LA CIUDAD Y LOS DÍAS
La infancia bajo la crisis
UNA señal muy elocuente de los tiempos que vivimos es que, al mismo tiempo que uno de los grupos más mimados en España, el de los universitarios, organiza una huelga de alto impacto mediático para aferrarse a lo indefendible, se haga público, sin mayores consecuencias, el demoledor informe de Unicef acerca del estado de la infancia en este país. Nada menos que 2.200.000 niños, el 26% del total y, por cierto, un número muy aproximado al de estudiantes universitarios, vive en hogares bajo el umbral de pobreza, es decir, que no alcanzan el 60% de los ingresos medios.
Según Unicef, el de los niños es el grupo más afectado por la crisis, ya que la pobreza crónica entre ellos ha crecido un 53% en sólo tres años, algo que deja muy atrás el sufrimiento de segmentos tales como jubilados, jóvenes o inmigrantes. Por supuesto, la naturaleza propia de la infancia la hace muy sensible al deterioro económico general, pero tampoco puede dudarse de que la fragilidad y precariedad de las nuevas fórmulas familiares, tan jaleadas como muestra de progresismo y de libertad de costumbres, está teniendo, entre otros, el indeseado aunque bien previsible efecto de minar las posibilidades de los hijos, cuando los hay, de desarrollar su infancia en condiciones aceptables. Y es que la nueva pobreza afecta especialmente a familias rotas, sobre todo a aquellas en las que un adulto debe hacerse cargo en solitario del hogar.
El mero asistencialismo no puede dar respuesta a situaciones tan injustas como insostenibles. Se hacen necesarias medidas políticas y actitudes sociales que refuercen el papel de la familia, analizando a fondo las causas de la crisis que la afecta y sus raíces en la más profunda y previa de la dignidad de la persona. El VI Congreso Mundial de Familias, que reunirá este fin de semana en Madrid a expertos y a personalidades de la cultura y la política que buscan restaurar el papel de las familias en la sociedad, será una buena ocasión para compartir y debatir ideas sobre las que asentar el gran patrimonio social que supone la familia natural, en la que un hombre y una mujer se esfuerzan, desde el amor que procuran cultivar, en sacar adelante a sus hijos y asegurarnos a todos el futuro.
Ya veremos si los medios de comunicación, hasta ahora sordos y ciegos, se sensibilizan porque, al final, no será un pelotón de soldados, como dijera Spengler, lo que ha de salvar a la civilización, sino innumerables familias responsables, abiertas a la vida y dispuestas a luchar, con crisis o con bonanza, por la felicidad de sus hijos.
Según Unicef, el de los niños es el grupo más afectado por la crisis, ya que la pobreza crónica entre ellos ha crecido un 53% en sólo tres años, algo que deja muy atrás el sufrimiento de segmentos tales como jubilados, jóvenes o inmigrantes. Por supuesto, la naturaleza propia de la infancia la hace muy sensible al deterioro económico general, pero tampoco puede dudarse de que la fragilidad y precariedad de las nuevas fórmulas familiares, tan jaleadas como muestra de progresismo y de libertad de costumbres, está teniendo, entre otros, el indeseado aunque bien previsible efecto de minar las posibilidades de los hijos, cuando los hay, de desarrollar su infancia en condiciones aceptables. Y es que la nueva pobreza afecta especialmente a familias rotas, sobre todo a aquellas en las que un adulto debe hacerse cargo en solitario del hogar.
El mero asistencialismo no puede dar respuesta a situaciones tan injustas como insostenibles. Se hacen necesarias medidas políticas y actitudes sociales que refuercen el papel de la familia, analizando a fondo las causas de la crisis que la afecta y sus raíces en la más profunda y previa de la dignidad de la persona. El VI Congreso Mundial de Familias, que reunirá este fin de semana en Madrid a expertos y a personalidades de la cultura y la política que buscan restaurar el papel de las familias en la sociedad, será una buena ocasión para compartir y debatir ideas sobre las que asentar el gran patrimonio social que supone la familia natural, en la que un hombre y una mujer se esfuerzan, desde el amor que procuran cultivar, en sacar adelante a sus hijos y asegurarnos a todos el futuro.
Ya veremos si los medios de comunicación, hasta ahora sordos y ciegos, se sensibilizan porque, al final, no será un pelotón de soldados, como dijera Spengler, lo que ha de salvar a la civilización, sino innumerables familias responsables, abiertas a la vida y dispuestas a luchar, con crisis o con bonanza, por la felicidad de sus hijos.
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