El viernes cuando llegué del trabajo a casa a eso de las cuatro y cuarto de la tarde se produjeron algunos acontecimientos que hacían prever que este fin de semana no podríamos ir a Villaluenga del Rosario.
A lo largo de la tarde se fue normalizando la situación y por la noche ya estábamos preparando lo que nos íbamos a llevar. Comida y otras cosas que nos son necesarias.
El sábado amaneció pronto para nosotros, nos despertamos al unísono sobre las ocho de la mañana, nos hicimos los “perezosos” un cuarto de hora y nos levantamos. Mientras yo me hacía mi café mañanero, los sábados toca otro al que tomo todos los días, Hetepheres despertaba a su madre para llevarla a su Misa diaria.
Yo volví a la habitación donde saboreé el profundo sabor de mi café de Hawai y teniendo delante el ordenador empezaba a meter noticias, artículos de opinión de diversos periódicos nacionales así como de la Oficina de Prensa del Vaticano y para terminar un post, de mi autoría, haciendo una serie de reflexiones en ese día.
Serían las diez y media cuando, ya terminado el blog, vestido y habiendo preparado lo que necesito llevar nos metíamos en el coche con el fin de coger por esas carreteras de Dios que nos llevan a Villaluenga.
Una hora y media después hacíamos entrada por nuestro querido pueblo. Llegábamos a casa y mientras Hetepheres estaba aparcando yo me encargué de situar las cosas y de limpiar la chimenea de las cenizas de la semana anterior. Una vez “habilitada” la casa nos dispusimos a encender la chimenea para cuando volviéramos de almorzar nos encontráramos la casa calentita.
Cuando salimos para ir a comer a nuestro sitio favorito; el Casino de Villaluenga, regentado por nuestro amigo Fernando, y que está situado en la Plaza Alameda justamente al lado de la Iglesia de San Miguel, observamos y comprobamos el buen día que hacía. Se notaba un pelín de sano frescor y el sol rompía entre algunas blancas nubecillas que contemplaba el bello paisaje del cielo.
El Casino estaba lleno, quedaba una mesita al lado de la chimenea, Fernando y Alex se multiplicaban para atender el salón de arriba y el de abajo.
Comimos, como es costumbre, comida casera, bien elaborada y llena de sabor.
Después de alimentarnos, nos dispusimos a recorrer un sendero, a realizar un largo paseo porque el tiempo lo permitía y nosotros lo deseábamos.
En Villaluenga del Rosario el sendero más famoso y, también, más abarrotado en el “Llano del Republicano”. Allí es donde grandes marabuntas de personas se dirigen. Nosotros, en cambio, como buenos senderitas nos gusta la tranquilidad, la soledad que rodea la inmensidad y donde los habitantes de los campos y los montes estan en plena libertad. Cogimos por nuestro sendero favorito, que contempla todo lo que he expuesto, y a su vez nos dispusimos a recorrer los múltiples caminos que se entrecruzan. Caminando y caminando, con alguna señal que han dejado otros senderistas así como nosotros mismos, señales que sabemos distinguir e interpretar los verdaderos amantes de la naturaleza y no los “domingueros” que han llegado a vulgarizar y banalizar la naturaleza, el respeto y admiración a la misma.
Fueron tres horas de caminos llenos de frondosa arboleda y entre ellos varias piaras de cerdos, vacas comiendo las hierbas, multitud de cabras payoyas que nos observaban detenidamente como si se preguntaran: ¿Qué harán estos por aquí?
Nos metimos por unos de los múltiples caminos y escuchamos como el discurrir del agua se completaba con unas vistas inimaginables de la montaña, con inmensos valles y alguna que otra casa perdida ante esta monumental vista. El sonido del agua se iba incrementando y llegamos a un lugar que nos sorprendió. Entre rocas caía un débil riachuelo que llegaba directamente a unas fuentes, pilas o abrevaderos para el ganado. Se puede definir como un munumento natural al agua. ¡Qué placidez y tranquilidad transmitía el estar allí, perdidos de todo lo humano y llenos de la Obra perfecta hecha por Dios!
Empezamos la caminata con un luminoso sol y cuando ya volvíamos se iba poniendo detrás de las montañas y el cielo perdía el brillo resplandeciente que había caracterizado el día. Aunque hacía algo más de frío, tengo que reconocer que no lo notamos pues debido al tiempo que llevábamos haciendo este sano ejercicio, nos empapaba el sudor y un calor sofocante nos invadía. Paso tras paso, ya más cansados y costosos, podíamos observar una imagen idílica del Villaluenga que parecía estar cobijada entre los brazos de las montañas que la rodean.
El subir la empinada cuesta de la calle que nos llevaría a casa nos costó más de la cuenta. ¡Qué tranquilidad cuando entramos por casa! El fuego se había apagado y, mientras me duchaba, Hetepheres, que es una especialista, se puso a encender la chimenea.
Os puedo decir que cuando, por fin, nos sentamos una sana satisfacción y sosiego nos recorrió todo el cuerpo. Empezamos a leer un poco, las ascuas desprendían el típico calorcito, no miramos ni el reloj porque allí no hace falta ya que las campanas de la Iglesia te anuncia cada hora que pasa. Vimos por la ventana como el sol había desaparecido, se había perdido por detrás de los montes y la oscuridad nos envolvía de nuevo. Una copa de buen brandy de Jerez, un buen libro, en un ambiente relajado y feliz junto a mi mujer eran los mejores compañeros para pasar lo que restaba de tarde.
