Su hijo estuvo en parada cardiaca durante más de 30 minutos. Tras rezar sin descanso la oración de la estampita de Álvaro del Portillo y sin ayuda médica alguna, su corazón volvió a latir solo. Gracias a esta mediación milagrosa, el sucesor de san Josemaría Escrivá de Balaguer al frente del Opus Dei será beatificado.
José Ignacio es hoy un niño alegre, bailón y futbolero. Le encantan los tallarines con salsa de tomate y dice que de mayor quiere ser cantante. Esto no tendría nada de especial en cualquier otro niño, pero en el caso de José Ignacio, poder hablar de su futuro es un auténtico milagro.
Nació hace diez años con 1,7 kg, una cardiopatía congénita y un onfalocele –una grave malformación que impide que la pared abdominal se cierre y que provoca que los intestinos se desarrollen en el exterior del cuerpo–. A los dos días de nacer, le hicieron la primera intervención para intentar cerrar su abdomen, pero el bebé sufrió una crisis cardiaca muy grave y los médicos tuvieron que terminar la operación de forma precipitada.
A partir de entonces, las crisis de corazón fueron frecuentes, y una de ellas culminó en un paro cardiaco que duró más de 30 minutos. José Ignacio Rodríguez, uno de los médicos que le atendió, asegura que el niño llegó a estar clínicamente muerto: “Todos los que estábamos allí hicimos lo que técnicamente éramos capaces; pero hubo algo que no hicimos nosotros”. Su madre, la chilena Susana Wilson cuenta a la revista Misión todo lo que pasó.
¿Cómo pasaron esa media hora en la que su hijo estuvo en parada cardiaca?
Estábamos en casa de mis suegros y nos llamaron para avisarnos de que José Ignacio estaba muy mal. Como nunca antes nos habían llamado, pensamos que lo que sucedía debía ser muy grave. Al llegar a la clínica, nos dijeron que lo estaban reanimando. Me abracé a mi suegro y me puse a rezar la estampita de don Álvaro sin parar. Al momento apareció mi marido, que estaba aparcando el coche, y se unió a rezar con nosotros. Toda la familia nos pusimos a rezar sin parar.
Poco después, nos avisaron de que había recuperado la frecuencia cardiaca. El doctor, muy impresionado, preguntó que a quién nos habíamos encomendado. Pero, como seguía muy mal, estuvimos toda esa tarde rezando. Con una amiga, nos pusimos a rezar la estampita sin descanso.
¿Por qué decidieron encomendarse a don Álvaro y no al mismo san Josemaría u otro santo conocido?
Lo hicimos por sugerencia de mi madre. Ella había sido operada, se había encomendado a don Álvaro y sintió su cercanía. A raíz de eso, yo también le pedí a don Álvaro que me ayudara con mi hijo; si todo salía bien, yo me encargaría de presentar los papeles para la causa de beatificación. Siempre me imaginé que tenía que suceder un milagro, no podía ser otra cosa. San Josemaría ya era santo, y, de alguna manera, con mi petición a don Álvaro, él me ayudaba a mí y yo, lo ayudaba a él.
Al día siguiente de la parada cardiaca, uno de los médicos preguntó que a qué hora había fallecido su hijo. ¿Llegó el niño a estar clínicamente muerto?
El doctor que preguntó eso fue el mismo que nos dijo que había recuperado la frecuencia cardiaca, y, como sabía todo lo que había pasado, creo que no tenía muchas esperanzas de que siguiera vivo. Cuando se cumplieron los 30 minutos de reanimación, los doctores siguieron el protocolo, que consiste en disminuir las maniobras de reanimación. Sin mediar ayuda médica alguna, José Ignacio recuperó la frecuencia cardiaca. Yo le pregunté al doctor cómo era posible y él me dijo que José Ignacio nos había mirado desde el cielo.
¿Qué ha llevado a constatar que la curación ha sido un auténtico milagro y no un logro del equipo médico que lo atendió?
Principalmente, lo bien que está. Él debería de haber quedado postrado en una cama o morir; sin embargo, hoy lleva una vida normal. En ese episodio no sólo se produjo un paro cardiaco, sino que perdió tres veces el volumen de su sangre por la hemorragia que sufrió. Eso es muy peligroso en un adulto, pero más aún en un niño de ese peso.
Los doctores fueron los que primero dijeron que para ellos no tenía explicación. Por otro lado, se abrió un tribunal eclesiástico que reunió toda la información médica, desde la ficha y la entrevista a los doctores hasta los exámenes y las revisiones de José Ignacio con médicos ajenos al episodio.
¿Por qué creen que Dios ha permitido la curación de su hijo?
Nos hemos preguntado eso muchas veces y nos damos cuenta de que tanto José Ignacio como nosotros tenemos una gran misión que Dios nos ha encomendado. Quizá esto que ha sucedido sea parte de esa misión: servir de esperanza para quienes tienen poca o ninguna fe.
¿Qué sienten al saber que gracias a este milagro Álvaro del Portillo será proclamado beato?
Una enorme alegría. Pero también viene a confirmar que, efectivamente, todo lo que sucedió es gracias a la acción de Dios obrada a través de don Álvaro. Para mí, personalmente, cumplí con mi acuerdo: don Álvaro me ayudó a mí y yo, a él.
¿Creían antes en los milagros?
Sí; de alguna manera, todo lo que nos rodea es un milagro. La vida, la familia, los sucesos importantes de nuestra vida... son gracias a Dios. En la vida podemos tener sucesos extraordinarios que no tienen una explicación a nuestros ojos, pero claramente es Dios el que está ahí, interviniendo.
¿Se siguen encomendando a don Álvaro del Portillo?
Siempre. En cada operación que ha tenido José Ignacio, en mis partos, en los momentos importantes para la familia, don Álvaro nos acompaña.
¿Qué ha cambiado en sus vidas tras haber vivido esta experiencia?
Para nosotros hay un antes y un después. Antes de esto vivíamos la fe desde la distancia: cumplíamos con los deberes de un cristiano pero no teníamos cercanía con Dios. Pero esto nos hizo darnos cuenta de que somos privilegiados de Dios y de que cada día tenemos mucho que agradecerle.
Dios nos quiere infinitamente y está cada día esperándonos. Somos nosotros quienes debemos dar ahora el paso. También como familia nos ha unido mucho más y como matrimonio hemos salido fortalecidos.
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