jueves, 31 de octubre de 2013

SE BUSCAN MANOS TENDIDAS.



Ante la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos: acompañamiento ante la muerte

«No hay forma de hacernos con la muerte»: así lo sienten las personas que viven la muerte de un ser querido; también, muchas veces, quienes quieren ayudarles, pero no saben cómo: ¿Soy muy invasivo o, al contrario, parezco ausente? ¿Cómo le ofrezco el consuelo de la fe? La Iglesia se hace presente en estas situaciones, y pide, como recomendación básica, respetar la libertad, ritmos y emociones del doliente
La persona en duelo necesita a su lado alguien
que «tenga la valentía de aguantar»,
sin negarle sus emociones. Foto: María Pazos
«Fíjate, la muerte es parte de la vida, pero no hay forma de hacernos con ella». Helena lo sabe bien. En seis años, ha perdido a su hijo por un accidente, y poco después, a un sobrino con cáncer. «El milagro es que no haya perdido la fe».
Tarde o temprano, la muerte golpea a todos, en carne propia o ajena. En esos momentos, hacen falta manos tendidas, y ahí están las de la Iglesia. Además de las obras de misericordia de enterrar a los muertos y rezar por ellos, la Iglesia ha ido haciendo frente a otras necesidades. Primero, con la atención integral, humana y espiritual, al final de la vida. Destaca, por ejemplo, la labor de Órdenes como los Camilos, o los Hermanos de San Juan de Dios en cuidados paliativos, o la de las Misioneras de la Caridad con los moribundos más pobres.
Hace 16 años, una mujer pidió ayuda a los Camilos para superar la muerte de su hijo. Así nació su Centro de Escucha -explica doña Marisa Magaña, la Directora-, que acompaña a personas en proceso de duelo. Los Camilos atienden a unas 700 personas al año. La iniciativa ha creado escuela. Han surgido centros similares en otras diez ciudades españolas.
Helena conoció el Centro cuando un vecino le propuso ser voluntaria en la residencia de ancianos de los Camilos. Allí supo de esta oferta. «Me ayudó -dice- el sentirme acompañada, hablar con personas que saben las fases por las que pasas, que te ayudan a identificar lo que sientes. Es difícil creer que pueda salir algo bueno de esto, pero he salido totalmente fortalecida». Esto le permitió ayudar a otros miembros de su familia y, ahora, es voluntaria del Centro. Las personas a las que acompaña suelen buscar ayuda tras muertes especialmente trágicas -accidente, asesinato, suicidio...-, aunque también acude personas a las que les cuesta superar una muerte esperada, como la de un padre anciano. Magaña explica que vivimos en una sociedad donde hay mucha soledad y, frente a los rituales de antes, que ofrecían una ayuda a la persona, hoy se oculta la muerte. Por eso, a veces es necesario suplir la falta de apoyo del entorno.
La valentía de aguantar
Reunión de un grupo de ayuda mutua, del Centro
de Escucha, de los Camilos. 600 personas pasan
al año por este Centro
Muchas personas quisieran acompañar a alguien cercano que pasa por un momento así, pero no saben bien cómo. La directora del Centro de Escucha explica que «las personas en duelo necesitan a alguien con quien hablar» de ello; alguien que «tenga la valentía de aguantar», sin negarles que expresen sus emociones, o que hablen del fallecido; también sin intentar distraerlos o marcarles tiempos. Sólo hay que preocuparse -añade- si se supera el año de duelo.
Su consejo es «ponerse a tiro, hacer que la persona doliente sea consciente de que estás ahí» para lo que quiera, ya sea hablar, o estar en silencio. Que acepte o no hay que dejarlo a su criterio, pero recordarle el ofrecimiento de vez en cuando; no decirlo una vez, en el entierro, «y desaparecer. Deja claro, también, que no vas a juzgar lo que diga». Si el doliente, por ejemplo, siente culpa, y «en seguida decimos: No pienses eso, se va a cerrar».
