Defender la vida y desarrollo de la fauna no está enfrentado, sino al revés, a la práctica de la caza. No conozco mayores defensores y cuidadores de la naturaleza que los propietarios de cotos y los buenos cazadores, que son mayoría. Ahora, WWF, que tanto debe a la Familia Real española ha decidido por votación de sus socios –el resultado de ella es pues, tan inapelable como respetable–, que el Rey deje de ser su Presidente de Honor por matar al célebre elefante de Botswana en una acción de caza irreprochablemente legal. El profesor Araujo, al que estimo y admiro, justifica la «difícil y triste decisión» a la dedicación de los miembros de WWF a mantener la vivacidad del mundo. Y nos recuerda que Emily Dickinson consideraba que no ha vivido en vano quien ha salvado la vida de un desmayado petirrojo. Si el elefante africano, la «loxodonda africana» es un animal en peligro de extinción como aseguran los sabios naturalistas y ecologistas de WWF, harían bien en extremar su seguimiento y vigilancia de lo que acontece en un gran número de parques naturales y zonas públicas y privadas de caza en el continente negro. Allí, según tengo entendido, no están tan alarmados con la escasez de elefantes, sino muy al contrario, preocupados por su abundancia. El Rey ha cazado deportivamente a un elefante, en tanto que los Gobiernos de muchas naciones de África ordenan cada año eliminar a miles de ejemplares para mantener el equilibrio natural en sus territorios. Espero que se me permita opinar que la decisión de desposeer al Rey de la presidencia de Honor de WWF responde más al oportunismo y la demagogia cursi del buenismo que a la reflexión. Es lo que llaman los austriacos el «ecologismo edelweis».
La caza en España se encuentra, gracias a los propietarios de los cotos que invierten su dinero en la vida de los animales y a los cazadores que respetan y cuidan los campos con creciente esmero, en un estado de salud rebosante. Hay más cabras hispánicas, rebecos, corzos, venados, gamos y jabalíes que nunca. El lobo se ha recuperado con fuerza y puede ser abatido desde el Duero superado, y del oso pardo, en sus territorios oriental y occidental, se ríen los vecinos de ambas zonas cuando se les proporciona el número, que según las autoridades, viven en nuestros bosques. Se ríen porque saben que el número real triplica como poco al oficial, aunque en este caso concreto nada tenga que ver la caza, ya que está prohibida. WWF, cuando era ADENA, no estuvo acertada anunciando y exigiendo medidas para que se mantuviera el urogallo en los cantaderos del norte. También WWF ha incurrido en exagerados errores, y no por ellos se ha obligado a los responsables equivocados a abandonar sus responsabilidades. Y en una España en crisis, WWF no parece respetar la caza desde su dimensión económica. Centenares de miles de familias españolas viven de y por la caza. A esa situación de salud de la naturaleza en España, mucho ha contribuído el Rey. Resulta inadmisible para una inteligencia normal entender la radicalidad de algunos ecologismos. Sin caza desaparecerían los animales, o menguarían notablemente sus poblaciones, y eso lo sabe a la perfección el profesor Araujo, al que hay que respetar profundamente su interpretación de la vivacidad.
Culturalmente, la caza es una actividad inductora del arte y la literatura. La estúpida prohibición de la caza del zorro en Inglaterra no hizo otra cosa que borrar de golpe una estética adquirida a través de los siglos. Los reyes de España han sido siempre magníficos cazadores, y ahí está Velázquez para confirmarlo. En Botswana está permitida la caza del elefante, y el Rey, invitado, mató un elefante en Botswana. No comprendo el escándalo. Por otra parte, y eso es lo más curioso del caso, que tan importante decisión de WWF, duramente debatida, al Rey le importa un higo.
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