miércoles, 7 de noviembre de 2012

CARTAS PARA RELEER; POR MANUEL ORTA GOTOR.


Foro Universitario El Escorial



El pasado año 2011 nos deparó el estreno de un buen puñado de excelentes películas que podríamos calificar dentro del apartado de cine con valores o cine espiritual. Algunas de estas cintas quedaron muy solapadas por el estreno de grandes producciones que iban acompañadas con un gran despliegue publicitario. Por eso ahora conviene revisitarlas acudiendo al mercado del video.
Una de ellas es la finlandesa “Cartas al Padre Jacob” (2009) del director Klaus Härö, autor de varios títulos poco conocidos en nuestro país pero que dejan entrever su talante de humanista cristiano.
Es admirable que una película filmada con escasos medios, de una duración de algo menos de hora y cuarto, con solo 2 personajes principales (y dos correctos secundarios), pueda conmover y cuestionar de la manera que esta lo hace.
Está realizada con imágenes nítidas y directas, con una caligrafía fílmica casi minimalista, luminosa o sombría según las ocasiones, bellísima en su sencillez. El marco adecuado para presentar a dos personajes singulares.
De un lado el Padre Jacob, un anciano sacerdote ciego que ya solo vive para contestar a las cartas que le escriben pidiendo consejo o ayuda; es un hombre de una fe gigantesca, de una generosidad heroica, pero sobre todo de una humildad escalofriante. Un hombre frágil, desvalido, ingenuo si se quiere, pero que en su pobreza lo reúne todo para poder alcanzarlo todo de Dios. Un personaje que impacta y que sorprende hasta el final de la historia. Está muy bien interpretado
De otro lado está Leila, una mujer madura que ha pasado 12 años en prisión por un asesinato que cometió. Es un personaje, más que fuerte, duro; una persona amargada que no cree en Dios ni en los hombres, y que carece en el trato de la más elemental delicadeza humana.
La fe, en esta historia, es solo contrapunto del amor. Un amor redentor hasta el sacrificio que convierte al Padre Jacob en una verdadera figura crística: alguien que absorbe el mal y el odio para purificarlos, que se olvida de sí mismo para que los otros tengan vida, y vida abundante (¡sus pies desnudos caminando por el barro me parecen un buen símbolo de toda esta historia de redención!)
El director evita el sentimentalismo con mucho cuidado y honradez, aunque será casi imposible que no terminemos conmovidos con el desenlace de la historia, por lo que se dice en ella… y por lo que no se dice, que es mucho.
Creo que estamos ante un verdadero ejemplo de buen cine espiritual, donde no hay sermones, ni moralismo, ni cursilería; donde no hay santos ni “santitos de altar” sino personajes aparentemente derrotados, perdedores a los ojos del mundo, pero que se alzan hasta convertirse en héroes de un mundo nuevo al que todos nos gustaría pertenecer.

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