Sólo un país unido y con esperanza puede superar los grandes retos
Los españoles regresan de vacaciones esta semana y se encontrarán con un nuevo curso político lleno de dudas: el futuro del euro, el desafío soberanista y la amenaza sindical de tomar las calles
Este año ha coincidido con la celebración de acontecimientos que han sido muy importantes en la historia de España. Es algo que me gusta especialmente porque el 12 es mi número favorito, aunque a estos efectos es una casualidad irrelevante. En el año 212, el emperador Carcalla extendió el derecho de ciudadanía a todo el Imperio Romano y por tanto benefició a todos los hispanos (que era como se nos conocía desde hacía siglos); en 1212, se produjo la decisiva batalla de las Navas de Tolosa (aunque algunos historiadores se empeñan ahora en introducir matizaciones sobre su relevancia, debe de ser por la influencia «andalusí» y la tontería de la coexistencia pacífica de las tres culturas); en 1412, el compromiso de Caspe convirtió a Fernando, infante de Castilla, en rey de Aragón (los nacionalistas catalanes dirían de la confederación catalano-aragonesa y lo de un infante castellano les provoca urticaria); en 1512, Navarra se incorporó a la monarquía hispana (eso de Euskadi no existía y lo que conocemos como el País Vasco era más castellano que Burgos y hacía siglos que formaba parte del Reino de Castilla), y, en 1912, Francia y España firmaron el tratado por el que se repartieron las zonas de influencia en Marruecos, que quedó dividido en dos protectorados –aunque el nuestro era más pequeño, ya que éramos una irrelevante potencia de segundo orden en el contexto internacional–. No obstante, el gran mito de este año ha sido la Constitución de 1812, que nació siendo un símbolo y nunca logró ser una realidad. Las naciones se nutren de mitos, unos más veraces y consistentes que otros pero son decisivos a la hora de configurar una identidad colectiva. En esos años se sentaron las bases de lo que sería nuestro convulso siglo XIX, abrieron el ciclo de guerras civiles que concluyó con la brutalidad del 36 al 39, otorgaron a los militares un enorme protagonismo, nació el periodismo político, la vida parlamentaria y la imposibilidad de ponernos de acuerdo, aunque algunos sigan creyendo equivocadamente que la Constitución de 1812 expresaba la voluntad de la soberanía nacional. Es una de esas inconsistencias históricas que consiguen carta de naturaleza. Lo que sí resulta importante es que nació el moderno patriotismo que ahora necesitamos para que España salga de la crisis más brutal desde los años de la posguerra.
Los españoles tenemos una tendencia irrefrenable a situarnos en posiciones extremas. Esto nos hace pasar de la bravuconería a la postración, de la euforia a la depresión. España ha sido fundamental en la historia del mundo. No sólo cuando éramos un gran imperio. El comienzo de curso se presenta muy difícil. Estamos convencidos de que tendremos un suspenso, nos rescatarán y viviremos una larga lista de noticias negativas de las que sólo el deporte parece estar excluido. Por ello, se necesita afrontar el nuevo escenario con un optimismo responsable y un patriotismo extremo. Es cierto que el Gobierno socialista lo dejó todo muy, pero que muy liado. Desde los temas económicos, con unos indicadores nefastos, hasta el despropósito de tener a los proetarras en las instituciones. No quiero olvidar la confusa, cara y muchas veces inoperante estructura de nuestro Estado, con tantos niveles administrativos, en la que el PSOE sólo es coparticipe del enredo, porque en él han colaborado activamente todos los partidos desde la Transición. Los buenos políticos y las grandes naciones emergen en los momentos complicados. No hay más que ver nuestra historia para comprobar que hemos atravesado con éxito situaciones muy duras. Nada impide que ahora lo consigamos. Es cierto que sufrimos a Merkel, que no es muy europeísta y sólo le preocupan dos cosas: el área de influencia alemana y sus elecciones. Alemania siempre ha mirado al este por proximidad y porque al otro lado ha tenido el tapón de Francia. Por tanto, los del sur quedamos lejos y aún más desde la caída del muro de Berlín. Lo de las elecciones es complicado, ya que la ayuda es impopular entre sus votantes. Rajoy tiene un reto difícil, pero son tiempos para corredores de fondo como él y no para velocistas.
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