«Era Jesús, en el fondo de su alma»
«Lo que me atraía era Jesús, en el fondo de su alma», afirmó santa Teresa de Lisieux sobre otra carmelita, que le resultaba muy desagradable. En los casi diez años que pasó en el Carmelo de Lisieux, santa Teresita vivió no pocas dificultades e incomprensiones en la convivencia con sus hermanas y con la priora. Su respuesta era siempre la misma: humildad, obediencia, y, sobre todo, aprender a ver a Jesús en cada una de ellas. Lo cuenta el sacerdote Carlos Ros, en Teresa de Lisieux, huracán de gloria (ed. San Pablo):
Santa Teresa del Niño Jesús -de pie, a la derecha-,
con las sacristanas del Carmelo de Lisieux,
en noviembre de 1896
Sor Teresa de San Agustín es una monja que le resulta especialmente antipática. Confiesa con humildad Teresa: «Hay en la comunidad una Hermana que tiene el don de desagradarme en todo. Sus modales, sus palabras, su carácter me resultan sumamente desagradables. Sin embargo, es una santa religiosa, que debe de ser sumamente agradable a Dios».
Como Teresa no quería ceder a la antipatía natural que experimentaba, se dijo a sí misma que la caridad no debía consistir en simples sentimientos, sino en obras. «Me dediqué a portarme con esa Hermana como lo hubiera hecho con la persona a quien más quiero. Cada vez que la encontraba, pedía a Dios por ella, ofreciéndole todas sus virtudes y sus méritos».
Un día, sor Teresa de San Agustín le dijo: «¿Querría decirme, Hermana Teresa del Niño Jesús, qué es lo que la atrae tanto en mí? Siempre que me mira, la veo sonreír». Y Teresa dice para sus adentros: «¡Ay!, lo que me atraía era Jesús, escondido en el fondo de su alma... Jesús, que hace dulce hasta lo más amargo... Le respondí que sonreía porque me alegraba de verla (por supuesto que no añadí que era bajo un punto de vista espiritual)».
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[La votación para elegir priora] parece difícil, el clima es tenso, y si en aquel entonces hubiera habido sondeos, hubiera dado un empate técnico entre la priora saliente, Inés de Jesús [hermana carnal de santa Teresita], y la candidata, María de Gonzaga. Teresa quedó estupefacta al comprobar que había sido elegida la madre María de Gonzaga. Pero se repuso y su espíritu de fe dominó enseguida esa primera impresión; y los sentimientos de sumisión filial que mostraba por fuera, salían del fondo del corazón. La novicia sor María de la Trinidad llamaba a la madre María de Gonzaga el Lobo, pero sor Teresa la reprendía siempre con el mismo espíritu de fe.
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Muere a los 65 años sor San Pedro de Santa Teresa, inválida desde hace trece años, a la que Teresa ha llenado de atenciones: «Todas las tardes, cuando veía que sor San Pedro comenzaba a agitar su reloj de arena, sabía que eso quería decir: Vamos. Es increíble lo que me costaba hacer aquel esfuerzo, sobre todo al principio. Sin embargo, acudía inmediatamente, y comenzaba toda una ceremonia. Había que mover y llevar la banqueta de una determinada manera, y, sobre todo, no ir deprisa. Por fin, llegábamos sin contratiempos al refectorio. Había que sentar a sor San Pedro y actuar hábilmente para no lastimarla; luego, recogerle las mangas (también de una manera determinada); y entonces ya quedaba libre para marcharme. Con sus pobres manos deformadas, echaba el pan en la escudilla como mejor podía. No tardé en darme cuenta de ello, y ya ninguna tarde me iba sin haberle prestado ese pequeño servicio. Como ella no me lo había pedido, esa atención la conmovió mucho, y gracias a esa atención, que yo no había buscado, me gané por completo sus simpatías, y sobre todo (lo supe más tarde) porque le dirigía antes de marcharme mi más hermosa sonrisa».
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Teresa es propuesta para ser segunda de sor María de San José, responsable de la lencería. Es un carácter difícil esta monja, nadie quiere trabajar con ella. Teresa pidió a la madre María de Gonzaga que le permitiese tener ese puesto en la lencería. Y aguantando las torpezas de sor María de San José, ayudará en la lencería Teresa hasta su última enfermedad.
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