domingo, 26 de agosto de 2012

EL PEDALEO; POR ALFONSO USSÍA.

La razón



 
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El pedaleo; por Alfonso Ussía
Diccionario Inteligente
26 Agosto 12 - - Alfonso Ussía
Jamás he conseguido meterme en la piel de los ciclistas y los escaladores. Sé montar en bici, pero en bicicleta con timbre. Y no me puedo considerar un aficionado al ciclismo, si bien me apasionan las etapas de montaña del «Tour» de Francia y alguna que otra de la Vuelta a España. Séame perdonada mi osadía y ausencia de prudencia, pero siempre que he seguido esas etapas agotadoras he dado por hecho que todos los protagonistas iban o muy, o medianamente o algo colocados. Cuatro montañas de primera categoría no se pueden subir a ese ritmo, y no son los ciclistas los culpables. He visto en bastantes ocasiones torear maravillosamente a toreros con la mirada perdida, ajenos al miedo y a los comportamientos normales. Toreros dopados o drogados, dicho sea sin ánimo de ofender. Y no les han obligado a devolver las orejas y los rabos de los toros de sus triunfos. Es la Federación Internacional de Ciclismo la que tiene que encontrar el punto de permisividad y coherencia. Se ha demostrado que hay sustancias que no se detectan como otras, pero el que gana un «Tour» es siempre mejor que todos los demás, porque los demás también se ponen sus cositas para soportar la tortura. Lo de Contador fue una persecución personal de los franceses, y lo de Armstrong, una barbaridad. Arrebatarle al americano sus siete victorias francesas es, además de una injusticia, una estupidez. Aquellos que quedaron en segunda posición detrás de él también corrieron con sus fuerzas y sus resistencias incrementadas, y prueba de ello es que ninguno de los posibles beneficiados por el destronamiento de Armstrong se ha mostrado feliz al conocer que puede pasar a formar parte de los ganadores del «Tour». Los análisis a Armstrong dieron siempre resultados negativos, como los de Indurain, Hinault y el mito del ciclismo francés, Jacques Anquetil. Si llevaban en sus cuerpos algún elemento indetectable, también lo llevaban sus más inmediatos competidores, y hasta el «farolillo rojo» de la gran carrera, que se proyecta desde los despachos para seres que no pertenecen a la raza humana. Arrebatarle a Armstrong sus triunfos equivale a terminar definitivamente con las grandes vueltas, porque de unas décadas atrás a nuestros días, todos sus ganadores han corrido supuestamente ayudados para vencer, y el resto, igualmente ayudados para llegar a la última meta.

Soy un enemigo sin compasión de las drogas. Fumo y bebo. Pero no he probado en toda mi vida otras sustancias. Y no lo he hecho porque conozco mis debilidades. Si he sido incapaz de quitarme del tabaco, no puedo pensar en mi invalidación física para combatir el síndrome de abstinencia de venenos más fuertes y adictivos. Pero los ciclistas están en manos de los médicos, y lo demás son vainas. Ni el Tourmalet, ni el Aubisque, ni el Alpe D’Huez, ni el Ventoux, ni el Puy de Dome, ni nuestro Angliru, se pueden subir y coronar en los tiempos que acostumbran los grandes ciclistas en circunstancias físicas normales. No reconocerlo es mirar hacia otro lado, y los que llevan mirando hacia otro lado cuatro decenios son los dirigentes del ciclismo, que no se ponen de acuerdo en lo que es admisible y en lo que no se puede tolerar. Para ello, tendrían que borrar el palmarés de los cincuenta últimos «Tour» de Francia, Vuelta a España y «Giro» de Italia, porque si no es el primero, es el segundo, y si el segundo también pedaleó con trampa, el tercero hizo lo mismo, y el cuarto y el quinto de igual manera. En parecidas condiciones, el que gana es el mejor, y Armstrong lo fue durante siete ediciones seguidas. Hipocresía clamorosa. Si los aficionados o seguidores de la gran carrera francesa sabíamos que no hay ser humano capaz de pedalear como Armstrong, ¿no sospecharon nada los dirigentes y organizadores del ciclismo y el «Tour»?
O se suavizan las etapas –y perderían interés–, o se aceptan los alicientes efímeros. De lo contrario, el ciclismo morirá.

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