sábado, 26 de mayo de 2012

LA FAMILIA SIN IDEOLOGÍAS, POR MONSEÑOR REIG PLA.


D. Juan Antonio Reig Pla

LA FAMILIA SIN IDEOLOGÍAS

Afirmaba el beato Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Familiaris consortio (1981) que “la familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura” (FC 1). Estas transformaciones son descritas por el Papa en la primera parte de la Exhortación, titulada “Luces y sombras de la familia en la actualidad” (FC 4-10).
Siendo preocupante el análisis que se hace en la Familiaris consortio sobre la situación de la familia, lo peor estaba por llegar: la emergencia de un nuevo paradigma cultural propiciado por la revolución sexual. Esta revolución, en la que convergen a la vez aspectos del pensamiento marxista-freudiano y liberal, se venía gestando como un “nuevo paradigma liberacionista” desde la primera mitad del siglo pasado y tuvo sus manifestaciones externas en el conocido mayo francés de1968. En poco tiempo, y favorecida por la llamada “píldora anticonceptiva”, la revolución sexual hacía su entrada con tres postulados muy definidos: la ruptura entre la sexualidad y la procreación; la ruptura entre la sexualidad y el matrimonio; y finalmente la desvinculación entre la sexualidad y el amor. Esta cultura de la separación tiene sus fundamentos en el dualismo antropológico, en la autonomía moral afirmada desde el individualismo y el relativismo, de donde deriva un concepto perverso de libertad que no se fundamenta en la verdad de la persona y del matrimonio. Como escenario de fondo, estos postulados nacen del secularismo y de la negación de Dios.
Después de aquella primera entrada de la revolución sexual, hoy los ataques a la familia vienen propuestos por la llamada ideología de género y por las nuevas teorías “queer” y “cyborg”. Éstas atentan directamente sobre la naturaleza de la persona, negando el sustrato antropológico que sustenta tanto el matrimonio como la familia.
Los pasos que sigue esta segunda entrada de la revolución sexual están también perfectamente definidos: deconstruir la sociedad a base de deconstruir el matrimonio y la familia, deconstruir la educación y la cultura, deconstruir la persona y deconstruir las bases de la antropología cristiana. Si el instrumento que facilitó la primera revolución sexual fue la “píldora anticonceptiva”, en este caso los instrumentos son las llamadas intervenciones de “reasignación” de sexo, la manipulación de embriones humanos, la reproducción asistida y una cultura dominante que, propiciada por el emotivismo y la manipulación del lenguaje, pretende promover los postulados del feminismo radical, del lobby gay, del relativismo moral y de la filosofía constructivista.
El principal postulado de la ideología de género es negar la diferencia sexual y afirmar que la sexualidad es un producto de la cultura. Deconstruida la antropología cristiana, lo que queda es reconducir la orientación sexual a una simple opción. Todo lo demás queda justificado por el principio de no discriminación y tolerancia.
Los síntomas que ponen de manifiesto la ideología de género son los llamados modelos de familias, las uniones de personas del mismo sexo con la posibilidad de adopción de niños, la reproducción asistida, incluso en personas solteras, la llamada salud reproductiva, etc. A su vez, los instrumentos utilizados para la difusión de esta ideología son la educación sexual en las escuelas, la promoción de nuevos derechos humanos, y los cambios legislativos que acaban por destruir el derecho civil matrimonial, por vaciar de contenido los derechos del niño y por favorecer la destrucción de la vida humana. Nos encontramos ante una imponente “estructura de pecado” que introduce un nuevo paradigma, un nuevo sistema cultural de carácter totalitario: la dictadura del relativismo y la ideología de género favorecidas por la gobernanza global y los poderes económicos.
Para afrontar este colosal desafío es necesario partir de los fundamentos antropológicos recogidos en la llamada teología del cuerpo del venerado beato Juan Pablo II. En concreto hay que tener en cuenta dos tesis fundamentales: la unidad sustancial cuerpo-espíritu y la redención del cuerpo, o lo que es lo mismo, la unidad de la persona en el ser y en el obrar. Con estas dos tesis se puede responder al dualismo antropológico y a la reducción del amor a la simple emoción o sentimiento incapaces de construir una historia amorosa perdurable en el tiempo. De la mano del beato Juan Pablo II afirmamos que el cuerpo no es una simple prótesis del “yo”, ni material biológico a merced de la libertad de la persona. El cuerpo es la visibilización de la persona, como un “sacramento” de la persona. Del mismo modo la sexualidad es una dimensión esencial de la persona que es a la vez espiritual-corporal y vive su vocación al amor desde la diferencia varón-mujer. La gracia de Jesucristo redime el corazón humano para que, en el lenguaje del cuerpo, se pueda expresar el amor que atraviesa todos los dinamismos de la persona. La virtud de la castidad posibilita integrar en el acto libre del amor conyugal los dinamismos fisico-biológicos, los psíquicos y los espirituales.
Desde estos presupuestos, y utilizando los elementos de la antropología cristiana, el amor conyugal hay que presentarlo como un amor plenamente humano, total, fiel, exclusivo y fecundo. Por el sacramento del matrimonio los esposos reciben una efusión del Espíritu que les hace participar de la alianza Cristo-Iglesia (vínculo conyugal) y les concede la gracia de la caridad conyugal para que puedan amarse con el mismo amor de Cristo manifestado en la cruz.
Una vez propuesta la verdad del amor conyugal, hemos de extraer sus consecuencias para desenmascarar la ideología de género que se asienta en el dualismo antropológico y en la negación de la diferencia sexual varón-mujer. El núcleo central de esta ideología es el “dogma” pseudocientífico según el cual el ser humano nace “sexualmente neutro”. Hay, se dice, una absoluta separación entre sexo y género. El género no tendría ninguna base biológica, sería una mera construcción cultural. Desde esta perspectiva la identidad sexual y los roles que las personas de uno y otro sexo desempeñan en la sociedad son productos culturales, sin base alguna en la naturaleza.
Además de desvelar las bases antropológicas del matrimonio y la familia, hemos de resaltar el carácter institucional del matrimonio natural y el gran bien social que supone la familia. Superando el emotivismo y el reduccionismo utilitarista que se hace del amor, hemos de presentar la institución matrimonial como la custodia del amor y la garantía de su perdurabilidad. El matrimonio es una institución prevista por el Creador para la comunión entre los esposos y la procreación. Ambas dimensiones son elementos esenciales para el bien común que las leyes deben proteger. La familia que nace de la unión sacramental de un solo hombre con una sola mujer abiertos a la vida es la mejor escuela de sociabilidad y auténtico patrimonio de la humanidad.
D. Juan Antonio Reig Pla
Obispo Complutense,
Presidente de la Subcomisión Episcopal
para la Familia y la Defensa de la Vida de la
Conferencia Episcopal Española,
Vicepresidente (Sección Española) del
Pontificio Instituto Juan Pablo II
para estudios sobre el matrimonio y la familia

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