sábado, 26 de agosto de 2017

EVANGELIO DEL DÍA Y MEDITACIÓN

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Primera lectura

Lectura del libro de Rut 2,1-3.8-11;4,13-17

Noemí tenía, por parte de su marido, un pariente de muy buena posición, llamado Boaz, de la familia de Elimelec.
Rut, la moabita, dijo a su suegra Noemí: «Déjame ir al campo, a espigar donde me admitan por caridad.»
Noemí le respondió: «Anda, hija.»
Ella marchó y fue a espigar en las tierras, siguiendo a los segadores. Fue a una de las tierras de Boaz, de la familia de Elimelec.
Boaz dijo a Rut: «Escucha, hija. No vayas a espigar a otra parte, no te vayas de aquí ni te alejes de mis tierras. Fíjate en qué tierra siegan los hombres y sigue a las espigadoras. Dejo dicho a mis criados que no te molesten. Cuando tengas sed, vete donde los botijos y bebe de lo que saquen los criados.»
Rut se echó, se postró ante él por tierra y le dijo: «Yo soy una forastera; ¿por qué te he caído en gracia y te has interesado por mí?»
Boaz respondió: «Me han contado todo lo que hiciste por tu suegra después que murió tu marido: que dejaste a tus padres y tu pueblo natal y has venido a vivir con gente desconocida.»
Así fue como Boaz se casó con Rut. Se unió a ella; el Señor hizo que Rut concibiera y diese a luz un hijo.
Las mujeres dijeron a Noemí: «Bendito sea Dios, que te ha dado hoy quien responda por ti. El nombre del difunto se pronunciará en Israel. Y el niño te será un descanso y una ayuda en tu vejez; pues te lo ha dado a luz tu nuera, la que tanto te quiere, que te vale más que siete hijos.»
Noemi tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo.
Las vecinas le buscaban un nombre, diciendo: «¡Noemí ha tenido un niño!»
Y le pusieron por nombre Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David.

Salmo

Sal 127,1-2.3.4.5 R/. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.

Ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor. R/.

Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 23,1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Reflexión del Evangelio de hoy

En la sencillez generosa del débil Dios derrama su bendición

Es fácil dejarse cautivar por el encanto del relato de este pequeño libro, Ruth.  La joven extranjera y Booz, con la generosidad de su don personal, harán posible que la bendición de Dios llegue a la casa de su suegra Noemí: un hijo que asegure la descendencia, el abuelo del rey David.  Los protagonistas de esta historia no son grandes héroes ni sabios profetas.  Son esas personas que, desde la sencillez de lo cotidiano, hacen posible la esperanza por la generosidad y decisión con que viven y toman sus decisiones.
Los gestos de compasión y amor son los que hacen que cada día pueda ser un milagro para muchos.  Cuando Dios pone estas tres personas en la genealogía de Jesús, emparente a todas las personas buenas del mundo con Él.  Son esas personas que, en el silencio de la vida sencilla de cada día, son capaces de acoger y socorrer al necesitado.  Personas que viven con honestidad y entrega en su familia, en el trabajo, con los vecinos y los amigos.  Personas que, cuando se necesita, se dan sin reservas para hacer el bien y no esperan reconocimiento ni recompensa.  Personas que son felices haciendo más fácil y posible la vida a otros.

Al humilde le llama Dios: hijo

Y viene el pasaje evangélico de hoy con un duro discurso de Jesús precisamente denunciando a aquellos que viven todo lo contrario a las personas que se reflejan en la primera lectura.  Todo el capítulo 23 del evangelio de Mateo es un alegato muy fuerte contra los fariseos y letrados.  No es fácil saber con exactitud qué palabras son del Jesús histórico y cuáles se fueron añadiendo por enfrentamientos de las primeras comunidades cristianas con responsables de la sinagoga, cuando ya habían sido excluidos de la comunidad judía.  Otros exégetas señalan que también en el seno de las mismas comunidades empezaban a aparecer estas actitudes que desenmascara Jesús.
Se utiliza el género literario de polémica, que explica la forma exagerada y simplificadora de sus expresiones.  Pero el prototipo de actitudes que se quieren denunciar da mucha luz por el contraste con aquellas que Jesús propone y se destacan en el relato de Ruth.  Cuando en cualquier grupo o comunidad impera el egoísmo y la ambición surgen aspectos que destruyen y provocan el mal: el poder y dominio sobre los otros, la búsqueda de honor y privilegios, el afán de aparentar y ser reconocido, la exigencia hacia los otros… Ahí no es posible el bien, ni la dignidad debida a todos, ni la justicia. 
Jesús expone con crudeza cómo Dios mismo es falseado con esa actitud de hipocresía.  No hay maestros, ni padres, ni jefes entre los hijos de Dios. Nadie es superior ni más o mejor, nadie es primero que nadie.  Todos somos hijos y hermanos.  En esta igualdad fundamental es posible que germine la semilla del bien, que surja la fraternidad que hace brotar la vida, una vida digna para todos.  Tenemos un Dios, Padre, Maestro, Señor todopoderoso.  Pero su poder no es la fuerza o la imposición, sino el amor y la misericordia.
Dios sólo quiere nuestro bien, pero un bien para todos sus hijos, no sólo para unos pocos privilegiados.  Lo que nos pide es que lo comprendamos y lo vivamos así.  Ahí germina el Reino.  Nos pide que seamos personas buenas, que hacen el bien, que dan con generosidad todos aquellos dones que Él ha sembrado en su interior.  Eso es vivir de una forma más evangélica, ser cristianos que abran puertas y caminos a la esperanza de un mundo mejor y más humano.
Hna. Águeda Mariño Rico O.P.
Congregación de Santo Domingo

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