De joven me hacían mucha ilusión los elogios y ditirambos. Sería falso afirmar que en la actualidad me molestan, pero ya no me aportan su reconfortable compañía. Sucede con los piropos. La actriz francesa Brigitte Bardot amonestó a los varones españoles por culpa de ellos. «Los españoles han cambiado a peor. Hace veinte años decían piropos a las mujeres muy ingeniosos. Ahora no se les ocurre nada». La rubia Brigitte no reparó que el cambio lo había experimentado ella con veinte años de diferencia, y que ella y sólo ella era la que había ido a peor. Agradezco profundamente los aplausos y las loas, así como las críticas negativas emitidas desde la buena educación. Pero nada me ilusiona más que los insultos de los zotes, las groserías de los sectarios y las envidias mal escondidas de los mediocres. De ahí que me haya sentido feliz cuando, mientras desayunaba esta mañana, he leído que el andarín malandrín me ha definido, como parte de La Razón, de fascista, delincuente y sinvergüenza. Reconozcan que es maravilloso. Nos llama fascistas quien no tolera la democracia desde su condición de ultracomunista, de estalinista clamoroso. Nos llama delincuentes quien encabeza asaltos a supermercados y ocupaciones de propiedades privadas, agencias bancarias y empresas que crean puestos de trabajo. Y nos llama sinvergüenzas quien cobra durante un año un doble sueldo irregularmente y sólo se apercibe de ello cuando le avisan del error administrativo. El mismo que recibe de la Junta de Andalucía 200.000 euros de ayuda para construir unas viviendas, las viviendas no se construyen y el dinero desaparece. Es decir, que más cordialidad no se puede pedir.
El ministro del Interior ha acusado al propietario de la finca de Hornachuelos invadida de actuar en connivencia con el simpático salteador. De haber pactado con Sánchez-Gordillo una «ocupacioncita» más o menos amistosa, dilatando hasta la nulidad efectiva la correspondiente denuncia. No es la primera vez que ocurre. Hace años, la banda de Sánchez ocupó un campo perteneciente a Mario Conde, que no sólo no denunció el hecho, sino que terminó compartiendo la tortilla y la paella con los invasores de sus propiedades. Me obligo a escribir que el duque de Segorbe, amigo desde los años colegiales, es muy largo e inteligente, y que lo veo muy capaz de haber accedido a la simbólica ocupación a cambio de una promesa de respeto y cuidado con las flores y la estructura del jardín de Moratalla.
No puede calificarse, de haber sucedido así, de heroica su actitud, pero con o sin su permiso, es el más afectado directamente por la ocupación, y más después del multitudinario baño de los miembros de la banda en su cristalina piscina, en la que tendrá que invertir un buen dinero para aumentar los efectos higiénicos de su depuradora. No obstante, cuando no se denuncia a tiempo un delito de esa envergadura, la gran perjudicada termina siendo toda la sociedad.
El gran problema de España no es otro que la degradación de la escala de valores, el deterioro de los principios y el buenismo que nos ha llevado hasta la más absoluta falta de autoridad. Con o sin connivencia entre el duque de Segorbe y el salteador de propiedades ajenas, el Ministerio del Interior tendría que haber ordenado una inmediata y firme actuación de la Guardia Civil, que no merece que se rían de su trabajo, de sus sacrificios y de su honor. Nada envalentona más a los provocadores y posibles delincuentes que el pavor de sus víctimas, que son en el caso que nos ocupa, decenas de millones de ciudadanos pacíficos que contribuyen al desarrollo del sistema democrático y se sienten indefensos ante unos matones de principios del siglo XX cuya ideología se resume en la imposición mediante la violencia disfrazada de memoria de Ghandi.
El insulto del jefe de esa banda sólo se puede traducir entre la gente de bien en desmesurado elogio. De tal forma que no puedo terminar mi escrito sin darle a cuantos hacen La Razón mi más efusiva y merecida enhorabuena.
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