LA CIUDAD Y LOS DÍAS
Pentecostés, el IBI y el espíritu de ZP
PERMÍTANME la petulancia de comenzar señalando mi oficio de historiador para recordar que si las ciudades europeas, en su concepto actual, existen, es entre otras cosas porque la Iglesia las preservó, las configuró en buena medida y las dotó de un alma propia hace ya mil años. Y desde entonces siempre ha hecho de ellas el corazón de su actividad espiritual y civilizadora.
Que yo sepa, nadie ha viajado nunca a Santiago, Zaragoza, Sevilla o Cádiz para ver la sede del PSOE, pero nadie regresa de ellas, si puede, sin haber conocido sus templos señeros. Cuánto rinde eso a las haciendas locales, seguro que Fernando Giménez Barriocanal está a punto de anunciarlo.
En la ridícula polémica del IBI un servidor se niega a entrar en argumentaciones jurídicas, que desconoce, o políticas y económicas, que en este caso desprecia. La Iglesia nunca ha cesado de repartir a manos llenas de sus bienes entre los necesitados, al modo y manera dictado por los valores de cada época, en cuyo perfeccionamiento ha influido como nadie. Cuando ha poseído privilegios siempre han sido acordes con los tiempos y, como hoy, compartidos con instituciones y personas a las que la sociedad del momento ha considerado dignas de ese tratamiento.
Lo que resulta asombroso es que un partido político como el PSOE pueda señalar a nadie de privilegiado en la España actual sin abochornarse ante el espejo. No es que no pague el IBI y absorba con ansia todos los jugos del poder, simplemente los ciudadanos nos conformaríamos con que no se apropiara de lo que no debe. Pero ya se sabe que cuando los cristianos ven una necesidad ajena lo primero que se les ocurre es hacer una cuestación, mientras que los socialistas inventan impuestos para resolver las suyas. Esto es tan obvio como que a nadie se le ocurre acudir a la sede del PSOE en busca de ayuda, por muy mal que se pongan las cosas.
Lo mejor de la idea de Rubalcaba de hacer pagar el IBI a los arciprestes es que, cuando ya se nos habían olvidado, nos ha recordado las soluciones que a ZP se le ocurrían para luchar contra la crisis. No servían para nada, empeoraban las cosas, pero chutaban a la peña y animaban las tertulias. Así llegamos a los cinco millones de parados y a la ruina que hoy no hay quien levante. Lo del IBI y su correspondiente EDA (Estúpida Demagogia Añadida) nos permite ver lo que sería en este momento de nosotros si las urnas de noviembre no se hubiesen mostrado piadosas con España. Quizá por ser Pentecostés, el espíritu vergonzante de ZP sopla con fuerza en el PSOE.
Que yo sepa, nadie ha viajado nunca a Santiago, Zaragoza, Sevilla o Cádiz para ver la sede del PSOE, pero nadie regresa de ellas, si puede, sin haber conocido sus templos señeros. Cuánto rinde eso a las haciendas locales, seguro que Fernando Giménez Barriocanal está a punto de anunciarlo.
En la ridícula polémica del IBI un servidor se niega a entrar en argumentaciones jurídicas, que desconoce, o políticas y económicas, que en este caso desprecia. La Iglesia nunca ha cesado de repartir a manos llenas de sus bienes entre los necesitados, al modo y manera dictado por los valores de cada época, en cuyo perfeccionamiento ha influido como nadie. Cuando ha poseído privilegios siempre han sido acordes con los tiempos y, como hoy, compartidos con instituciones y personas a las que la sociedad del momento ha considerado dignas de ese tratamiento.
Lo que resulta asombroso es que un partido político como el PSOE pueda señalar a nadie de privilegiado en la España actual sin abochornarse ante el espejo. No es que no pague el IBI y absorba con ansia todos los jugos del poder, simplemente los ciudadanos nos conformaríamos con que no se apropiara de lo que no debe. Pero ya se sabe que cuando los cristianos ven una necesidad ajena lo primero que se les ocurre es hacer una cuestación, mientras que los socialistas inventan impuestos para resolver las suyas. Esto es tan obvio como que a nadie se le ocurre acudir a la sede del PSOE en busca de ayuda, por muy mal que se pongan las cosas.
Lo mejor de la idea de Rubalcaba de hacer pagar el IBI a los arciprestes es que, cuando ya se nos habían olvidado, nos ha recordado las soluciones que a ZP se le ocurrían para luchar contra la crisis. No servían para nada, empeoraban las cosas, pero chutaban a la peña y animaban las tertulias. Así llegamos a los cinco millones de parados y a la ruina que hoy no hay quien levante. Lo del IBI y su correspondiente EDA (Estúpida Demagogia Añadida) nos permite ver lo que sería en este momento de nosotros si las urnas de noviembre no se hubiesen mostrado piadosas con España. Quizá por ser Pentecostés, el espíritu vergonzante de ZP sopla con fuerza en el PSOE.