Tercer Domingo de Pascua
Cristo se aparece a los apóstoles con la puerta
cerrada, de Duccio di Buoninsegna. La Maestà,
de la catedral de Siena
Los discípulos de Emaús, después de su encuentro con el Resucitado, vuelven a Jerusalén a compartir su vivencia con los once y demás compañeros. Todavía están hablando, cuando de nuevo se hace presente Jesús en medio de ellos. Esta aparición repentina produce miedo en un principio, una reacción que tiene su lógica aunque nos pueda parecer extraño. Era una experiencia demasiado fuerte para quienes le habían visto padecer, morir y ser sepultado no muchas horas antes ¡Cuántas ilusiones, cuántas expectativas mesiánicas se habían derrumbado por el fracaso de la cruz! De ahí que, llenos de miedo e inseguridad, creen que se trata de un fantasma.
En primer lugar, Jesús les ofrece pruebas físicas de su identidad, pruebas que evidencian su naturaleza corporal, aunque esté glorificada: «Mirad mis manos y mis pies..., palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Jesús insiste en que miren, en que palpen, e incluso come delante de ellos. Ellos, gradualmente, pasan de la incredulidad a la fe, y acaban por reconocer que efectivamente es Jesús de Nazaret, el Maestro, que ha resucitado. San Lucas nos transmite la certeza de que el Señor ha resucitado y ésa es la certeza fundamental del hecho cristiano.
Seguidamente, les abre el entendimiento para que puedan comprender las Escrituras. Les ayuda a entender los acontecimientos de la historia de la salvación a la luz de la Pascua, como etapas de un proceso que culmina en Cristo Jesús. A partir de ahora, los apóstoles comenzarán a entender el misterio de la redención, el misterio de Jesucristo, y podrán ser sus testigos ante todos los hombres. Ahora corresponde a los Apóstoles predicar la conversión y el perdón de los pecados, anunciar la Buena Nueva de la salvación, dar testimonio de lo que han experimentado, de lo que han oído, de lo que han contemplado con sus ojos, de lo que tocaron con sus manos acerca de la Palabra de vida.
Cristo resucitado está presente en medio de su Iglesia y ahora nosotros somos sus testigos en la sociedad del siglo XXI. El Señor nos envía a anunciar la Buena Nueva a nuestros contemporáneos con una misión evangelizadora que ha de producir una renovación profunda, una transformación de cada persona y de toda la Humanidad, porque Cristo ha venido para hacer nuevas todas las cosas. Presentes en medio del mundo, haciendo camino con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, compartiendo los trabajos y las dificultades, superando la impaciencia y los desánimos, dando razón de nuestra esperanza, siendo portadores de alegría, de aquella alegría genuina que provoca la experiencia del encuentro con Jesucristo resucitado.
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa
Evangelio
En aquel tiempo contaron los discípulos de Emaús lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros».
Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?; ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».
Lucas 24, 35-48
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