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Escrito por Ecclesia Digital | |
jueves, 24 de mayo de 2012 | |
OMPRESS-MADRID (24-5-12) Mons. Rodrigo Mejía es un jesuita misionero, nacido en Medellín, Colombia, que lleva más de 30 años en Etiopía, y que desde 2007 es obispo en el vicariato apostólico de Soddo en este país del este de África. Intervino ayer por la mañana en la mesa redonda sobre la cooperación misionera con el Cuerno de África en la Jornada Nacional de Delegados de Misiones que esta teniendo lugar estos días en Alcalá.
Mons. Mejía indicó como introducción a su intervención que es un error muy común considerar a África como un bloque homogéneo, una especie de gran nación con los mismos problemas en todas partes. Por eso se centró en presentar la situación de la Iglesia católica en Etiopía, presentando los problemas más estructurales y, por consiguiente, más comunes que afectan tanto a la población como a la misión de la Iglesia Católica en Etiopía.
Los primeros desafíos son los que emanan de las estructuras político-administrativas. “La política no lo es todo pero en todo se encuentra la política”, afirmaba Mons. Mejía. En Etiopía, donde la Iglesia católica es una minoría del 0,73%, el problema es el no tener reconocimiento legal y carecer de personalidad jurídica. La primera consecuencia práctica de esta estructura es que la Iglesia no puede obtener visas de residencia para ningún misionero extranjero a menos que dicho misionero o misionera esté cualificado y oficialmente inscrito a uno de los proyectos reconocidos por el gobierno. La Iglesia es considerada como una ONG.
Las estructuras culturales son fuente también de desafíos. “Etiopía es un mosaico de grupos étnicos y culturales con tradiciones muy diferentes”, señalaba el prelado colombiano. “Esta variedad en sí misma es una riqueza pero al mismo tiempo es un reto a la identidad nacional”. Y añadía: “El tribalismo, que es el virus más agresivo de cualquier sociedad, encuentra en este contexto un caldo de cultivo para la corrupción a todos los niveles”.
Los desafíos de las estructuras económicas provienen de que Etiopía es un país que siempre ha vivido de la agricultura y el artesanado, pero no ha desarrollado la industria moderna y, por consiguiente, no puede proveer empleo a las nuevas generaciones. Actualmente Etiopía actualmente cuenta con 83 millones de habitantes que tiene que alimentar. Muy unidos por tanto a esta situación están los desafíos provenientes de las estructuras ecológicas. Mons. Mejía afirmaba que “es ya una certeza experimentada que las estaciones de las lluvias en África, y en particular en Etiopía, no tienen la regularidad de otros tiempos”. Esto crea las sequías que infaliblemente causan las tristemente famosas hambrunas de Etiopía. Antes ocurrían cada diez años pero en los últimos 15 años prácticamente hay hambrunas en alguna parte del país cada año.
Mons. Rodrigo Mejía dedicaba la segunda parte de su intervención a cómo se puede colaborar, algo que la Iglesia católica lleva haciendo durante años. “A pesar de ser una pequeña minoría, es reconocida en Etiopía como el cuerpo religioso más comprometido en el campo de lo social y del desarrollo con miras a ayudar al más pobre”. Reconocía, sin embargo, que, a pesar de esta óptima intención, la ayuda de la Iglesia es casi como “una gota en el océano”. La solidaridad es una respuesta. Denunciaba, no obstante, que hay un silencioso pacto de complicidad con las autoridades de los países pobres que reciben generosas ayudas e inversiones del hemisferio norte para proyectos de desarrollo: “No es ningún secreto que cerca el 60% de la mayoría de esos subsidios de desarrollo se gastan en ‘administración’, una palabra elegante para describir la corrupción a varios niveles”.
La conclusión, desde su experiencia de 30 años en Etiopía, es que para ayudar a África, es necesario conocer África. “Esta falta de conocimiento”, señalaba, “lleva a proponer soluciones que a lo mejor dan magníficos resultados en Europa o en América pero que por razones políticas o culturales no son viables en África”. La gran tentación es decidir e imponer desde fuera el contenido y la modalidad de la ayuda sin suficiente experiencia de la situación local.
“Es común que en todos los proyectos los donantes exijan una contribución local; pero quizás la mayor contribución local de la gente en África no es tanto monetaria o material sino el hecho de transformar la mente de los visitantes que quieren colaborar con el pueblo africano. Muchas veces pocas semanas bastan para que el extranjero cambie de puntos di vista y revise sus criterios y sus programas de desarrollo”.
Por eso concluía: “Los misioneros somos a veces tildados de retrógrados, de haber perdido el contacto con el progreso científico y técnico y de mantener al pueblo africano al nivel de soluciones pasadas de moda que ya no se aplican en el mundo dicho civilizado. Es muy posible que algo de esto sea verdad, pero es también verdad que hay situaciones tan complejas que el visitante no logra comprender en pocas semanas. Alguien escribió: Si paso dos semanas en África me siento capaz de escribir un libro, si paso un año, podría a lo mejor escribir un artículo, si vivo allí, casi no me atrevo a escribir una carta a mis amigos”.
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