Se han puesto de moda las charlitas carcelarias entre los terroristas y sus víctimas o sus familiares. No tienen sentido. Ahora le ha llegado el turno a Consuelo Ordóñez, que se va a sentar a hablar con Valentín Lasarte, el asesino de su hermano Gregorio. Lasarte es una masa de carne, un primate, un depredador sin sentimientos humanos. Tuvo la frialdad de observar a quien iba a matar minutos después mientras compartía el aperitivo con sus amigos. María San Gil se sentaba frente a Gregorio Ordóñez cuando Lasarte pasó y le descerrajó un disparo en la nuca. Ignoro el interés que puede tener un homínido de esta especie. ¿De qué sirve que Lasarte –en la remota posibilidad de que lo haga–, le diga a Consuelo Ordóñez que siente mucho haber asesinado a su hermano de manera tan vil y cobarde? Lo mejor que puede hacer Consuelo, que es una mujer extraordinaria, valiente, decidida, firme y ejemplar, es tratar de olvidar a Valentín Lasarte, al que le quedan todavía muchos años de permanencia a nuestra costa en la prisión. Los ojos de Consuelo Ordóñez no pueden gastar ni una brizna de su luz intentando descifrar la mirada del criminal. Estas charlitas de cárcel se caracterizan por su inutilidad y son consecuencia de la infección «buenista» principiada por el PSOE y «Bildu» y que ha contagiado al sentido común del Partido Popular. Aún está a tiempo Consuelo Ordóñez de cancelar su cita. No daría un plantón a nadie, por cuanto Lasarte, con visita o sin ella, va a permanecer en el mismo sitio, y las cortesías con semejante canalla carecen de fundamento.
Si Lasarte está arrepentido, es ya demasiado tarde. Si pretende engañar solicitando un perdón cínico, se le ha pasado el arroz a su conciencia. Y si lo que busca es recrearse en el dolor y la tragedia de Consuelo Ordóñez, la visita es intolerable. ¿Qué va a descubrir que no sepa Consuelo Ordóñez en la charlita con el terrorista? ¿Va a experimentar calma o alivio conversando con el asesino de Gregorio? No creo a estas alturas de la tragedia que Consuelo se haya dejado convencer de la conveniencia de este encuentro, tan innecesario como sorprendente, por los «buscadores de la paz», como Pachi López o Arnaldo Otegui, que están en la misma trinchera. O por algún miembro de su propio partido político atacado, no ya por el síndrome de Estocolmo, sino por el de Oslo y Ciudad del Cabo. Se puede entender que el superviviente de una masacre, al cabo de los años, le pida explicaciones al asesino. Ha sucedido con un superviviente del Hipercor de Barcelona y el terrorista Caride. Por las declaraciones del visitante no parece desprenderse que la visita fuera positiva. Pero Consuelo no fue la víctima de la perversidad asesina de Lasarte, sino su hermano, y mucho dudo que Gregorio Ordóñez considerara conveniente la charlita carcelaria que va a mantener su hermana con el homínido que le mató de un disparo en la nuca en un bar de la Parte Vieja donostiarra.
No es necesario que llame por teléfono para cancelar la cita. Basta y sobra con que no se presente. Si Lasarte quiere charlita, que se la proporcione su familia, que tiene que ser encantadora. Pero nunca Consuelo Ordóñez, que lleva como mochila, y para toda la vida, el sufrimiento por la muerte de su hermano. Si el asesino de Gregorio fuera un sádico criminal inteligente, comprendería la curiosidad en la charla. Pero es una masa de carne, un primate, un depredador sanguinario, y con este tipo de animales no se puede perder el tiempo.
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