Espacio para grandes preguntas
Ante la muerte, surgen las grandes preguntas. En el Centro de Escucha tienen claro que la dimensión espiritual es fundamental, y muchos voluntarios son sacerdotes y religiosas. Su Directora explica que, «en general, las personas creyentes lo viven menos mal». Pero también tienen que vivir su duelo, e incluso a veces la fe de algunos se tambalea. En el otro extremo, aunque «muchos no creyentes se reafirman en no creer, otros se abren, y leen la Biblia, o hablan con sacerdotes».
Es posible -añade Marisa Magaña- abordar con una persona doliente el tema de la fe. «Lo primero es respetar a la persona. No puedes evangelizar a quien no quiere. Ofrécele tratar sobre la fe. Si está abierta, quien le hable debe tener un conocimiento sano sobre la religión», porque una palabra inadecuada «puede ponerle más en contra. Hay que hablar de un Dios que, cuando te acercas sufriendo, va a estar ahí para darte consuelo».
Para orientar sobre estas cuestiones, el Centro tiene entre sus prioridades la formación. Así, ofrecen desde jornadas formativas para cualquier persona interesada -la próxima será los días 6 y 7 de noviembre-, hasta un Máster dirigido a sus voluntarios y a profesionales de la salud que quieran integrar esta faceta en su labor.
¿Y qué hacemos con los niños?
Muchos profesionales de la salud consideran que la falta de formación para este tipo de situaciones es una gran carencia de la atención sanitaria. Donde esta dimensión sí está plenamente integrada es en el servicio de Oncología Pediátrica del Hospital HMMontepríncipe, de Madrid. Su Jefa, la doctora Blanca López Ibor, afirma abiertamente que «la vida y la muerte» no están en sus manos. Según las estadísticas, en España, el 20% de niños con cáncer no se cura. Pero su trabajo no termina con la muerte del paciente. «Si no puedo curarles a ellos, intento curar a los padres, y que ellos me curen a mí». Cada 15 días, padres con niños en el cielo se reúnen en un grupo llamadoVerduritas. A la doctora, esos padres le han enseñado que «el ser humano sabe encontrar dentro de sí mismo la respuesta a que la muerte no es una ausencia, sino un cambio de presencia. El tiempo no cura nada: el amor por un hijo está fuera del tiempo y del espacio».
¿Y qué ocurre cuando es un niño quien vive el duelo? Don José María Carrera, profesor del colegio Juan Pablo II, de Alcorcón (Madrid), recuerda el caso de Rafa y Fernando, dos niños adoptados que el curso pasado, con 12 y 11 años respectivamente, perdieron a su madre. «Toñi, era extraordinaria, llevaba el cáncer con mucha entrega. La familia no vivía de espaldas a la enfermedad: se hablaba de ella, y rezaban juntos». El colegio se implicó mucho: el propio director la visitó varias veces, y los profesores intentaron anticiparse a los cambios de comportamiento que podían surgir.
Toñi vivió la muerte «de cara, y bien preparada». Don José María acompañó a los niños mientras recibían la noticia. «Uno se abrió más, el otro se cerró. Sólo puedes acompañarlos espiritualmente. Dar caricias, abrazarlos y que lloren, dejar que te cuenten; llamar por teléfono... Más que decir, es hacer, porque llega un momento en que el discurso se agota. Lo único que puede dar consuelo es que el Señor está ahí, que nos acoge; y la esperanza de la eternidad. Pero no puedes decir sin más: No te preocupes, que está en el cielo, sino compartir su dolor». Y añade: «También Jesús lloró cuando murió Lázaro».
Este profesor desaconseja esconder la muerte a los niños. «Los chicos estuvieron en el tanatorio y en el entierro y el que quiso vio a su madre. Todas estas cosas son necesarias espiritual y psicológicamente. A los compañeros también les ha afectado, ven que la muerte es un camino para todos. Dios nos quiere y quiere salvarnos, pero no podemos vivir como si la muerte no existiese».
