La pregunta por el sentido de la vida ha de estar en el centro de las preocupaciones de todo ser humano. Cada persona convive con un conjunto de interrogantes, a los que tendría que dar respuestas convincentes en cada momento de la existencia. El ser humano, para encontrar sentido a la peregrinación por este mundo, debería intentar responder a estos interrogantes: ¿Para qué y por qué existo? ¿Merece la pena vivir o no? ¿La historia tiene alguna finalidad? ¿Existe algo después de la muerte o la vida humana terminar con ella?
De la respuesta que demos a estas preguntas, dependerá nuestra felicidad y la fortaleza de espíritu para afrontar los problemas de cada día o, por el contrario, nos encontraremos sin ilusión y sin ánimos para hacer frente a las dificultades del camino.
Teniendo en cuenta que la respuesta sobre el sentido de la existencia no es algo puntual, sino que es necesario plantearla con cierta frecuencia, muchos hombres y mujeres hacen verdaderos esfuerzos por buscar cada día el sentido de su ser y de su quehacer, pues son conscientes de que, si no lo hacen, la dignidad propia de todos ser humano se degrada.
Pero, junto a estos hermanos que buscan con ahínco y decisión el sentido de su existencia, podemos encontrarnos también con otras muchas personas que no tienen interés en buscarlo o les falta la capacidad necesaria para hacerse preguntas sobre su misión en este mundo. Los trabajos y las preocupaciones de cada día concentran toda su atención, impidiéndoles así encontrar tiempo para reflexionar sobre el sentido de lo que viven y hacen.
Muchos hermanos viven tan obsesionados por gozar de cada situación y por aprovechar el momento presente que se encuentran incapacitados para pensar en el presente y en el futuro de su existencia. Se comportan como si fuesen a quedarse en este mundo para siempre y no se plantean que llegará un día, también para ellos, en el que la muerte ponga límite a su peregrinación por este mundo. Estos hermanos viven desorientados y, en algún caso, pueden llegar a la desesperación.
Cuando el ser humano no da respuesta a la pregunta sobre el sentido de su existencia pierde la capacidad de hacer nuevos descubrimientos sobre el desarrollo de su personalidad y sobre la respuesta consciente a los dones recibidos del Creador. Con el paso del tiempo, puede llegar a convertirse en un animal que hace cosas y que sólo tiene capacidad de disfrutar con la utilización de los objetos materiales.
Es más, quien no se plantea la pregunta por el sentido de la vida se acostumbra a vivir y actuar como los demás, como la masa, sin criterios propios. Incluso puede llegar a convivir con la mentira, el mal y la injusticia, que afectan a tantas víctimas inocentes, sin confrontarse con estas realidades y sin la esperanza de que un día serán vencidas con el triunfo de la verdad sobre la mentira, de la justicia sobre la injusticia.
Pidamos al Señor que nos ayude a ser reflexivos y a utilizar la inteligencia para actuar con criterio y responsabilidad, pensando en el presente, pero sin olvidar que estamos de paso por este mundo y no tenemos aquí morada definitiva.
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