Lo escribí años atrás. En España todos somos independientes de algo. El Escorial es independiente de San Lorenzo; Alcobendas de San Sebastián de los Reyes, y Elda de Petrel. Viajaba con Antonio Mingote hacia Villafranca del Bierzo, convocados por Luis del Olmo para hacer su programa de radio «Protagonistas» en un precioso teatro de esa ciudad berciana. Pinares de Ávila y Valladolid. Una casa derruida y una pintada: «Castilla independiente». –Atento, Antonio, Castilla se quiere independizar–; –pues muy bien–.
Ya en la provincia de León, otras pintadas con el mismo mensaje: «León, independiente de Castilla». Por lo menos, los independentistas leoneses sabían de quién deseaban independizarse. De Castilla, así de golpe y porrazo. Ponferrada superada, un gran cartel en la carretera: «El Bierzo, independiente de León». La cosa se complicaba. A pocos kilómetros de Villafranca, una última llamada a la locura: «Villafranca, independiente del Bierzo». Y Antonio Mingote, con la mente en blanco, se preguntó en voz alta: -¿Cómo va a ser Villafranca independiente del Bierzo si se llama Villafranca del Bierzo?-.
Algo no funciona bien en España con tantas independencias frustradas. La idea de reducir los municipios creando grandes comunidades puede llevarnos a una situación de incendio social devastador. Me contaban unos amigos del Escorial, que todavía no está bien visto que una chica de San Lorenzo sea sorprendida con un chico del Escorial. Vuelan tortas. La mayor parte del Monasterio pertenece a San Lorenzo, pero hay muros y jardines que forman parte del municipio del Escorial, y nadie quiere dar su brazo a torcer. San Sebastián de los Reyes y Alcobendas son ya dos grandes ciudades unidas. En una cafetería de la primera se oyó el comentario estremecedor de un parroquiano. «Prefiero que mi hija se case con un australiano que con uno de Alcobendas. Son muy malos». Y si un vecino de Elda fallece y la puerta principal de su casa pertenece a Petrel, sacan su féretro por una ventana para que el ataúd no pase por la hermanísima villa rival. Un español que no quiera ser independiente de su vecino inmediato, es un español rarísimo. De ahí que por mucho que les moleste, los nacionalistas vascos y catalanes sean unos españolazos de aúpa. Estamos en el País Vasco. Sabino Arana, fundador por inspiración de su hermano menor Luis del PNV, fue el gran separador de las provincias vascongadas. Para él, lo importante era la independencia de «Bizkaia». Guipúzcoa se la traía floja –la verdad es que en eso de la flojera destacó bastante, y de ahí su viaje de novios a Lourdes para pedir el milagro del encabritamiento de su bálano– y Álava era víctima de su tenaz desprecio. «Los alaveses, en el fondo, son como los burgaleses», y de paso le arreaba su desafecto a la vecina Castilla, que esa sí que es histórica. Ese segundo grado en el vasquismo es el que ha llevado a Vitoria a ser la capital de la comunidad. Un guipuzcoano jamás habría admitido que la capital fuera Bilbao, ni un vizcaíno que la capital fuera San Sebastián. Vitoria era la solución y la excusa, y de esa manera conseguían aliviar la humillación tantos años experimentada por los alaveses. Y Cataluña, la españolaza Cataluña, tiene problemas. Los primeros en marcharse si algún día Cataluña es independiente serán los araneses, que se llevan mucho mejor con los madrileños que con los barceloneses. En Andalucía, la gresca entre Sevilla y Málaga se agría año tras año, y en Galicia los ha salvado El Santo. La Coruña no admitía a Vigo, Vigo no toleraba a La Coruña, y en Pontevedra no entendían nada. Santiago de Compostela, del Campo de las Estrellas, fue una magnífica solución. Cuanto más independentista, más español. Molesto, lo sé, pero qué quieren que les diga.
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