Pues es verdad lo que dicen aquellos benevolentes de la vida, de los del vaso medio lleno, en vez de medio vacíos. Esos que ven la vida con una sonrisa en lugar de con lágrimas, como las antiguas máscaras griegas, a pesar de lo que acontezcan en sus vidas. Qué realidad es que la tristeza, los agobios, las tensiones, las penurias ocultan las luces que nos rodean, empañan la claridad de las ideas y ennegrecen las verdes esperanzas. No es incierto tampoco que nos aturrullan los inconvenientes, que nos asustan los imprevistos, que tememos el mismo mañana, conociendo los miedos del hoy y respirando aliviados porque ayer pasó ya. No es mentira que no miramos al futuro con la alegría de lo inesperado, de la sorpresa, con la alegría de ver a nuestros hijos crecer. ¡Sin problemas! Ellos no... Ellos son libres y no tienen porqué preocuparse de nada. Benditos ellos... Benditos, felices y despreocupados niños... Que en más de una ocasión, ¿quién no echa la vista atrás y los ve con sus mochilas a sus espaldas, o sentados en un escalón comiendo plácidamente una chuchería, o planteándote preguntas imposibles para ellos, o plantándote un rotundo ¡no! ante un humeante plato de esa comida que tanto detesta; quién no los ve y desea más que piensa querer ser otra vez como ellos. Un niño con toda una vida, con el afán de bajar a jugar a la calle, de ver los Reyes Magos en sus tronos y soñar con su llegada en la mágica noche donde se hacen realidad sus deseos y peticiones, o ir a casa de sus abuelos esperando encontrar en sus rostros la felicidad plena de contar con ellos allí mismo, sin importar que conviertan sus apacibles casas en una zona de guerra? Miente quien no lo haya deseado alguna vez.
Pero despertamos y nos encontramos parados, con una media sonrisa entre la nostalgia y la alegría. Y todo es como hace unos minutos, segundos quizás... Pero algo... Algo ha cambiado. Los temores, las penas, las incertidumbres siguen pero ahora sonreímos. Solo eso: una sonrisa.
¿Y porqué todo esto? Pues, porque, de vez en cuando, a pesar de que te digan que "para atrás ni para coger velocidad", hay que retroceder un poquito, sólo un poquito, y recordar aquellos momentos felices, donde nada podía dañarte ni hacer que aflorara tristeza por lado alguno.
Yo, hoy, comparto este pensamiento y lo acompaño con una imagen de la persona que más quiero en el mundo: mi mujer; en uno de los días, sin duda, más feliz de mi vida.
Te quiero, Oita
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