DE POCO UN TODO
ENRIQUE / GARCÍA-MÁIQUEZ | ACTUALIZADO 25.11.2012 - 01:00
La siesta de la democracia
Todos exclaman que las elecciones catalanas son de una importancia capital. Incluso Mariano Rajoy ha declarado que son más decisivas que aquellas en las que ganó él. Es una declaración que como lapsus freudiano -o muestra de su falta de autoestima o confesión de impotencia- nos podría dar bastante juego, pero que no lo tiene democrático, pues en unas votamos todos los españoles, y aquí vota una esquina. Artur Mas, como es natural, también echa sus carretadas de retórica y de henchido hito histórico a la cita con las urnas de hoy, y el resto de candidatos, periodistas, analistas, opinantes y politólogos.
Yo discrepo. Estamos ante una de las elecciones más insignificantes de la historia reciente de España. Veamos. Las han hecho girar sobre la posible independencia catalana. Pero, desde que el 11 de septiembre se dio el pistoletazo de salida para esta marcha mesiánica hacia el Estado Catalán, la cosa ha degenerado en una carrera en redondo de pollos sin cabeza. La Unión Europea ha descartado con una inequívoca mezcla de contundencia y desdén la admisión de una Cataluña independiente, la mayoría de economistas ha advertido con números (rojos) en la mano de la ruina que significaría la secesión, la sociedad civil catalana que cree que estamos mejor juntos se ha movilizado como nunca y para siempre, destacadas personalidades de la cultura, de la empresa, del deporte y de la vida social se han declarado contrarias, y en el resto de España parece que al fin ha cundido, desde las más altas instancias -piénsese en el Rey- a los que operan en la sombra -piénsese en el oportuno filtrador del informe policial sobre la corrupción de Mas- que la cuestión hay que cogerla por los cuernos. Gane el que gane y por debajo del follón discursivo o manifestante, la independencia de Cataluña está más lejos que nunca.
El otro gran tema de estas elecciones es o debería haber sido la grave situación económica catalana y los subsiguientes recortes. Hay quien entiende que toda la bulla soberanista sólo ha tenido como objeto desviar la atención de los tijeretazos convergentes. Quizá sea mucho suponer, pero lo indudable es que, sea ese su único objetivo o uno más, se ha conseguido apartar el asunto de los focos. Vale, pero sólo hasta mañana por la mañana. Artur Mas ya ha confesado que, con independencia del resultado, los recortes han de seguir sin remedio. En resumen, las urnas no empujarán la cacareada independencia ni pararán los silenciados recortes. Se dice que las elecciones son la fiesta de la democracia: hoy en Cataluña son su siesta. Con total impunidad política, se ha sacudido a una región entera, se ha incordiado a todo un país y hasta a la Unión Europea y se han malgastado energías, dinero, saliva, sentido común, credibilidad internacional, prestigio y tiempo para que, como diría Lampedusa, todo siga igual. Cuánto trajín para prácticamente nada.
Yo discrepo. Estamos ante una de las elecciones más insignificantes de la historia reciente de España. Veamos. Las han hecho girar sobre la posible independencia catalana. Pero, desde que el 11 de septiembre se dio el pistoletazo de salida para esta marcha mesiánica hacia el Estado Catalán, la cosa ha degenerado en una carrera en redondo de pollos sin cabeza. La Unión Europea ha descartado con una inequívoca mezcla de contundencia y desdén la admisión de una Cataluña independiente, la mayoría de economistas ha advertido con números (rojos) en la mano de la ruina que significaría la secesión, la sociedad civil catalana que cree que estamos mejor juntos se ha movilizado como nunca y para siempre, destacadas personalidades de la cultura, de la empresa, del deporte y de la vida social se han declarado contrarias, y en el resto de España parece que al fin ha cundido, desde las más altas instancias -piénsese en el Rey- a los que operan en la sombra -piénsese en el oportuno filtrador del informe policial sobre la corrupción de Mas- que la cuestión hay que cogerla por los cuernos. Gane el que gane y por debajo del follón discursivo o manifestante, la independencia de Cataluña está más lejos que nunca.
El otro gran tema de estas elecciones es o debería haber sido la grave situación económica catalana y los subsiguientes recortes. Hay quien entiende que toda la bulla soberanista sólo ha tenido como objeto desviar la atención de los tijeretazos convergentes. Quizá sea mucho suponer, pero lo indudable es que, sea ese su único objetivo o uno más, se ha conseguido apartar el asunto de los focos. Vale, pero sólo hasta mañana por la mañana. Artur Mas ya ha confesado que, con independencia del resultado, los recortes han de seguir sin remedio. En resumen, las urnas no empujarán la cacareada independencia ni pararán los silenciados recortes. Se dice que las elecciones son la fiesta de la democracia: hoy en Cataluña son su siesta. Con total impunidad política, se ha sacudido a una región entera, se ha incordiado a todo un país y hasta a la Unión Europea y se han malgastado energías, dinero, saliva, sentido común, credibilidad internacional, prestigio y tiempo para que, como diría Lampedusa, todo siga igual. Cuánto trajín para prácticamente nada.
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