En España tenemos la mala costumbre de criticar negativamente hechos admirables. Vemos, pero no sabemos mirar. Un ejemplo reciente. Los asaltos de Sánchez Gordillo y su banda. Han indignado a una buena parte de la ciudadanía. Pero de golpe, y gracias al camarada Cañamero, el lugarteniente del andarín trincón, hemos podido conocer el hermoso fondo de los asaltos. «Somos como Galileo, Ghandi, Jesucristo o Camarón». Sinceramente un lío. Meter en el mismo saco a Jesucristo y Camarón –me figuro que el de la Isla–, es de una originalidad pasmosa. Ghandi resistía sin hacer uso de la violencia, y Galileo había leído algo en su vida. Pero hay que reconocerle al camarada Cañamero lo que llamaba Von Stradden, «el bello ejercicio de las comparaciones sorprendentes». Dicho esto, cambio de tercio porque no estoy para gilipolleces.
Aunque algo liga el párrafo anterior con el que sigue. La manía de criticar acciones bellas. A los que hemos sufrido y llorado con las perversidades de los forajidos de la ETA, no nos ha complacido la visita rendida por el juez de la Audiencia Nacional, don Jose Luis de Castro, al hospital donostiarra donde permanece ingresado el asesino Bolinaga, supuestamente encaminado al tramo final de su vida. Existen otros informes menos pesimistas, y el Fiscal se ha manifestado abiertamente en contra de la libertad piadosa que va a disfrutar. Los jueces no están para visitar a los asesinos más o menos enfermos, y menos aún tienen la obligación de aguantar impertinencias. Así que el encantador don Jose Luis saludó a Bolinaga, y éste le ordenó de sopetón: «Cumpla su propia ley». De esta guisa, nos hemos enterado los atónitos ciudadanos de que cada juez tiene su propia ley, circunstancia que sospechábamos desde que Garzón, Pedraz y compañía se dejaron llevar más por los ánimos y las simpatías que por los Códigos. Los jueces, aunque sean encantadores como el señor de Castro, no acostumbran a perder el tiempo visitando a inhumanos torturadores. Su responsabilidad se limita a decidir, de acuerdo con los informes en su poder, si Uribechevarría Bolinaga debe abandonar o no la prisión. He escrito «informes», en plural, aunque el juez tan sólo haya tomado en consideración el informe de los amiguetes del terrorista, que dice que está muy malito y que se puede morir en un pispás. El resto de los informes no coinciden ni en la inmediatez del óbito ni en la extrema gravedad de la enfermedad que padece.
Ignoro el medio elegido por este solete de juez para desplazarse de Madrid a San Sebastián. Si lo ha hecho por carretera, es muy probable que se haya detenido durante unos minutos a tomar un café o unos huevos fritos con morcilla en el «Landa», a la entrada de Burgos. Puedo equivocarme, pero creo que es Burgos, precisamente, la ciudad en la que vive José Antonio Ortega Lara. Este juez tan adorable es un sol, un sol de juez, pero un tanto olvidadizo. Hubiese tenido un detalle humano y justo, si hubiera decidido perder media horita y adentrarse en la ciudad castellana para visitar a quien padeció, durante 580 días, en un agujero insoportable, la crueldad del enfermito de moda. Jose Antonio Ortega Lara nunca le habría ordenado que cumpliera «con su propia ley», sino con la Ley a secas y con mayúscula. Pero el hombre se sentía tan emocionado y con tantos deseos de llegar a San Sebastián para visitar al pobrecillo terrorista, que pasó de largo en pos del verdugo y se olvidó de la víctima, lo cual, no nos engañemos, le hizo bastante ilusión a la víctima, que está de este tipo de jueces politizados hasta el límite de la paciencia.
El juez de Castro, no lo duden, va a soltar a Uribecheverría Bolinaga, se halle como se halle, porque así está escrito. Además, cuenta con el fundamental apoyo de los ministros de Interior y Justicia, que temen, como el resto de los miembros del Gobierno, que Bildu agite el ambiente en las calles de las localidades vascas. Lo más recomendable es mirar hacia otro lado y que sea lo que Dios quiera, que Dios no lo quiere, pero a ver quién lo puede demostrar.
Y los españoles, con Ortega Lara a la cabeza, a callar. Un juez tan encantador no merece un disgusto.
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