sábado, 2 de junio de 2012

FAMILIA, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD.

La razón


El Papa reivindica a su llegada a Milán su papel como «signo de una verdadera cultura a favor del hombre»


 
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La capital lombarda     le recibió gritando «Santo Padre, le queremos mucho»
Diccionario Inteligente
1 Junio 12 - - Darío Menor / Enviado Especial
Milán- Benedicto XVI necesitaba un baño de multitudes y cariño como el que se dio ayer en Milán, donde llegó para participar en el VII Encuentro Mundial de las Familias. Después de que el escándalo de «Vatileaks» y la traición de su propio mayordomo le hayan dejado con «tristeza en el corazón», como él mismo reconoció en la audiencia general del miércoles, escuchar a la multitud congregada en la plaza del Duomo de la capital lombarda gritando «Santo Padre, le queremos mucho» fue una estupenda forma para empezar a superar este difícil periodo. 

La segunda parte de la medicina le llegó en el teatro de la Scala de Milán, donde la orquesta y el coro del coso milanés, dirigidos por Daniel Barenboim, maravillaron al Papa con la interpretación de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Esta insigne obra, que contiene el celebérrimo «Himno de la alegría», no podía estar mejor elegida. El efecto del calor popular y de la música se reflejó en el rostro del Pontífice, más sonriente y menos tenso que los días previos. 

El Papa respondió al afecto acordándose de los más débiles. En su primer discurso en Milán, mostró su cercanía a todos los que «están necesitados de ayuda, a los que están afligidos por diversas preocupaciones, a las personas solas o en dificultad, a los desempleados, a los enfermos y a los encarcelados». En esta enumeración de las víctimas de la crisis también mencionó a quienes no pueden disfrutar de una casa y a los que no cuentan con «lo indispensable» para poder llevar «una vida digna». 

Ante el sufrimiento de estas personas, los católicos no deben mirar hacia otro lado, pues necesitan el «interés solidario y constante de la colectividad». La misma solidaridad precisan las víctimas del reciente terremoto en la región italiana de Emilia-Romaña, de las que Benedicto XVI se acordó entre los aplausos de las familias italianas y de diversos países del mundo que le escuchaban en la plaza del Duomo, con la bellísima imagen de la fachada de la catedral de fondo. 

Tras exaltar la rica historia de fe y cultura de Milán, el Pontífice analizó el panorama contemporáneo subrayando la urgencia de la inclusión de la «levadura evangélica» en el contexto cultural. La fe en Cristo, dijo, debe «animar todo el tejido de la vida» de forma que se pueda alcanzar «un bienestar auténtico». Para ello hay que partir de la familia, «que debe ser redescubierta como el patrimonio principal de la humanidad», pues es un «signo de una verdadera y estable cultura a favor del hombre». 

Además de saludar al arzobispo de Milán, el cardenal Angelo Scola, uno de los purpurados más en boga de Italia, el Papa se acordó de dos de su antecesores en la sede ambrosiana, el cardenal Dionigi Tettamanzi, gran defensor de los inmigrantes, y el cardenal Carlo Maria Martini, quien en numerosas ocasiones ha pedido la reforma de la Iglesia.


Homenaje musical en La Scala
El cargo de Pontífice, como cualquier jefatura de Estado, impone a quien lo desempeña un buen número de limitaciones a su libertad. Una de ellas es que resulta harto complicado acudir a teatros y auditorios para disfrutar de un concierto. Para un gran amante de la música como es Benedicto XVI significa una renuncia importante. Ayer el Papa pudo quitarse esta espinita en el que probablemente es el mejor templo de la ópera del mundo, el teatro de La Scala de Milán. Tras el homenaje musical, que agradeció con emoción, el Pontífice tuvo una palabras para los asistentes en las que destacó los valores de la «solidaridad, la fraternidad y la paz». Estos tres pilares son «preciosos» para la familia, porque es dentro de esta institución donde «la persona humana experimenta que no ha sido creada para vivir cerrada en sí misma, sino en relación con otros». Es en la familia, remarcó Benedicto XVI, donde se entiende que la realización personal viene al darse al prójimo y no con el egoísmo y, además, donde «se comienza a encender en el corazón la luz de la paz para que ilumine nuestro mundo».

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