Lectura del santo evangelio según san Lucas 4, 31-37
En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad.Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús le intimó: «¡Cierra la boca y sal!»
El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño.
Todos comentaban estupefactos: «¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.» Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.
II. Compartimos la Palabra
San Gregorio fue realmente magno, grande, en todo y a todos los niveles. Brilló en la defensa de la Iglesia frente a las legiones de longobardos invasores; en la reforma de la Iglesia, santa y siempre necesitada de conversión; en el culto divino y la alabanza, sobre todo con su famoso “canto gregoriano”: promoviendo monasterios como centros de espiritualidad y de cultura. Y, en particular, fue grande su bondad, su justicia, su misericordia, su santidad. Mención especial merece su profunda y larga amistad con San Leandro, desde sus tiempos en Constantinopla hasta sus años de Papa en Roma y Leandro de Obispo en Sevilla.
En la toma de posesión de Juan Pablo I de su Catedral, San Juan de Letrán, dijo entre otras cosas: “En Roma, estudiaré en la escuela de San Gregorio Magno, que dice: ‘Esté cercano el pastor de cada uno de sus súbditos con la compasión. Y, olvidando su grado, considérese igual a los súbditos buenos, pero no tenga temor en ejercer, contra los malos, el derecho de su autoridad… Cuando reprime vicios, no deje de reconocerse, humildemente, igual que los hermanos a quienes ha corregido y siéntase ante Dios tanto más deudor cuanto más impunes resulten sus acciones ante los hombres” (Reg. Past. 2ª parte).
Como todos los seguidores de Jesús, y, en concreto los santos, cimentó su vida en el Evangelio. Hoy entresaco estas ideas del evangelio correspondiente a su memoria.
Jesús hablaba con autoridad
La autoridad de Jesús a la que se refieren las gentes de Cafarnaúm no se basa en su saber científico, en sus asertos apabullantes o en su elocuencia apodíctica. Jesús, por lo que sabemos, hablaba con la mayor simplicidad, y, en sus parábolas, comparaba el Reino y a su Padre con lo más sencillo.
La autoridad de Jesús era su credibilidad. Él era una persona íntegra, transparente, honrada y sencilla. Todo lo que decía era, por eso, creíble. Y lo que decía lo hacía, lo cumplía. Era, además, coherente. Y, por si nos quedaban dudas, el Padre dejó oír su voz en momentos solemnes como el Bautismo y la Transfiguración, para dejar las cosas claras sobre Jesús y la postura que se debía tener ante él entonces y ahora: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo” (Mt 3,17; 17,5).
“Hechos” y “Dichos” de Jesús
Jesús hablaba con autoridad y sus “dichos” llamaban la atención. Pero, también desarrollaba un trabajo enorme de humanización: sanaba, curaba, expulsaba malos espíritus, consolaba, perdonaba… Y sus “hechos” validaban sus dichos y la honradez y sinceridad de su persona. Jesús predicaba y daba trigo, cumplía. Nadie le pudo tachar de incoherente, interesado o embaucador.
Vemos a Jesús hoy expulsando un demonio para que aquel poseído quedara libre. Ante estos hechos y dichos de Jesús, me pregunto por los míos. ¿Cómo me ven los que saben que soy oficialmente seguidor de Jesús? ¿Qué espíritus, esclavitudes, miedos anidan en mí, y hasta qué punto soy consciente de ello? Y lo decisivo: ¿Cómo me ve Dios, después de haberme liberado, como al poseído del Evangelio, de tantas maldades?
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino
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