jueves, 5 de abril de 2012

MI JURAMENTO; POR ALFONSO USSÍA.


La razón

Mi juramento; por Alfonso Ussía

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Alfonso Ussía, en la capilla ardiente de Antonio Mingote
Diccionario Inteligente
5 Abril 12 - -
Me llegan noticias tristes. Parece ser que no ha caído bien en nuestro hermano ABC el esfuerzo que «La Razón» ha dedicado a Mingote. Que se ha presionado a políticos y personalidades para que no escribieran en nuestro periódico. Mingote es de ABC, pero también de todos. Y me duele que se haya puesto en duda que en diciembre de 2008, Antonio Mingote a un paso, muy pequeño, brevísimo, estuvo de «La Razón». Parece ser que el Director de ABC ha dicho que todo responde a la falsedad, y por ahí no paso, entre otros motivos porque cuando se produjo el hecho, el Director de ABC no estaba en ABC. Hablar de dinero es una grosería. La grosería mengua cuando los que hablan de dinero son dos amigos sin dinero. Antonio e Isabel pasaban por malos momentos, despojados por una triquiñuela bancaria de la casi totalidad de sus ahorros. Y me interesé por la cuantía del contrato de Mingote, que se me antojó vergonzosa. El genio, la referencia y la principal columna de ABC, después de 55 años de diaria culminación de su talento al servicio de ABC, percibía una cantidad muy lejana a la justicia y a la generosidad. Hablé con Mauricio Casals, presidente de «La Razón», y obtuve su permiso para ofrecerle las páginas de «La Razón». Antonio se sentía profundamente ligado al ABC tradicional, el de Juan Ignacio, Torcuato y Guillermo Luca de Tena, pero alejadísimo de los nuevos socios de Vocento, algunos de ellos nacionalistas camuflados en las cenizas del esplendor de Guecho. Avisé a Soledad –Petisa– Luca de Tena de nuestro propósito. Jamás traicionar a los amigos. La cuestión era sencilla. Si Antonio aceptaba la oferta de «La Razón», ganarían «La Razón», Antonio e Isabel. Si ABC igualaba o superaba la oferta, nuestro fin estaba cumplido. Ante el terror a perderlo, ABC correspondería, al fin, con justicia y generosidad al talento de Antonio y al futuro de Isabel. Como era de esperar, ABC mejoró sus condiciones y Antonio se mantuvo en donde había estado 55 años de su vida. Comprendimos su postura y aplaudimos la resolución del caso. Pero las cosas se torcieron, como casi siempre. Y por segunda vez, Antonio Mingote, sintiéndose humillado por la negociación, me hizo ver su ilusión por incorporarse a nuestro periódico. No estaba contento. Y lo prueba esta carta, enviada en enero de 2009 al Consejero Delegado de Vocento, José Manuel Vargas, en su papel timbrado de la Real Academia Española. «A D. José Manuel Vargas. Vocento. Mi distinguido amigo: Desde hace cincuenta y cinco años vengo publicando mis dibujos en ABC. En este periódico empezó mi vida profesional, y a mi trabajo en él le debo mi más o menos sólido prestigio. Siempre he creído que ABC era «mi» periódico, del modo más cordial y desinteresado. Las muestras de mi desinterés son abundantes. Mi ligazón a ABC ha sido siempre más sentimental que laboral.

Hasta hoy.

Ese desmesurado contrato que me propones es sencillamente humillante, aunque su lectura me ha producido más bochorno y vergüenza que humillación. ABC ha dejado de ser esa casa amistosa y acogedora (aunque no siempre generosa) para transformarse en una empresa que pretende convertirme en poco menos que un siervo provechoso y explotable. La sombra de Juan Ignacio se ha desvanecido para dejar paso a unos directivos atentos exclusivamente a sus ganancias, objetivo por otra parte, legítimo.

Pero lo cual ha dado un vuelco a mi conducta. Le he prohibido a Isabel que siga negociando ese contrato, para dejar la tarea en manos de mi abogado, que sabrá hacerlo con Vocento sin el lastre de nuestra vieja devoción a ABC.

He dejado de ser un amistoso y leal colaborador para convertirme en un asalariado que procura mejorar su condición. Con mis mejores deseos, Antonio Mingote. Enero de 2009».

Este documento estremecedor estaba condenado al silencio, pero las mentiras hay que responderlas con contundencia. Todo lo aquí escrito es más que mi propia verdad. Antonio no ha sido todavía incinerado. Está sobre la tierra, y por su memoria juro –soy católico–, que nada de lo aquí narrado pertenece a la fantasía ni a la desavenencia profesional. Tal como lo cuento, sucedió.


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