Ayer fue el Día de las Fuerzas Armadas, de nuestros militares. Hay que estar con ellos. Nos dan ejemplo diario. El Consejo de Ministros ha concedido, al fin, la Cruz Laureada de San Fernando a los héroes del Regimiento de Alcántara 14 de Caballería. Murieron en el campo de batalla por proteger a las tropas españolas en el repliegue desde Annual al Monte Arruit 28 de sus 32 oficiales y 523 de sus 685 soldados. Han pasado 92 años desde aquello, pero en los militares la gloria no se pide y siempre espera. Yo, personalmente, les debo todo. Se dice que la educación de los jóvenes se distribuye entre la familia y el colegio. Los que tuvimos la suerte de hacer el Servicio Militar, y, en mi caso, en el más bajo grado de la escala militar, el de recluta mondo y lirondo, tenemos que añadir al beneficio de nuestra formación, nuestra época de soldados. Los que no conocen ni quieren conocer a los militares se ríen de estos sentimientos de gratitud. En la vida se aplican toda suerte de enseñanzas aprendidas en los campamentos y los cuarteles. El honor de la verdad, el respeto a los demás, la disciplina, la puntualidad, la cortesía, el triunfo sobre la abulia y el cumplimiento del deber. No recuerdo cómo se monta un mosquetón o un CETME. Pero todo lo anterior, lo que comprende el comportamiento personal ante las circunstancias de la vida, es el premio que mi memoria guarda de mi paso por la Mili.
El militar, de tierra, mar o aire, cumple con su deber todos los días por tierra, por mar y por aire. En muchas ocasiones en lejanos destinos. Asistimos escandalizados a las cantidades que perciben los consejeros de los bancos por sentarse en torno a una mesa, y lo que es más inconcebible, lo que perciben por hacerlo mal y marcharse. Esta crisis es la consecuencia de la avaricia de unos pocos y de la nefasta administración de los recursos del Estado. El Estado no es nuestra Patria, sino nuestro administrador. Nuestra Patria es España, que ampara por igual a todos los españoles, incluidos los que no quieren serlo. Y no se respira amor más profundo a España a cambio de nada que entre los militares. No presumen de ello. Mueren por nuestra paz.
Se sacrifican por todos sus compatriotas. Y mientras el consejero que ha colaborado en la quiebra de una empresa se marcha a casa con el bolsillo rebosado y caliente, un teniente general de Tierra o Aire o un Almirante de la Armada se jubila después de décadas al servicio de España con una pensión tan medida como modesta, más modesta que medida. Pero saben que eso es así porque ellos han elegido el camino de la renuncia a las comodidades, con la ayuda siempre de esas militares impresionantes, magníficas y valientes que son sus mujeres, y de esos hijos que, conociendo las privaciones, no dudan en seguir el ejemplo de sus padres y, en caso contrario, no dejan de sentir el orgullo que sus padres han depositado en sus escalas de valores. Y no me olvido de las mujeres que visten uniforme, cada año y cada promoción más numerosas, que han disipado con holgura todas las dudas que despertaron cuando se incorporaron a la carrera de las Armas. Y todo por nada. Por amor a España y por su convicción de que, sirviendo a los españoles, cumplen con su vocación, su juramento y su destino. Eso sí, riquezas materiales, pocas.
La grandeza de la Guardia Civil, el respeto y cariño que se han ganado sus componentes a través de los años, tiene mucho que ver con el carácter militar de la Institución. Sacrificio, trabajo, honradez y justicia. Asignaturas militares que se aprenden con los ejemplos y no se estudian en los libros de texto. Asignaturas aprobadas que no olvidamos los que hemos tenido la fortuna de haber disfrutado, y sufrido, el cumplimiento de los deberes y de los derechos. El Servicio Militar ha sido para centenares de miles de españoles su mejor escuela. Y para muchos también, su mejor entorno familiar. Todo a fuerza de dureza, de soportar las inclemencias del tiempo, de no preguntarse el motivo de las órdenes y también de aprovechar todos los conductos cuando las injusticias, que las hay como en todas partes, herían la sensibilidad de los más débiles. Un militar puede equivocarse, pero nunca ser injusto en el trato. Eso, la cortesía que tanto nos asombró encontrar y aprender cuando llegamos al campamento.
A todos los militares y guardias civiles que cumplen servicio en lugares lejanos y no reciben ni el menor signo de afecto de quienes nos beneficiamos de su sacrificio. A todos los hombres y mujeres patriotas y honestos que dedican su vida al servicio de España con abnegación, discreción, prudencia y paciencia. Pasan las generaciones y quedan los valores y principios. A todos ellos, mi gratitud infinita. Me enseñaron a no mentir a mi verdad, que no tiene que ser la verdad con mayúscula, pero que es la mía y libre. Me enseñaron a no dejarme llevar por la comodidad cuando había de enfrentarme a las incomodidades. Me enseñaron a no ser un cobarde que se traga sus palabras y pasa por alto injusticias y ambigüedades. Me enseñaron a ser educado y cortés con quien ocupa los espacios más necesitados de la sociedad. Y lo hicieron siendo educados y corteses conmigo, cuando yo era parte, como recluta en el CIR 16, de lo más parecido a casi nada que se puede ser. Y, sobre todo, y esto también me viene de familia, me enseñaron a amar a España con pasión, a defenderla siempre, a no tolerar afrentas ni desprecios a su Bandera y su Himno y, en la actualidad, a ser leal al Rey por encima de bobadas y maledicencias.
Me enseñaron a saber que la Bandera no es un símbolo, y menos un «trapo», como dicen los cretinos. La Bandera somos todos. La Bandera son nuestras vidas y las vidas de los que vienen detrás. Y también nuestras muertes. Desde que la instituyera Carlos III para la Armada y pasara a ser la Bandera de todos, con excepción del efímero paso de la tricolor republicana, la Bandera es la misma. Han cambiado sus escudos, no sus colores. El día de mi Jura, yo juré amor y lealtad a esos colores y a esa Bandera. No por obligación castrense. Por convicción absoluta y emocionada. Y reitero mi convicción y mi emoción. En el día de los que mejor la defienden y guardan. De los que nos enriquecen con su ejemplo sin enriquecerse ellos. Los hombres y mujeres honrados de España. Sus militares.
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