viernes, 6 de abril de 2012

LA PASCUA, A TRAVÉS DE LOS VERSOS DEL QUEVEDO MÁS CRISTIANO.

Sociedad | La Gaceta


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    Francisco de Quevedo
    DEJADO DE UN LADRÓN, DE OTRO SEGUIDO

    La Pascua, a través de los versos del Quevedo más cristiano

    06 ABR 2012 | K. MÉNDEZ-MONASTERIO
    Algunos gurús de la contracultura, paleta y subvencionada, pusieron de moda a Quevedo durante un tiempo.
  • Sí, durante un tiempo, y para esa generación transitiva y plebeya que creía que la democracia era poder mirar por el agujero de una cerradura, lo procaz de Quevedo se convirtió en excusa perfecta para camuflar su vulgaridad y disfrazarla de cultura.
    Luego, los más intelectuales -o sea, los que habían leído un libro- también reivindicaron el Quevedo político, conspirador, evitando -eso sí- darle el nombre de golpista. Y todavía ahora algún fanfarrón lo desdibuja en sus folletines, convirtiendo al noble hidalgo en poco menos que un macarra de taberna, porque los rufianes, igual que los ladrones, creen universal la condición propia.
    El caso es que la histeria adolescente por sus rimas más escatológicas, o su reivindicación por los columnistas más pedantes y faltones -que veían en sus sátiras excusas para dedicarse profesionalmente al insulto y a la metáfora facilona- han enterrado al Quevedo más interesante, al caballero de la Orden de Santiago, al filósofo vitalista, al cristiano viejo, tan orgulloso de su religión y de su patria como convencido de la decadencia inevitable de su imperio.
    Cristo en Jerusalén
    Y como la decadencia se ha convertido en naturaleza permanente de lo nuestro, y como la religión -como todas las verdades- no puede cambiar, resulta tan intelectualmente estimulante como piadoso utilizar al poeta para hacer un recorrido sobre la Pascua.
    Incluso de antes. También sirve para la Cuaresma, por ejemplo, cualquiera de sus anuncios de conversión, y a muchos les será fácil reconocerse en los motivos:
    “Como sé cuán distante/ de Ti, Señor, me tienen mis delitos,/ porque puedan llegar al claro techo/ donde estás radiante,/ esfuerzo los sollozos y los gritos,/ y, en lágrimas deshecho,/ suspiro de lo hondo de mi pecho./ Mas, ¡ay!, que si he dejado/ de ofenderte, Señor, temo/ que ha sido/ más de puro cansado/ que no de arrepentido./ ¡Terrible confesión, confuso espanto/ del que a tu sufrimiento debe tanto!”
    Y preparados así para la Semana Santa, la empieza Quevedo con una advertencia franca en el Domingo de Ramos, una reflexión nada banal sobre la mudanza de las muchedumbres. A la entrada de Cristo en Jerusalem:
    “¿Alégrate, Señor, el Ruido ronco/ deste Recibimiento que miramos?/ Pues mira que hoy, mi Dios, te dan los Ramos/ por darte el Viernes más desnudo el tronco./
    Hoy te reciben con los Ramos bellos;/ aplauso sospechoso, si se advierte;/ pues de aquí a poco, para darte muerte,/ te irán con armas a buscar entre ellos.
    Y porque la malicia más se arguya/ de nación a su Propio Rey tirana,/ hoy te ofrecen sus capas, y mañana/ suertes verás echar sobre la tuya.

    Después el prendimiento. Cuando saca Pedro el hierro y hiere al soldado, por un momento queremos todos que sea capaz de liberarlo. Quevedo, que era también de espada fácil, parece frustrado por la derrota de la violencia, y casi se ensaña en la debilidad de Simón, probablemente convencido de que él no hubiera fallado, o al menos no de esa forma.
    Adornado el pecho
    “¿Adónde, Pedro, están las valentías/ que los pasados días/ dijistes al Señor? ¿Dónde los fuertes/ miembros para sufrir con él mil muertes,/ pues sola una mujer, una portera,/ os hace acobardar desa manera?/ A Dios negastes; luego os cantó el gallo,/ y otro gallo os cantara a no negallo;/ pero que el gallo cante/ por vos, cobarde Pedro, no os espante:/ que no es cosa muy nueva o peregrina/ ver el gallo cantar por la gallina.”
    Luego la Cruz, que es el centro de todo, del Cristo de Velázquez a la Pasión filmada por Mel Gibson, referente perpetuo del arte y -en la versión de Santiago- el símbolo con el que el poeta se adornaba el pecho. Es difícil elegir -entre tantos dedicados- el poema para ese momento. Este que sigue parece hecho a propósito para la vigilia, para esas horas oscuras en las que no hay Verdad porque aún no ha resucitado. A Cristo en la Cruz:
    “Llena la edad de sí toda quejarse,/ Naturaleza sobre sí caerse,/ en su espumoso campo el mar verterse/ y el fuego con sus llamas abrasarse,// el aire en duras peñas quebrantarse, y ellas con él, y de piedad romperse,/ el sol y luna y cielo anochecerse es nombrar vuestro Padre y lastimarse.// Mas veros en un leño mal pulido, de vuestra sangre, por limpiar, manchado,/ sirviendo de martirio a vuestra Madre;// dejado de un ladrón, de otro seguido,/ tan solo y pobre, a no le haber nombrado,/ dudara, gran Señor, si tenéis Padre.”
    Y por último, como sobre una piedra designa Cristo sucesor, como se rompen las piedras en su muerte, y como otra roca -la del sepulcro- anuncia la Resurrección, acabamos también como minerales:
    “De piedra es hombre duro, de diamante/ tu corazón, pues muerte tan severa/ no anega con sus ojos tu semblante./ Mas no es de piedra, no, que si lo fuera,/ de lástima de ver a Dios amante,/ entre las otras piedras se rompiera.

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