Revista Ecclesia.
La semana pasada se publicó un detallado informe sobre el compromiso del Vaticano para insertarse en el sistema internacional de controles y medidas para combatir las nuevas formas de criminalidad en el campo económico y financiero: el lavado de dinero y la financiación del terrorismo. El informe es formulado por Moneyval, el organismo del Consejo de Europa competente en materia. La evaluación dice que el Vaticano ya ha hecho mucho, está por el buen camino, aunque quede mucho por hacer.
Para la Santa Sede emprender este camino ha sido una decisión valerosa e innovadora, que corresponde a la línea de transparencia coherente querida por el Papa en todos los campos.
Como sabemos, el dinero puede servir para hacer muchas cosas buenas, y muchas veces es necesario para realizar proyectos maravillosos. Al mismo tiempo no es la salvación, y no pocas veces su uso es peligroso. A veces por falta de prudencia, a veces porque desata la pasión desordenada del tener. Que la comunidad internacional se preocupe por establecer reglas y controles para la tutela del bien común es muy positivo, es más, necesario. Que las instituciones eclesiásticas participen solidaria y humildemente en este camino es justo y es un deber, porque no hay motivo para pensar que sean más expertas y capaces que otras en el instituir tales controles, por el contrario, en ocasiones la confianza en las buenas intenciones puede hacer bajar la guardia.
Rigor y buena administración, transparencia de balances y procedimientos, con respecto a la legalidad. A todos los niveles, en todas partes del mundo y en todos los campos, de la caridad, educación, salud… El camino es largo y complejo para todos, también para las organizaciones católicas, es laboriosa en la variedad de las situaciones; pero sobre la dirección justa no hay duda, debido a que es una premisa también para la credibilidad de la misión espiritual y moral, que es la más importante. Nos auguramos que la experiencia emprendida por el Vaticano en el informe con Moneyval sea un buen paso y un buen ejemplo para toda la Iglesia.
Traducción: Patricia L. Jáuregui Romero (RV)
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