Siempre ha sido llamada así, desde que fue fundada por el Rey Alfonso XIII. El campeonato de España es la Copa y la Liga Nacional de Fútbol, la Liga. A partir de 1931 y mientras la Segunda República no derivó hacia un Frente Popular soviético que desembocó en la Guerra Civil – vamos a dejarnos de falsas legalidades que fueron fumigadas en 1934–, el campeonato de España fue la Copa del Presidente de la República. En la posguerra y hasta 1975, la Copa del Generalísimo, y a partir del establecimiento de la Monarquía, la Copa de S.M. El Rey, nuevamente, cerrando el ciclo. Recibe la copa, el trofeo, el vencedor del Campeonato de España.
Durante los años del franquismo, el partido final del Campeonato de España se celebraba habitualmente en Madrid. En Londres existen ocho o nueve equipos, y el Liverpool o el Manchester nunca se han quejado del escenario de la final de la Copa inglesa, el londinense y mítico estadio de Wembley. En España, la Casa del Rey abrió la mano y se han celebrado finales de la Copa en diferentes ciudades, perdiendo el Bernabéu su condición de sede permanente, no por preferencia hacia el Real Madrid, sino por capacidad de aforo. Prueba de ello, es que el coñazo de la Demostración Sindical, que también presidía Franco, se celebraba en el Bernabéu y no en el Metroplitano y posteriormente en el Vicente Calderón.
A Madrid se lo ganaron anímicamente los aficionados vascos del Athletic de Bilbao. Eran los más simpáticos, y todos los madrileños deseábamos que el Athletic –en el franquismo Atlético de Bilbao–, alcanzara la final de Copa. Y hasta aquí llegaban los aficionados, menos numerosos, del Barcelona, del Valencia, del Sevilla, y como no, del Atlético de Madrid que es club muy copero. En aquellos tiempos nadie se atrevió a silbar a Franco ni al himno. Los más reacios a la ovación mantenían cerrada la boca y quietas las manos, pero muchos aplaudían. Lo siento, pero era así y así hay que recordarlo.
Ahora, apoyados por partidos políticos nacionalistas y separatistas, y por presidentes futboleros demagogos, se abuchea al Rey, o al Príncipe, a la Bandera y al Himno Nacional. Libertad de expresión. Respeto institucional a los sentimientos individuales y colectivos de todos los españoles. Por parte de los silbadores, deleznable falta de educación y cortesía. Sigo creyendo que algo falla en los tornillos de la sensibilidad de muchos españoles no catalanes que son seguidores a ultranza del club antiespañol por excelencia, pero eso sí, que disputa la Liga Nacional –de España–, de fútbol y el campeonato de España y Copa del Rey. Que silban, abuchean y vejan a quien les ha dado plena libertad para ser el objetivo de su rechazo. Y sí, amparados por la Constitución firmada por el abucheado, ahora son más valientes.
No he visto el partido. Nada me interesaba con los vientos que se presumían. Esperanza Aguirre habló –como Sarkozy cuando fue silbada La Marsellesa–, de una posible suspensión en el caso de que el Príncipe y el Himno fueran insultados por los energúmenos. Le niegan su libertad para opinar. Dios me libre de meter a todos los aficionados del Athletic y el «Barça» en el mismo saco. Pero tampoco me sirve la mentira de que son «unos pocos» los que insultan a nuestras instituciones, Bandera e Himno. Son muchos. Me he perdido en la maravilla de Sierra Morena. Intuyo lo que va a suceder, y por esta vez, he elegido la contemplación de los jabalíes originales.
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