María Martínez López
Verduritas: Entre el suelo y el cielo
Verduritas nació de la necesidad de dar respuesta a las preguntas que se plantean los padres de niños que mueren. Preguntas que salen de la razón, que brotan del corazón. Verduritas es un caminar juntos, padres, médicos, voluntarios y sacerdotes, un camino en el que la esperanza, más allá de la muerte, se hace experiencia. Saber que el niño, el adolescente que murió está bien es un primer paso. Aprender a vivir con él de una forma nueva es también un paso. Aceptar, sin resignarse, renunciar a los pensamientos que conducen a la amargura, y aprender a caminar por esta nueva vida con esperanza constituyen el día a día de los padres, los pasos de su nueva vida.
Cada uno desde su fe hecha experiencia en el dolor, crecida o derrumbada, levanta la mirada hacia Dios en busca de su hijo. Los padres hallan consuelo, y consuelan y, poco a poco, emprenden el vuelo hacia sus quehaceres con otra mirada, con otro corazón, herido por el dolor, pero dispuesto a seguir en el camino de la vida. Eso es Verduritas, un grupo de personas que comparten su vida, un grupo de amigos del alma que siempre están ahí, para cuando te sale del alma consolar, para cuando necesitas ser consolado. Un grupo de amigos que crecen juntos como personas con el sueño de alcanzar algún día a vislumbrar que el Amor es más fuerte que la muerte.
Grupo Verduritas. Oncología Pediátrica. Hospital HM Montepríncipe, de Madrid
La muerte de Thierry
Se llamaba Thierry, me lo dijo nada más entrar por la puerta de mi despacho. No llegaba a los 50 años, era muy alto y casi tuvo que sortear el dintel para dirigirse a mí: «Me llamo Thierry y me han dado tres meses de vida, no soy creyente y me gustaría saber cómo vivir este tiempo de espera». Así empezó todo. Me gustó esa exposición tan preclara, porque no me propuso cómo morir, sino cómo vivir. Más adelante sabría que era un hombre de una extraordinaria sensibilidad. En un principio, Thierry y yo empezamos a vernos con tiento, adivinábamos con lentitud quién era quién, y qué se podía esperar del otro, porque lo nuestro no iba a ser un entretenimiento de sobremesa, sino la apuesta por una escalofriante sinceridad. Empezamos por la belleza de la música, hablamos de Schumann, Brahms, Beethoven, los clásicos franceses. Thierry era muy francés y le gustaba el impresionismo de Debussy. Compartíamos muchas aficiones, y la música siempre era tema recurrente.
Poco a poco, ascendimos por la ruta de la belleza, que siempre consigue guiar a nuevos miradores. Y en algunos descansos le hice saber de Dios, de la belleza que prima en la torrentera de cualquier caos. Y así fuimos quitando follaje al bosque por donde nos adentrábamos. Y yo le decía, con la misma ausencia de énfasis con que la madre cede una pieza de fruta a su hijo, que esa belleza llevaba rostro humano y tenía un corazón que latía por él, por ti, Thierry. Es conmovedor asistir a la capacidad de escucha de un ser humano cuando quiere con sinceridad una respuesta y no disfruta con el mejunje de la discusión. Aprendió a rezar, fue todo muy lento, porque tres meses son en el fondo muchos días y muchas noches. Por el deterioro progresivo de su salud, dejó de venir a la parroquia, las conversaciones las teníamos en su casa. Al final, hablábamos a los pies de su cama, donde le faltaba la respiración y todo se hacía más lento, quizá mucho más hermoso.
Una tarde, sentado en el suelo, escuché su vida en confesión. En toda mi vida sacerdotal, jamás he oído una confesión tan llorada y tan esperanzadora. Cuando le di la absolución, nos quedamos en el silencio de los que han andado mucho y, después de comer, apenas les queda hálito para pronunciar palabra. Yo le dije que afuera, detrás de la ventana de su habitación, hacía calor, que ya asomaba la primavera. Él me hizo un gesto con las cejas, las alzó levemente. Interpreté aquello como que había alcanzado tanta comprensión y tanta dulzura dentro, que lo de fuera, ¿dónde quedaba ya? Pusimos música y murió. Murió así, sin llamar la atención. Thierry aprendió a vivir. Desde entonces, cada vez que hablo con un enfermo de cáncer siempre le pregunto cómo quiere vivir, porque para morir hay que pasar por una nueva vida.
Javier Alonso Sandoica

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