Juan Ávila Estrada
¿Escandalizado con el título? Pues si…léelo bien, la Biblia no sirve para nada. La Biblia es un libro (Sagrado, creemos los cristianos y los judíos) como uno más de miles de libros en el mundo, un clásico de la literatura universal, famoso como muchos otros, traducidos a casi todos los idiomas del mundo, capaz de generar la mayor cantidad de estudiosos y especialistas que han llegado a su contenido con toda clase de intenciones.
Pero si lo único que tienes es el “libro”, entonces no sirve para nada. No sirve si lo tienes en la biblioteca de tu casa como un libro más, no sirve si solo es usado para ayudar a responder las tareas que en el colegio asignan a tu niño, no sirve si lo tienes abierto en el salmo 91 en un rincón de la casa, sobre todo si ni siquiera sabes lo que ese salmo dice, no sirve si lo convertiste en un accesorio decorativo de tu sala en un enorme y precioso atril metálico digno de Catedral, no sirve si crees que es un “amuleto” protector de tu familia, no sirve si nunca lo abres y extraes su contenido.
Es que la Biblia es un libro, unos más bonitos que otros, pero la eficacia de sus páginas no están en el papel sino en el mensaje dinámico de su Palabra. Por eso me atrevo a decir que los cristianos no somos sencillamente los “hombres del libro” sino “los hombres de la Palabra”; ésta, a diferencia del libro, es viva y eficaz, “lámpara para nuestros pasos y luz en nuestros senderos” (Sal. 108); el libro por su parte es estático, inerte y no pasa de ser uno más entre los millones que existen en el planeta.
Como las semillas en frascos, que no producen frutos si no son sacados de su interior y sembradas en la tierra, del mismo modo la Biblia es ineficaz si no se vuelve Palabra de Dios, pues lo propio de sus páginas es generar vida interior y transformación profunda entre quienes la leen. Ella fue escrita por hombres, inspirados por Dios, para iluminar la vida del hombre y darle a conocer su plan de Salvación.
Entonces, ¿cuándo sirve la Biblia? Cuando se vuelve Palabra proclamada, creída y vivida. Esta Palabra es la que engendra la fe: “Así que la fe viene por el oído y el oír, por la Palabra de Dios” Rm. 10-17; esta Palabra es la que crea comunidad de creyentes y no simplemente un club de amigos ni una asociación caritativa; esta Palabra es la que engendra vida interior y lleva a la Bienaventuranza, por ella merecen felicitaciones quienes creen “no por haber visto” sino por haber escuchado. Por sagrado que sea el libro, su sacralidad se vuelve santidad en los que le sacan su semilla del interior para sembrarla en el corazón. Es que es sólo ahí donde la Palabra del Señor tiene eficacia; no simplemente en el intelecto; conocer la Palabra no es solo saberla de memoria, también los computadores tienen en sus programas la posibilidad de guardar en su “memoria” los textos sagrados.
Es la Palabra la que engendra la vida de familia, la vida interior, la conversión, la fe, la caridad, la esperanza, el conocimiento de Jesucristo, de su voluntad y de su amor por nosotros; la Palabra dinamiza la vida de la Iglesia, la empuja a la misión, a romper sus propios esquemas para ir en búsqueda de los que andan como ovejas sin pastor. Es “Palabra” lo que van a escuchar nuestros feligreses, quieren conocer lo que dice Dios, necesitan quien se las ayude a entender, quien se las actualice, quien les ayude a descubrir su enorme practicidad. Los sacerdotes somos los hombres de la Palabra y estamos llamados a hacérsela entendible a nuestros fieles, pero también ser fieles a ella, sin desvirtuarla ni desprestigiarla.
Biblia sí, pero hecha Palabra de Dios. La mejor Biblia en casa no es aquella que permanece impoluta en un rincón de la sala sino la que se ve desgastada por el permanente uso que hacen de ella quienes la tienen en casa.
Si quieres una vida de familia generada en la verdad y en el amor, permite que la Palabra de Dios realice su obra, léela junto a tu familia y descubrirás la manera como Dios quiere hacer presencia en tu hogar.
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