jueves, 24 de agosto de 2017

CÓMO LLEGAR A LOS 500; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Lamenté mucho perderme la conferencia que Marta Barroso dio en el club Vistahermosa, del Puerto de Santa María. Versaba sobre cómo afrontar los 50 y yo estoy en ese nicho de mercado. En el target, propiamente dicho. Pero ni siquiera sin moverte de tu pueblo es posible estar en todas partes a la vez. Cuando leí con avidez la reseña del Diario lo lamenté más. Se tocaron temas muy míos como la flacidez, la vista cansada o la pérdida de memoria.
Anteayer sí pude asistir a la conferencia sobre Murillo que dio Enrique Valdivieso en la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia. Entonces, tuve una revelación. Nos estaba hablando, en el fondo, de cómo llegar a los 400 años. Murillo nació en 1617 y celebrábamos su memoria con una visión incansable de sus mejores cuadros en una tensión de éxtasis.
¿Por qué empeñarse en llegar pasable a los 50 si se puede aspirar a la plenitud a los 500 a través de la emoción y la belleza? No quiero parecer pedante ni desdeñoso, y asumo que lo mío tiene su dosis de frivolidad también. Tengo algunos amigos ascéticos -ya saben, las afinidades electivas- que me recordarán que todo lo que no sea aspirar a la gloria eterna es perder el tiempo. Y sé que tienen razón, pero mi vanidad de vate aspira a unas centurias de arte.
Murillo lo hizo, además, de modo que no daba la espalda a la eternidad. En el conjunto de su obra, nos explicó Valdivieso, hay un empeño explícito por consolar a un pueblo sevillano muy castigado por la crisis política, militar, económica y de salud de la segunda mitad del XVII. Sus personajes, sacros o laicos, siempre sonríen, siempre derraman piedad y sus niños están comiendo siempre. "Éste es el secreto de Murillo: una especie de bálsamo para los espíritus doloridos", resumió Valdivieso. Las crónicas de su tiempo nos cuentan que fue "bueno, modesto, sencillo, sensible…"
Ni que decir tiene que ni las buenas intenciones ni la misericordia de Murillo le han granjeado la gloria. Fue un pintor técnicamente prodigioso, con unas dotes artísticas superiores. Tampoco el buen humor y la mejor disposición que recomienda, sabiamente, Marta Barroso garantizan ningún esplendor a los cincuenta. Pero la bondad y la risa hacen, al menos, que nos merezcamos una gloria y un brillo que tendremos o no dependiendo de factores incontrolables como el talento, la salud, la elegancia innata… Con todo, el resultado importa siempre menos que merecerlo.

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