jueves, 31 de agosto de 2017

MI MUJER ME ENGAÑA; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ




No, no como habrán pensado, sino en todo lo demás. Las alarmas de nuestro banco en mi móvil me informan de una cuota ignota en una ONG: es lo de la mano izquierda que no sabe lo que hace la derecha en versión conyugal. También me avisa de compras en tiendas de ropa de las que nadie sabe nada. Días después ella sale flamante de la ducha y yo exulto: "Qué guapa. ¿Es nuevo?" "Qué va, de hace muchísimos años. Es que, hay que ver, ¡no te fijas!". Halagado en mi viril descuido, no hago más preguntas. Tampoco me conviene, porque yo perpetro secretas, no, discretas compras de libros. Sobre las finanzas de nuestro matrimonio pesa la doble maldición de fray Luis: "Y muchas veces no gasta tanto un letrado en sus libros como alguna dama en enrubiar los cabellos".
No acaba en la contabilidad la cuenta de sus engaños. Estoy seguro de que organiza cosas meticulosamente y, luego, en el último momento, pone cara de sorprendida y de pena y me informa que no tenemos más remedio que salir, ay, porque sus amigas han montado una cenita sobre la marcha con mucha ilusión. Mi familia política cae sobre el hogar en picado, sin previo aviso, surgidos de la nada; y me dice: "No sé, están tan cómodos contigo, eres tan amable y hospitalario…". Como son gente tan discreta, tienen que haber mediado, a la fuerza, insistentes invitaciones, que no les han dejado otra opción.
Además, están las mentiras piadosas: "Te veo delgado" o, precisamente, "Eres tan amable y hospitalario…", que yo creo de inmediato. Y, aún mejores, las mentiras virtuosas: esas románticas en las que finge que le gusta mucho algo, como ir a los toros, porque me gusta a mí. Románticas, y con vertiente cómica, cuando los dos simulamos que nos apetece algo en el supuesto erróneo de que lo desea el otro. Hay una obra de teatro italiana sobre un matrimonio que se pasó la vida ofreciéndose la pechuga y el muslo del pollo respectivamente, porque pensaban que eso era lo que prefería la pareja, ¡y era al revés!
Incluso con sus distorsiones, los engaños son necesarios. En la práctica, favorecen la convivencia y, en la teoría, recuerdan una verdad honda. Al casarse, los cónyuges se hacen una sola carne, pero las almas siguen por libre, siendo dos; y está bien, para reforzar la unión auténtica, que se recalquen esas diferencias. La fidelidad no es básica ni obvia, sino bien compleja, hecha de equilibrios sutiles, algunos por la espalda.

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