Así se nos fue corriendo el tiempo por las manos. Ya en plena noche tomamos como cena un tazón de chocolate, vimos algo la televisión y nos acostamos para descansar y dormir profundamente pues la relajación que da el cansancio nos había ya derrotado.
Las campanas de la cercana Iglesia, Primer y único Templo del pueblo, nos despertaron de nuestros sueños. Unos incipientes rayos de sol nos hacían presentir que el buen día del sábado se volvería a repetir en el domingo. ¡Así fue!
Tras arreglar la casa, ducharnos y vestirnos nos fuimos a desayunar al Casino. Allí estaba Fernando con un buen vaso de café viendo la tele. Tenía cara de haber dormido poco y cuando le preguntamos como estaba nos dijo que mejor imposible porque el sábado había sido un gran día para el negocio y que él no recordaba algo así en mucho tiempo. No me extrañó porque la comida es de calidad, casera, abundante y a mejor precio. Nos tomamos un buen y cargado café acompañado de una generosa rebanada de pan.
Ayer esperábamos visita de la familia de Hetepheres. Venía una tía suya: Mari Bernal con su Primo; Paco y Carmen, su mujer, acompañado de sus dos hijos.
Serían las once menos cinco cuando entramos en Misa. En los bancos sentadas las incondicionales al Señor. Rezamos un rato y comenzón la Eucaristía que estaba presidida por el Párroco. Muy buena homilía del Padre D. Francisco Párraga el cual hizo alusión explícitamente al día de las personas sin hogar que ayer se conmemoraba.
Cuando nos giramos para darnos la paz pudimos ver que nuestra familia ya habían llegado y estaban celebrando la Eucaristía dominical en nuestro pueblo.
Una vez terminó los saludamos y, a su vez, nos saludaron las buenas amigas del pueblo, señoras llenas de bondad a las que presentamos a nuestros familiares de Jerez. El espíritu del pueblo se hacían latente y patente en este tipo de cosas. Saludamos al Párroco y a Juana Moreno que es una mujer entregada a servir a la Iglesia en todo momento y ocasión.
Fuimos a enseñarles la casa, la cual les gustó mucho, sobre todo a Paco y Carmen. Estuve comentando a Paco nuestra experiencia en el pueblo, lo bien que se vive aquí, lo agradable y hospitalarias que son sus gentes, que es un remanso de paz ante tanto ruido que tenemos a diario, ante tanta intoxicación que nos ofrece “nuestro” mundo en la ciudad. Quedaron impresionadas ante la magnitud de la sencillez, del buen vivir que nos ofrece un pequeño pueblo.
Después nos dimos un paseo por el mismo, visitamos el coqueto cementerio que está alojado en lo que fue la Iglesia del Salvador, la histórica plaza de toros, caminamos por las recoletas y empinadas calles y después bajamos hasta la fábrica de “Quesos Payoyo” porque querían comprar de estos afamados y exquisitos quesos.
Entre cuesta y cuesta, paisaje y paisaje, vistas y vistas nos dieron las dos de la tarde. Nos dirigimos al Casino donde Fernando nos tenía preparada una mesa en el salón de planta alta. Allí nos sentemos, a su alrededor, nosotros siete. La comida toda casera, toda exquisita. Cada vez cuesta más el comer comida de verdad, de toda la vida, porque con las prisas y los tiempos se está perdiendo hasta el hábito del buen comer.
De primer plato: Sopa de Villaluenga. ¡Buenísima! Os la recomiendo ya que os sorprenderá y gustará mucho. He probado unas cuantas en otros restaurantes y la que más me ha gustado ha sido la del Casino. En el segundo plato llegó la variedad: Callos, carrillada, albóndigas, croquetas, y lecheros. Sí, lecheros. Es un plato muy típico de allí que sacia el apetito para un tiempo. Todo ello regado por agua, dos buenas jarras de cervezas y alguna copa de rioja.
A las cuatro de la tarde terminamos de almorzar donde aparte de la comida se sucedieron anécdotas, risas, comentarios, en un ambiente jovial, alegre, eminentemente familiar. A esa hora salimos del Casinos y nos despedimos de Fernando hasta la semana que viene. Nuestra familia se fue a coger su coche para dirigirse a Jerez y nosotros volvimos a casa para coger los bártulos y encaminarnos, también, para nuestra ciudad de residencia habitual. Puedo decir que cuando entramos, después de almorzar, me dieron ganas de sentarme ante la chimenea, coger un buen libro y pasar la tarde en esa quietud y tranquilidad. El cuerpo me pedía quedarme y la razón que va de la mano de las obligaciones hacía irme.
Al llegar a casa nos esperaban con los brazos abiertos Conchi y pitufino. Mientras Hetepheres le contaba todo lo habíamos hecho, la visita de la familia, yo me dispuse a actualizar el blog con las noticias que podían ser de interés para terminar con el tradicional post “desde mi ventana”.
El escribir es recordar y el recodar lo que hemos experimentado este fin de semana en Villaluenga del Rosario es revivir cada segundo que pasamos en nuestro querido y anhelado pueblo que está situado en la “cúspide de la Sierra de Cádiz”.
Dedico este post a todos los vecinos del pueblo, a todos los payoyos porque son buenas personas que entienden la vida de otra manera, más natural, más feliz, con un corazón más puro, más noble.
Un fuerte abrazo de,
Jesús Rodríguez Arias.
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