miércoles, 18 de julio de 2012

LA CUESTIÓN DEL HOMBRE Y LA FAMILIA; POR ANTONIO CAÑIZARES.

La razón



Sin el apoyo decidido a la familia, no hay apoyo total al hombre, y sin este apoyo no saldremos ni superaremos la crisis
 
0
 
  • Envia a un amigo
  • Imprimir esta noticia
 
  •  
  •  
  •  
  •  
  •  
La cuestión del hombre y la familia; por Antonio CAÑIZARES
Diccionario Inteligente
17 Julio 12 - - Antonio CAÑIZARES
Con frecuencia, en esta página, me refiero a la gran cuestión que está en juego siempre, y particularmente en estos momentos: la cuestión del hombre. Pero no podemos omitir, por lo demás, que la cuestión del hombre es inseparable de la familia: ésta pertenece a la verdad del hombre. «La cuestión de la familia, recordó el Papa en uno de sus viajes a España, como célula fundamental de la sociedad, es el gran tema de hoy y nos indica hacia dónde podemos ir tanto en la edificación de la sociedad como en la unidad entre fe y vida, entre sociedad y religión» (Benedicto XVI a los periodistas). Concretaba más aún en Barcelona al señalar que «las condiciones de vida han cambiado mucho y con ellas se ha avanzado enormemente en ámbitos técnicos, sociales y culturales. No podemos contentarnos con esos progresos. Junto a ellos deben estar siempre los morales, como la atención, protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y de una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural. Sólo donde existen el amor y la fidelidad nace y perdura la verdadera libertad. Por eso, la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización: para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar» (Benedicto XVI, en la Basílica de la Sagrada Familia).

Sin el apoyo decidido a la familia, no hay apoyo total al hombre, y sin este apoyo no saldremos ni superaremos la crisis que nos aflige. Esta es la respuesta muy básica de la Iglesia a los desafíos del presente.

Ante la crisis económica, o ante la crisis ecológica, o ante el gran y fundamental tema de la familia, o ante cualquier otra realidad que nos afecta de forma crítica en el momento presente, es preciso tomar decisiones morales, que no pueden ser abordadas sin la cuestión del hombre, de la verdad del hombre y sin esclarecer ni escamotear esta verdad de fondo.

No es posible superar las crisis que nos afectan tan fuerte y tan extensamente, ni alcanzar la felicidad infinita que buscamos, sin una conciencia moral nueva y más profunda, universal y válida para todos, donde aparece en primer término la verdad del hombre, su dignidad y su vocación por el hecho de ser hombre, su llamada a la felicidad que perdura y su vocación al verdadero amor que exige renuncia a sí mismo para dar y darse, propiciar el bien común, y que se hace concreta para el individuo y la sociedad en una norma de valores para su vida y para su actuar. «¿Quién puede lograr, se pregunta el Papa, que esa conciencia universal penetre también en lo personal? Sólo puede lograrlo una instancia que toque la conciencia, que esté cerca de la persona individual y que no se limite a convocar manifestaciones aparatosas. En tal sentido se dirige aquí el reto a la Iglesia. Ella no sólo tiene una gran responsabilidad, sino que, diría yo, es a menudo la única esperanza. Pues ella está tan cerca de la conciencia de muchos seres humanos que puede moverlos a determinadas renuncias e imprimir actitudes fundamentales en las almas... A su manera, las comunidades religiosas, la Iglesia puede experimentar vivir ejemplarmente que un estilo de vida de renuncia, moral, es enteramente practicable sin tener que excluir por ello de forma completa las posibilidades de nuestro tiempo»... Que es posible, como vemos en «Caritas in Veritate», en las realidades económicas, dar un paso adelante y colocar las cosas en otra perspectiva y no considerarlas solamente desde el punto de vista de la factibilidad material y del éxito, sino desde la perspectiva de que hay una normatividad del amor al prójimo que se orienta por la voluntad de Dios y no sólo de nuestros deseos. Esto tiene una palabra, un nombre: conversión, que tiene que ver tanto con la verdad del hombre, el volver a su verdad, al «logos» que lo constituye, a su razón más íntima, del que es inseparable ese arte tan maravilloso que es el arte de vivir y de vivir con los otros. 
«Esta conversión, vuelvo de nuevo al Papa, supone que se coloque nuevamente a Dios en primer término. Entonces, todo cambia. Y que se pregunte por las palabras de Dios para dejar que ellas iluminen, como realidades, el interior de la propia vida. Por así decirlo, debemos arriesgarnos nuevamente a hacer el experimento con Dios a fin de dejarlo actuar en nuestra sociedad» (Benedicto XVI, Luz del mundo, p. 76).


Antonio Cañizares 
Cardenal
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario