurez, con los cuarenta ya cumplidos, y suma y sigue, todo estos temas van tomando la importancia que verdaderamente tienen. ¡Ni más, ni menos!
Después de tantas experiencias vividas a lo largo de la vida, puedo decir que los ciclos se repiten una y otra vez con el pasar del tiempo, he podido experimentar, de nuevo, esas famosas historias de lealtades, de fidelidades mal entendidas.
Algunas personas, a las que he tenido en gran estima y se la sigo teniendo aunque ya de una manera más auténtica, más real, me hicieron partícipes de grandes lealtades, de fidelidades extremas, y que luego se desvanecieron como el azucarillo en el café. Querían escuchar, lo que querían oír, querían participar y realizar proyectos que solo existían en sus mentes.
Unos por manipuladores, otros por jugar con todas las barajas puestas en el tapete, otros con actitud de lealtad extrema que lleva a la desconfianza total, otros por..., y así un suma y sigue que sería más que cansino enumerar.
Ese tipo de relaciones, viciadas desde el principio al fin, es como un souflé: Muy hermoso por fuera aunque en el interior no tenga más que aire. Esta última apreciación, hecha comparación, se hace cuando se sabe que es lo verdaderamente importante en tu vida, cuando lo secundario y accesorio cae por su propio peso.
Siempre digo, y mantengo, que de mi no esperen fidelidad porque yo solo le soy FIEL a Dios y a mi mujer. ¡A nadie más! De mí pueden esperar LEALTAD. Sí, lealtad bien entendida, lealtad con mayúscula como un principio inexorable que está dentro de un código de honor. La lealtad no es decir que bonito es todo, que bien lo haces y después clavarte el puñal con críticas y chismorreos, acabar contigo y tu prestigio por detrás aunque por delante te ponga buena cara. Eso no es lealtad. Lealtad es ser el fiel amigo que le dice que está bien cuando le parece que acierta y que se está equivocando cuando sus acciones son desacertadas. El hacerlo directamente a la cara o con tu nombre y apellidos por delante. Ser leal en este mundo de falsedades e insidias es muy difícil y los que asumen el serlo pueden ser vilipendiados hasta llegar a ser abandonados en la cuneta del ostracismo que te imponen los que no saben, ni se imaginan, lo que es ser coherentes en la vida.
Cuando llevas a tu vida la coherencia, cuando pones en practica tu código de honor, muchos "amigos" se olvidan de ti, las llamadas disminuyen al máximo hasta llegar a desaparecer de ese "su" mundo. Decía Tony Blair que cuando dejó el cargo de Primer Ministro llamó por teléfono a uno de sus habituales contactos y este respondió a la llamada: ¿Quién eres? Pasó de ser el Presidente de una Nación a un auténtico desconocido en solo unos días.
Lo bueno de todo esto es que ahora las llamadas que recibes, los mensajes, las conversaciones son de los verdaderos amigos, los que siempre están contigo y nunca te defraudan porque, al fin y al cabo, esos son los verdaderos y leales amigos que constituyen un auténtico tesoro en tu vida.
He titulado este post: "Historia de lealtades" aunque si le añadimos un des a lealtades sería mucho más veraz, mucho creíble. ¿No creéis?
Jesús Rodríguez Arias.
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