martes, 30 de octubre de 2012

EL SILENCIO DE LAS UNIVERSIDADES; POR MANUEL BUSTOS RODRÍGUEZ.

Diario de Cádiz


LA TRIBUNA

El silencio de las universidades

MANUEL BUSTOS RODRÍGUEZ | ACTUALIZADO 30.10.2012 - 01:00
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EN los inicios del siglo XX, la universidad española fue un hervidero de inquietud política, pero también de debate y reflexión sobre los problemas patrios. Recordemos el protagonismo que, desde ella, alcanzaron hombres como Unamuno, Marañón, Ortega o Jiménez de Asúa, forjadores del cambio político que se produjo con el advenimiento de la Segunda República, donde algunos de ellos llegaron a puestos de responsabilidad. 

Más cerca de nosotros, en tiempos del tardofranquismo, volvería a reproducirse la inquietud universitaria acerca de los cambios políticos que se avecinaban y de la revolución cultural del 68, bien es verdad que sin el brillo intelectual de su antecesora. 

Hoy, sin embargo, llama poderosamente la atención el silencio de nuestras universidades. No cabe la menor duda de que nos hallamos ante un escenario irrepetible, de graves problemas e incertidumbres, donde se pone en juego toda una forma de entender al hombre, se cuestiona nuestro sistema político y nos acucia una crisis económica probablemente sin precedentes, sin olvidar otros asuntos como la globalización y sus efectos, las consecuencias para el ser humano del uso y abuso de las nuevas tecnologías o los efectos del hiperdesarrollo económico sobre el clima. 

Todo este cúmulo de temas de calado, que implican a todas las disciplinas y áreas de conocimiento, apenas logra suscitar el debate o la reflexión de los profesores y alumnos universitarios. La institución parece hoy sumida en el mismo pasotismo que se critica de la sociedad actual. ¿Y cuáles son, así pues, los temas de conversación habituales en sus reuniones, aulas, pasillos e, incluso, cafeterías? Pues suelen girar en torno a la evaluación de la Aneca, los recortes salariales, las deficiencias de Bolonia, el bajo nivel de conocimientos de los alumnos, el tiempo, los cotilleos sobre compañeros o, en general, el anecdotario de turno. Sin duda, entre ellos, hay cuestiones importantes, pero que no agotan en absoluto la función social que la universidad se ha impuesto cumplir. 

Seguro que algún rector o decano, sensible a la defensa de su universidad y de su gente, encontrará mil y un ejemplos para decir lo contrario. Quizá, incluso, pueda poner sobre la mesa diferentes congresos y simposios celebrados recientemente en sus centros sobre temas actuales, aunque resulte obligado preguntar a continuación a quiénes llegan sus resultados. 

No es éste el ambiente que se respira en el día a día de la institución. Bastaría con darse una vuelta por sus edificios, leer sus carteles, charlar un rato con los compañeros y los alumnos, para poder verificarlo. Más aún, ¿qué análisis y propuestas se hacen desde la universidad acerca de los grandes temas arriba citados u otros similares? Se crean institutos especializados, se mejoran los programas informáticos, se logran I+D entre sus investigadores, todo lo cual es muy loable; ¿pero donde está la voz de la universidad sobre temas como el modelo económico, el problema moral, los nacionalismos, la manipulación de la Historia, la socialización de la increencia, la amenaza de disgregación de la nación española o los fundamentos antropológicos de la ideología de género, por sólo citar algunos que, por deformación profesional, me preocupan? 

Qué duda cabe de que la universidad española no vibra ni se inquieta por tales asuntos o al menos no lo exterioriza. Sin embargo, sí nos preocupamos de la necesidad de más inversiones, la subida de matrícula, la dotación de plazas, las aplicaciones informáticas, etc. Mas, ¿qué damos a la sociedad a cambio de lo que ella nos ofrece? ¿En qué medida influimos en la cultura de nuestro tiempo o señalamos pautas para la corrección de los problemas que la angustian? 

Ciertamente, como suele ocurrir, existen individualidades que salvan este panorama un tanto desolador, pero la universidad como institución está outside, ocupada en mil y un problemas burocráticos, de promoción, de adaptación o de empleo, todos ellos importantes, pero que resultan a todas luces insuficientes para justificar su existencia. 

Las escasas inquietudes de tipo social de las universidades suelen canalizarse hoy a través de la acción de determinados grupos de alumnos, más que de docentes propiamente dichos, en las huelgas contra el Gobierno y los recortes; movilizaciones que ni siquiera surgen tras un debate de altura, reflexivo y enriquecedor, como parece propio de una institución, fermento de la investigación, la curiosidad científica y el conocimiento. 

Por eso, tal vez ha llegado el momento de despertar del letargo. No tanto para colaborar en la toma de la calle o en la protesta política, cuanto para afrontar los grandes retos generales y nacionales que este siglo XXI nos presenta de manera tan clara como acuciante. Que no falte en esta hora la voz de la universidad y de los universitarios.

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