viernes, 3 de agosto de 2012

"TRAS LOS PASOS DE JESÚS": PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN.

No quiero eternizarme en el tiempo y no acabar nunca la serie de artículos que he estado escribiendo bajo el epígrafe: "Tras los Pasos de Jesús". 

Aunque cada vez que relato algún hecho, alguna anécdota, los recuerdos se agolpan en mi  mente y en mi corazón y eso dificulta, y mucho, el poder trasladar tantos sentimientos y emociones a un texto.

Hoy pretendo terminar con esta serie que relata la Peregrinación a Tierra Santa que he tenido el honor y el privilegio de realizar a finales del mes de junio aunque me quedarán uno o dos post más los cuales quiero dedicar a los peregrinos y las vivencias personales allí experimentadas.

Empezamos el último día "tras los pasos de Jesús" el sabbath, día dedican al descanso, a la oración y al estudio de las Escrituras, vivirlo en primera persona es darte cuenta de la importancia que se da a Dios y la forma de vivir en plenitud el día dedicado a Él.

Nos levantamos, como siempre, a las seis de la mañana del sábado 30 de junio. Se presentaba un día largo, intenso y agotador porque no íbamos a tener tiempo ni para descansar.

Después de desayunar nos encaminamos al lugar donde Jesús azotado y coronado con espinas, donde continuo el escarnio y martirio al que fue sometido, estos sitios se encuentran custodiados por los Franciscanos. Allí empezó el Vía-Crucis que se iba a desarrollar por la Vía Dolorosa al igual que hiciera Jesús hace más de 2.000 años. Visitar esos lugares hoy convertidos en capillas, rezar, meditar y experimentar en carne propia el sufrimiento al que fue sometido el Hijo de Dios.

Al igual que Cristo nos dieron una cruz grande, algo pesada, para que entre los peregrinos que quisiéramos la portáramos por la Vía Dolorosa camino del Calvario.

Los distintos peregrinos cogían su cruz entre dos para ir  portándola, las Estaciones se iban sucediendo con silencio, respeto y dolor.

Cuarta Estación: Jesús se encuentra con su Santísima Madre. En ese momento cogí la cruz, que era mi cruz y la de muchos que tenía en mi corazón y mi recuerdo, el Padre Orta nos exhortaba a la oración y a una profunda meditación. El lugar donde ese encuentro maravilloso se produjo está delante de una Iglesia Armenia Católica de rito oriental en la que en una de sus paredes aparece un azulejo de la Virgen de la Esperanza Macarena de Sevilla. ¡Dios mío que Grande eres! Me consideraba un verdadero privilegiado por poder llevar la cruz en la Estación que simboliza todo mi camino apostólico como cristiano-cofrade. En mi mente, en mi corazón y en todo mi ser tenía muy presente a todos los hermanos y hermanas de MI HERMANDAD DE LOS AFLIGIDOS DE SAN FERNANDO, cuyo conjunto mistérico representa a Jesús cuando se encuentra con su  Bendita Madre, para colmo y observándolo todo la Esperanza Macarena de cuya Hermandad sevillana soy hermano. No os confundáis, la casualidad no existe, este momento y todos los momentos de nuestras vidas los pone Dios para que nos sirva en nuestro camino de fe. 

En un principio compartí la cruz con Alicia, un sevillana afincada en Logroño que es todo corazón, pero pasó una circunstancia de las que solo ocurren una vez en la vida. Dios me hizo otro regalo, desde que llegara a Su  Tierra no hizo más que obsequiarme por donde iba, la Iglesia armenia estaba abierta y según nos indicó D. Manuel Orta era muy bella. Todos los peregrinos se encaminaron para verla, todos menos yo que preferí quedarme completamente a solas con la cruz, mi cruz, a cuestas. Fueron más de cinco minutos que se me pasaron volando. El peso de la misma que estaba encajada en mi cuello, donde tengo una contractura muscular crónica, que al principio me molestaba en esos minutos de soledad, de conversación directa entre Cristo y yo, orando profunda y entregadamente, el peso desapareció y la carga se hizo ligera. Recordaré mientras viva lo sucedidos esos minutos de soledad con Dios bajo el peso de la Cruz.

Cuando todos salieron de la Iglesia continuamos con el Vía-Crucis. Yo dejé, definitivamente, la cruz para que la portaran otros peregrinos que estaban ansiosos por llevarla. Había muchos padecimientos, sufrimientos, pesares y también alegría y esperanza entre los hombres y mujeres que  conformábamos esta peregrinación.

A lo largo de todas las Estaciones del Vía-Crucis pude imaginar lo que sufriría Jesús por esas empinadas y populas calles. Viendo las mismas puedo comprender porque sufrió tres caídas. La subida hacia el Monte Calvario, donde hoy se encuentra la Basílica del Santo Sepulcro, fue agotadora por la dificultad de subir incontables escalones por esas estrechas calles llenas de gente.

