Josep Miró
Vaya por delante que soy socio del Barça desde tiempos innominados, y considero que hace años que es uno de los grandes equipos, sino el primero, del mundo. Pero, esta afinidad personal y esta realidad deportiva no significan justificarlo todo. El FC Barcelona tenía a honor no lucir en su camiseta ningún tipo de publicidad. De hecho, el orientarse en este sentido ha sido algo relativamente reciente.
Sin embargo, la elección no ha podido ser peor, porque Qatar Foundation es en definitiva la otra marca de un Estado, Qatar, que no merece asociar su realidad a la de ningún club deportivo y menos el del Barcelona. Cuando criticas un hecho, automáticamente los incondicionales favorables a aquello que tu criticas saltan esgrimiendo los pecados de otros. En este caso se puede alegar que hay equipos de fútbol que por ejemplo llevan publicidad de casas de apuestas. Creo que en este caso, como en todos, las faltas de los demás no justifican las propias. No hace falta ser un exigente moral para pensar así. Incluso un utilitarista puede ver que una sociedad basada en estas premisas no puede nunca funcionar bien.
Qatar, digámoslo de entrada, es un régimen autocrático. Se puede disfrazar de mil maneras pero esto es lo que es. Pero, no se trata solo de esto, ni mucho menos la razón fundamental por la que escribo estas líneas. Hay otras dos más. Una es la inacabable guerra de Siria, donde Qatar, cada vez más desplazado por Arabia Saudita, financia el mantenimiento de la misma y apoya a grupos yihadistas. Es una pésima carta de presentación. La de Arabia Saudita es peor, pero ésta no luce en la camiseta del Barça.
La segunda es el trato que dan a cientos de miles de personas que han ido a trabajar a aquel país. Hace poco, The Guardian publicaba una serie de artículos y vídeos sobre la situación de estos trabajadores, fundamentalmente orientales, procedentes en gran medida de Nepal y la India, que viven en condiciones objetivas de esclavitud sin que nadie diga nada. Entre otras cosas, porque Qatar se presenta como un país sofisticado de la mano de sus autócratas, y esto en tiempos de la imagen lo salva casi todo.
Qatar es un país donde solo 250.000 personas tienen carta de naturaleza de ciudadanos, a pesar de que viven en el mismo 1,7 millones. Ya se puede entender que, en estas condiciones, con unas desigualdades sociales brutales, la represión policial ha de estar a la orden del día. Si a ello se añade la esclavitud, la cosa es realmente tétrica.
Cuando aquellos trabajadores, dedicados a tareas de baja calificación, llegan al país les rompen el contrato de origen, les retienen el pasaporte para que no puedan salir, y les obligan a firmar un nuevo contrato por 180 euros mensuales. Además, les retienen el sueldo durante meses o directamente no se lo pagan para que no puedan huir. Les obligan a vivir en campos de trabajo insalubres. Han de trabajar 12 horas diarias con temperaturas brutales, por encima de los 40 grados. El agua es de pago, y la tasa de mortalidad muy alta. Según la embajada de aquel país, este verano ha muerto un nepalés por día. Los sindicatos estiman que en el Mundial que realizará Qatar, si alguien no lo remedia, morirán 4.000 personas.
Todo esto es muy grave, escandaloso. Y el que la FIFA tomara una medida que solo se explica por razones indecentes de celebrar la Copa del Mundo en aquel país, en pleno verano, tampoco justifica el que el Barcelona, con una tradición de solvencia y decencia más que centenaria, también se avenga al juego del dinero sin mirar a quien. Más en este caso, cuando el club podría elegir otros sponsors que también le reportarían buenos ingresos. Cuando estas cosas suceden, se propicia el pensar mal, algo que yo no hago, simplemente me quedo en los hechos.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos
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