lunes, 30 de septiembre de 2013

PALABRAS DE FE: ¿POR QUÉ NO CREEN?


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Monseñor Agustín Cortés


¿Cómo interpretar el fenómeno de la increencia? Unos detectan un vacío de Dios en la cultura y lo disciernen como una enfermedad social grave; otros observan este vacío de Dios en la persona y afirman ser la causa de un sentimiento que experimenta el ser humano contemporáneo: la profunda soledad.
 
“Un hombre solo es sólo hombre. Y esta soledad opera su depredación y depravación máximas, porque el ser humano ha sido creado para la compañía y la plenitud divinas… Es esencial al hombre limitado contar con lo ilimitado; es esencial al ser personal contar con el Otro, que le constituya en su ser relacional, dialogal y personalizado”
 
Así se expresaba el teólogo español Olegario González de Cardedal, en el libro Madre, muerte, que escribió como fruto de su experiencia, su pensamiento y su espiritualidad, ante la muerte de su madre. Él está plenamente convencido de que el ser humano, desde los orígenes, es decir, en su ser más profundo e íntimo, está hecho para el amor sin límites y que la persona es de hecho interpelada por este amor por Dios. Si uno no es consciente de ello o lo rechaza, sufrirá la mayor soledad. Podrá sobrevivir, pero a costa de mantenerse “entretenido”, yendo de un amor a otro, acumulando “amores” o mitificando algún amor humano, como si no tuviera límite. O quizá podrá ir tirando, sufriendo una tristeza fundamental, oculta, compensada algunas veces con pequeñas alegrías que le proporciona la vida…
 
Entonces, si esto es así, nos podemos preguntar, “¿por qué no creen quienes se declaran ateos o agnósticos?” Responder exigiría un largo y prolijo estudio. Muchos autores se han dedicado a investigar el asunto, desde muy diversos puntos de vista. Aquí nos basta con hacer algunas observaciones, en tono de conversación amigable. Ante todo dejemos bien claro que aceptamos la existencia de ateos o agnósticos sinceros, profundos y que pueden dar razón de su postura. Desgraciadamente no son la mayoría.
 
Siguiendo la lógica de lo que hemos dicho, hemos de observar que aceptar haber sido creados para el amor total y ser consecuentes con ello, no es tan espontáneo ni tan fácil. Lo más normal es que esta necesidad de amar y ser amado sea satisfecha con sucedáneos. F. Dostoievski, en su novela El adolescente, afirmó abiertamente que el ateísmo o la increencia en general era sin más una idolatría, es decir, amar algo o alguien humano, como si fuera Dios:
 
“Vivir sin Dios es un puro sufrimiento… Los ateos son idólatras, no son gente sin Dios”.
 
Entonces, cuando alguien nos dice que no cree en Dios, podríamos preguntarle “¿y, entonces, cuál es tu dios?”, que sería los mismo que decirle, “¿qué es lo que más buscas, en qué apoyas tu vida, cuál es tu deseo más vehemente, a qué estás dispuesto a sacrificar tus esfuerzos, dónde radica tu felicidad?…” El segundo paso sería dilucidar si eso en lo cual cree realmente puede ser la fuente de su felicidad.
 
El famoso psicólogo y articulista José Antonio Marina, criticando la postura de Harold Bloom en su estudio sobre “La religión en Estados Unidos”, según la cual la religión no es más que una experiencia poética pasajera, llegó a afirmar:
 
“Nos escandalizaría que alguien presumiblemente culto despachara toda la historia del arte y de la literatura diciendo que eran basura. Sin embargo aceptamos con gran tranquilidad que se diga lo mismo de las religiones, lo que parece una muestra de analfabetismo más que de sensatez”
 
Creer en Dios es algo absolutamente serio y decisivo en la vida. Más aún, es lo único serio y decisivo en la vida. Pues todo lo demás recibe de esta fe luz y verdad.

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