Al llegar al lugar donde Jesús fue crucificado abandonamos la cruz que nos había acompañado por la Vía Dolorosa. Entramos en el lugar donde Jesús fue desvestido y accedimos a la Basílica del Santo Sepulcro por su tejado y allí en miserables y pobres casitas viven los cristianos de Etiopía, mostraré imágenes de las mismas en la galería fotográfica que acompaña siempre a esta serie de artículos, para después acceder al interior del Templo. Subimos por unas empinadas escaleras cuyos escalones estaban desgastados por tantos pies como la había pisado. Al llegar arriba, al Calvario, lugar donde Jesús fue y estuvo crucificado hasta morir, pude percibir con una intensa densidad: LA FE.

Fuimos a la parte católica que es el espacio donde Jesús fue clavado a la cruz, allí oramos, oré arrodillado, con verdadera fruición, con emoción contenida, con lágrimas en los ojos, con la piel de gallina. Estaba donde las Manos y los Pies del Señor fueron desgarrados por los clavos. 

Poco a poco nos íbamos encaminando al lugar, Iglesia oriental, donde la Cruz que portó el Cuerpo sobre todo Cuerpo fue izada. Al lugar donde Jesús, el Hijo de Dios, permaneció crucificado a cuyos pies estaban su Madre, su Discípulo Amado y las Mujeres. Pude tocar con mis manos la piedra donde estuvo la Cruz del Señor. ¡Qué sensación recorrió todo mi cuerpo! ¡Qué paz me acompaña desde entonces!

Después bajé por otras escaleras para situarnos en la larga cola que  nos llevaría al Santo Sepulcro donde depositaron el Cuerpo del Mesías. Ingente cantidad de personas aguardábamos pacientemente nuestro turno para llegar donde llegaron María Magdalena y sus discípulos más fieles que pudieron observar con sus propios ojos como el Maestro no estaba, que había Resucitado. 

Pocos metros antes de llegar, por indicación del Padre Orta, entré en una pequeña Capilla de los cristianos coptos de Egipto, que viven en una pobreza y humildad admirables, y en un hueco metí la mano y toqué el Sepulcro del Señor ya  que esta Capilla está a la espalda del Santo Sepulcro. Allí, para ayudarlos porque viven de las limosnas, compré un austero rosario que regalé a Hetepheres y que lo conserva como oro en paño. 

Pasado unos minutos entramos en el lugar donde depositaron a Jesús muerto, sus restos mortales, donde enterraron al Salvador. ¡También nosotros pudimos comprobar que no estaba allí, que había Resucitado! Fueron muy pocos minutos, el tiempo de tocar esa bendita piedra, de besarla y encomendar tantas peticiones, tantos corazones que habían depositado sus plegarias para que allí fueran depositadas. Cuando salimos pude comprobar, en mi interior, que ya nada volvería a ser igual.

Después de visitar tan Sagrados Lugares celebramos la Eucaristía en la Capilla de la Resurrección. Se me quedó grabado una frase que nos conminó el Padre Orta. "Vosotros habéis venido tras los pasos de Jesús, habéis estado donde Él estuvo, habéis experimentado el escarnio y sufrimiento por Él experimentado y, por último, habéis comprobado que ha Resucitado. Ahora podéis ir al Mundo a anunciar el Evangelio".

Comulgar, orar, sentir lo que sentimos en este Sagrado Lugar es una auténtica experiencia que te cambia la vida.

Una vez que salimos de la Basílica nos encaminamos para almorzar. Después de haber saciado el apetito se proponían dos planes: El oficial que era quedarse en Jerusalén para ver la ciudad y hacer las correspondientes compras y la extraoficial, que propuso el Padre Orta, que era visitar Emaús y Betania. La mayoría escogimos esta segunda opción. La primera visita no pudimos hacerla porque el camino primitivo estaba cerrado y para poder entrar teníamos que desviarnos mucho por lo cual nos encaminamos a Betania, a la Casa de Lázaro. Allí es donde Jesús resucitó a su amigo. Se pudo visitar la tumba de Lázaro y celebramos, posteriormente, la Eucaristía en la Iglesia que en tal sitio tienen los Franciscanos.

Una vez llegamos, sobre las seis de la tarde, de nuevo a Jerusalén pudimos visitar, más deprisa que despacio, sus angostas callejuelas así como realizar una que otra compra de recuerdos de esta imborrable visita.

A la hora convenida nos encontramos en el lugar preestablecido para dirigirnos, por medio de taxis, al hotel.

La agenda oficial era cena y asistencia a un espectáculo audiovisual en Torre Antonia, como despedida, aunque nosotros rehusamos esta posibilidad porque estábamos extenuados. Cenamos, nos duchamos, hicimos las maletas y nos acostamos a dormir un poco porque a las doce de la madrugada nos teníamos que  levantar porque una hora después partíamos hacia el Aeropuerto de Tel Aviv.

Con este día, con estas vivencias, con tantas emociones, oraciones, profundas meditaciones, pudiendo tocar, besar, ver y sentir cada lugar por donde pasó Jesús terminó nuestra peregrinación, terminó nuestro caminar por Tierra Santa "tras los pasos de Jesús".

Ahora lo que nos toca es anunciar el Evangelio, la Buena Nueva, trabajar por el Reino de Dios porque después de ver lo que hemos visto somos testigos y portadores de la Verdad que es Cristo Jesús.

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